miércoles, 30 de diciembre de 2020

Leyendo el futuro

 

Buenas, venía a que me leyera el futuro.

¿Y por qué iba yo a leerle el futuro?

Pues porque usted es bruja.

¿Y eso quién lo dice?

Uuuh… ¿el cartel de la entrada?

Vaya, otra idea genial de mi difunto marido

Oh, vaya ¿es usted viuda?

No, pero todo tiene arreglo. ¿Y usted se cree todo lo que lee?

Ummm ¿La respuesta correcta es sí?

Pfff… ¿Y qué decía que quería?

Ah, sí, que me leyera usted el futuro.

Yo no leo el futuro.

Sí que lo hace.

Le digo que no lo hago.

Que sí lo hace.

Oiga, si yo le digo que no lo hago es que no lo hago. Lo sabré yo… vamos…

A mí usted no me engaña. Si es bruja, lee el futuro.

¡Aaaah! ¡Un genio de la lógica!

¿Eh?

Nada, nada.


Entonces… ¿me echará las cartas?

Ahí al lado tiene un buzón, hágalo usted.

Que no, que si va a mirar la bola de cristal.

Pero, hombre de Dios, si ese programa hace muchos años que lo quitaron, ¿dónde ha estado usted metido?

Mire que me lo pone difícil. Veamos, quizás pueda usted leerme la carta astral.

Qué perra ha cogido usted con las cartas ¿eh?

Entonces eso del humo… 

Hace tiempo que dejé de fumar.

Léame la mano, entonces.

Esa mano no la toco yo ni loca… ¡qué de mugre!

¿Los posos del café?

Pues vaya ganas de poner la cafetera ahora…

I-Ching

No

Runas

No

¿Hablar con los espíritus?


¿Y por qué voy a molestar yo a esos señores?

¡Ah, ya sé! Lo suyo son los sueños.

Pero mire que llega a ser pesado… A ver ¿tiene una moneda?

Sí, por supuesto. ¿Me va a leer el futuro con monedas? ¿Es una técnica nueva?

Algo así… Verá, usted me dice lo que quiere saber. Yo lanzo una moneda al aire. Si sale cara, será que sí y si sale cruz será que no… o al contrario, como prefiera usted.

Pero, oiga, eso no es leer el futuro. Eso es… no sé… eso es azar…

Ajá… por supuesto.

Pero… pero… el futuro… el destino…

El destino, el destino… tan mayor y aún con tonterías… El futuro es un poco de lo que usted haga y otro poco de azar. ¿O qué se creía? 

Vaya…

Bueno, entonces ¿qué? ¿Lanzo la moneda?

No, déjelo. Muchas gracias.

De nada. ¡Hay que ver qué gente tan rara hay por el mundo!






lunes, 28 de diciembre de 2020

El primer poeta de la humanidad

 

Fue el primer poeta de la humanidad.
Antes de él, ninguno, después de él, todos.
Fue el primero en sentir el alma conmovida por la belleza.
Fue el primero en sentirse sobrecogido por el misterio de la existencia.
El primero en sentir el corazón turbado ante la naturaleza.
Fue el primer poeta de la humanidad.
Antes de la escritura.
Antes aún de tener la capacidad de hablar.
Nadie sabrá jamás su nombre.
Nadie sabrá de su existencia.
Nadie le rendirá homenaje ni admirará su obra.
Nadie sabrá que el primer poema del primer poeta fue una cálida, brillante, límpida y solitaria lágrima vertida al contemplar la noche estrellada.




viernes, 18 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

18 de diciembre

El robot 

El robot no entendía qué era eso de la Navidad. Conocía, por supuesto, el mito del que partía la fiesta. Sabía, igualmente, de que antiguas festividades humanas procedía. Tenía bastante buena idea de lo que se hacía en esos días. Pero no entendía qué era eso de la Navidad.
Había investigado todo lo investigable utilizando su acceso a la red. Había leído libros, visto películas, visionado documentales, programas de televisión, cuadros, esculturas... Y seguía sin entender qué era eso de la Navidad.
Así que ese año decidió celebrarlas por ver si así entendía algo. 
Cumplió a rajatabla con cada paso: consiguió un árbol, compró adornos y luces, consiguió un nacimiento y hasta se puso un horrible jersey navideño. Escuchó, aprendió y canturreó todos los villancicos habidos y por haber, compró regalos para sus compañeros robots y hasta preparó un menú navideño a pesar de que, por supuesto, él no comía.
Adornó el árbol siguiendo detalladamente las instrucciones de una web de decoración y le quedó realmente bonito. Bueno, eso suponía. Instaló el nacimiento con sumo cuidado y hasta con precisión histórica.
Y seguía sin entender la Navidad.
En Nochebuena preparó una comida exquisita y puso la mesa con elegancia suma.
Y seguía sin entender la Navidad.
El 25 por la mañana repartió regalos y abrió los suyos.
Pero seguía sin entender la Navidad.
Porque lo que nadie le había explicado, ni nadie podía enseñarle, es que la Navidad está formada de nostalgia, recuerdos de infancia, el aroma de la familia, calor de hogar y recuerdos, muchos recuerdos.
Por eso él, el robot, jamás entendería la Navidad.


miércoles, 16 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

16 de diciembre

Navidadfobia

—La Navidad es un asco —dice Martín a nadie—. La Navidad es una caja vacía envuelta en papel brillante y lleno de lacitos.
—La Navidad —insiste mientras instala el árbol en una esquina del salón—. Es un invento de los primeros cristianos que hicieron suyas (de aquella manera) antiguas tradiciones paganas para mejor colar su historia y adoptada alegremente en la actualidad por el capitalismo y sus fervientes seguidores.
—La Navidad —continúa diciendo mientras coloca luces y bolas en las verdes ramas de plástico—, no es más que vacío y fingimiento, se finge alegría, se finge bondad, se finge, se finge y se finge.
—La Navidad —discursea incansable al colocar un enorme paquete primorosamente envuelto bajo el árbol—. Es causante de depresiones, lágrimas, frustraciones y nostalgias. Es el empeño vano de vivir en el país del recuerdo infantil y desengaño continúo de comprobar que todo ha cambiado.
La diatriba de Martín sobre la Navidad continúa mientras prepara la cena y pone la mesa. 
No para mientras se viste con su mejor traje, ni cuando se sienta a cenar solo con sus fantasmas, ni cuando, con una copa de cava en la mano, se acerca al precioso árbol y abre el enorme regalo que se ha comprado.


martes, 15 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

15 de diciembre

Calle San Vito, 24

El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.



El edificio

El pequeño edificio de la Calle San Vito, 24 lleva años encajonado entre dos construcciones varios pisos más altas que él. Esto, en un principio, le provocó un cierto complejo de inferioridad, superado rápidamente porque estaba claro que él, el pequeño, era mucho más antiguo y mucho más bello que sus dos escoltas. Por suerte nunca ha escuchado a quienes opinan que es un edificio vulgar, corriente y gris a pesar de estar pintado en rojo.
El pequeño edificio de la Calle San Vito, 24 ha visto pasar por sus seis viviendas a mucha gente distinta y tiene cientos, miles de historias que contar... Y las cuenta. A los dos jóvenes edificios que lo custodian. Como un abuelo que cuenta batallitas a sus nietos. Y, como un abuelo, finge no percibir el aburrimiento de los más jóvenes que, si pudieran bostezar, pasarían medio día con la boca abierta.
Al pequeño edificio le da igual, total, se pasó años hablando solo, así que tener a esos dos que medio le escuchan ya supone un avance.
Sus ventanas han visto pasar la historia, la grande y la pequeña. Sobre todo la pequeña. La cotidiana. La historia de andar por casa. Cambios de modas en el vestir, cambios en los automóviles, cambios en el volumen de tráfico, cambios en las costumbres y cambios en las pequeñas vidas que acoge y ha acogido en su interior.
La puerta del portal se abre.
—Ahí van doña Elvira y don Ambrosio —dice—. Son los que más tiempo llevan conmigo. Es la hora de su paseo vespertino. Volverán en una hora exacta. Siempre van de la mano, exactamente igual que cuando se mudaron al primero izquierda. En la ventana de sus vecinos, está Selenia, la recién casada, los ve pasar desde su balcón y les saluda. Selenia y su marido son los más nuevos. Selenia siempre dice que espera tener un matrimonio tan largo y feliz como el de don Ambrosio y doña Elvira. Ah, mirad, entran un par de desconocidos, seguro que van al segundo izquierda, donde doña Paca, perdón, madame Vólkova, puedo notar a sus espíritus revueltos, deben de ser importantes para alguno de ellos. Ella es también de las más antiguas. Doña Elvira y don Ambrosio se han parado a charlar con Lucía y sus padres, los del segundo derecha, que vuelven del parque. Lucía es una niña encantadora y sus padres también. ¡Qué preciosa familia!
En el tercero izquierda, oigo removerse a Helena. Creo que está practicando sus ejercicios de yoga. Es, como Lucía y sus padres, de los más nuevos. Antes salía cada noche y no paraba en casa ningún fin de semana, pero lleva unos meses la mar de casera. Eso está bien... supongo. 
El tercero derecha está en silencio, hace mucho que está así. Percibo los insectos que allí bullen y el susurro de muebles y paredes que pasan el día recordando. 
Como yo, claro. Es lo que tenemos los viejos, que nos pasamos el día envueltos en recuerdos y nostalgia y cuando hablamos, lo hacemos casi más para nosotros que para los demás que ya sabemos que los jóvenes no nos escucháis.
El pequeño edificio de la calle San Vito, 24 sigue murmurando para sí, rumiando sus recuerdos y comentando lo que ve en la calle.
Sus dos compañeros, altos, jóvenes y robustos, le escuchan a medias, pendientes de sus propias historias y de las vidas que bullen en su interior.



lunes, 14 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

14 de diciembre

Calle San Vito, 24

El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.


Primero derecha: Selenia y Daniel

Selenia y Daniel están estrenando vida matrimonial. Un mes escaso les separa del “sí, quiero” y, por supuesto, están en plena luna de miel. La tensión sexual hace vibrar hasta las ventanas y sus amigos dan gracias al bicho por no tener que soportar sus continuas muestras de almibarado amor.
Selenia y Daniel, allá por marzo, pensaban que tendrían que suspender la boda por culpa de la pandemia, pero, por suerte, no fue así aunque, claro, no pudieron tener una gran celebración y debieron limitarse a comer con los más allegados. Tampoco es que les importe demasiado, más bien lo agradecen porque la idea de un bodorrio por todo lo alto era más cosas de las respectivas madres que de los, en aquel  momento, futuros contrayentes.
Hoy empiezan a poner su primera decoración navideña juntos. Selenia, bajita, pizpireta e inquieta, baila, canta villancicos, da saltitos, come polvorones y corretea por toda la casa ilusionada como una niña y Daniel, más serio y comedido, la mira divertido sin abandonar su heroica batalla contra las enredadas luces de colores. 
Son felices. Normal. Están al inicio del que esperan sea un largo camino aunque son conscientes de que cabe la posibilidad (esperan que remota) de que su sendero único se bifurque en dos.
Pero lo importante es que aquí, ahora, son felices en su pequeño y cálido escondrijo.
Será, como ya se ha dicho, su primera Navidad en pareja y, por aquello del virus, sin familia. Selenia, en secreto, se alegra de ello, así no tendrá que aguantar las miradas reprobatorias de su suegra y las indirectas sibilinas de su cuñada. Daniel, también en secreto, se siente tan contento como su mujer de no pasar las fiestas con la familia, especialmente la política. Algún día, en un futuro ahora lejano, confesará lo muy insoportable que les resultan sus dos cuñados gemelos, pero eso será algún día...
Daniel y Selenia terminan de decorar y, entre risas, caen abrazados al sofá donde da comienzo uno de sus juegos favoritos.
Mejor cerrar la puerta y dejarlos solos.





domingo, 13 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

13 de diciembre


Calle San Vito, 24


El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.


Segundo derecha: Lucía y sus padres


Lucía y su padre han pasado parte de la tarde preparando galletas y, ahora, mientras se hornean, la niña ayuda a su madre a colocar la decoración navideña. Para Lucía es una tradición inveterada aunque en realidad sólo tiene unos tres años de antigüedad.  En un año tan raro como ha sido este 2020, cualquier cosa que suene normal, que huela a cosa usual, es como un bálsamo de tranquilidad para la niña. Han sido meses de vivir cosas extrañas y fuera de lo común, demasiadas.

Lucía no entendía demasiado bien lo que había ocurrido. Un día estaba en el cole y, al siguiente, ya no podía ir, ni salir al parque, ni nada.

Al principio, lo de dar clases en casa, le pareció estupendo. No tenía que madrugar tanto, ni pasar frío cada mañana, ni mojarse si llovía, pero al cabo de muy poco le comenzó a parecer un rollo: los profes le daban más trabajo que yendo al cole y echaba mucho de menos a sus amigos, especialmente a Emma y Camila, sus “más mejores amigas del mundo”.

Lo bueno es que sus papás también se tenían que quedar en casa.

Lo malo es que parecían muy preocupados.

El día que los dejaron volver al parque. Lucía saltó de alegría. Otra vez el sol, la calle, la gente, el ruido, sus amigos... Ahora tenía que ir con la mascarilla, pero no importaba, tenía hasta su punto divertido eso de ir todos como los ladrones de las películas. 

Volver a clase fue genial, ver a todos sus amigos aunque no les dejaran ni abrazarse fue estupendo. Todo era muy, muy raro, pero, bueno, al menos estaba otra vez con ellos y con sus profes de siempre.

Le habían dicho que Navidad iba a ser también diferente aunque, de momento, Lucía no veía ninguna diferencia. Había luces en la calle, en el cole habían puesto toda la decoración y en casa, lo mismo. Su mamá ya le había dicho que este año vería a los abuelos, pero no a los primos porque no podían reunirse todos por culpa del bicho. Ellos irían en Nochebuena y los primos el día de Navidad. Luego, el día de Año Nuevo, tocaba ir a casa de los papás de papá y sus otros primos irían en Nochevieja. A la niña le daba un poco de pena no ver a sus primos, pero, bueno, al menos vería a sus abuelos, aunque le habían dicho que, por si acaso, mejor no abrazarlos demasiado, y eso sí que iba a ser, también muy raro, con lo besucona que eran las abuelas.

Las luces del árbol se encienden y papá trae las galletas y el chocolate para merendar. 

A pesar de lo raro que es todo, Lucía es feliz: tiene galletas, tiene chocolate, tiene un árbol precioso y, sobre todo, tiene a sus padres. 

Lucía no necesita más.



sábado, 12 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

12 de diciembre

Calle San Vito, 24

El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.


Tercero derecha: Nadie.


El tercero derecho lleva vacío muchos años, desde que murió don José Francisco, y  pinta que seguirá así muchos años más, perdido en un océano de disputas familiares y legales. 

El polvo forma desiertos sobre los muebles y la única señal de vida son las huellas que dejan los diversos insectos que allí han formado su hogar. En las paredes crecen el moho y las telas de araña, dueñas de las alturas y terror de la fauna insectil. Durante el verano, alguna lagartija, despistada, se cuela por las rendijas de la destartalada ventana y se da un gran festín. Durante un tiempo algún ratón intentó instalarse en el viejo piso, pero no tardó en darse cuenta de que no había allí nada para él y se fue en busca de mejores campos de recolección.

El silencio es casi absoluto. Algún zumbar de alas, algún tenue roce, la casi inaudible caída de un trozo de pintura y la tenue, muy tenue conversación de muebles y paredes que llevan años contándose las mismas añejas historias, los mismos rancios recuerdos con la misma vetusta nostalgia. 

Recuerdos de bebés que se convierten en niños que llegan a adolescentes que se transforman en jóvenes que un día atraviesan la puerta para no volver. 

Recuerdos de jóvenes que se transforman en adultos que alcanzan la vejez y un día atraviesan la puerta para no regresar.

Memorias de risas, llantos, gritos, sorpresas, momentos felices, desastres, accidentes, felicidad y tristeza. 

Memorias, en fin, de la vida, que muebles y paredes mantienen a fuerza de nostalgia provocando sutiles fantasmas que vagan entre ellos repitiendo miles de veces escenas muertas hace mucho.

Al tercero derecha no le interesa la Navidad, ni tan siquiera sabe que es Navidad. El tercero derecha, mausoleo del pasado, vive en su propio tiempo sin tiempo ajeno al mundo que, fuera, bulle y vive.





viernes, 11 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

11 de diciembre

Calle San Vito, 24


El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.



Tercero izquierda: Helena

Helena es una mujer aún joven, divertida, elegante, inteligente, independiente... Helena tiene muchas virtudes y muchos talentos, pero el de mantener relaciones sanas no se incluye entre ellos. 
Su vida amorosa ha sido, desde sus inicios, allá con 15 años, una sucesión de malas elecciones y peores decisiones, una montaña rusa, con altas y breves cimas y profundos, muy profundos valles. Helena, en fin, amorosamente hablando es un desastre, una enamorada del amor en perpetua busca de una relación. Y relaciones encontraba, muchas, tantas que llevaba varios años encadenándolas, pero todas abocadas al fracaso aún antes de nacer.
Su lista de ex incluía un amplio catálogo de todo lo que no le convenía: desde aquel primer noviete que se dedicaba a trapichear con drogas, pasando por el que tenía problemas con el manejo de su ira, el que tenía un problema de alcohol, el mujeriego empedernido, el estafador y así hasta llegar a su último ex: el celoso-posesivo-controlador.
Todos ellos unas auténticas joyas.


Y luego llegó el Covid y la vida se paralizó. 
Toda.
Helena ya no salía los fines de semana, se puso a teletrabajar, ya no se relacionaba más que con sus amigos de siempre y hasta abandonó las apps de ligue. Y, sin darse cuenta, alcanzó una paz que nunca había conocido. Dejó de buscar, dejó de preocuparse, dejó de vivir para unas relaciones que no le aportaban nada y, al fin, comenzó a ser ella. 
Sólo ella.
Nada más que ella.
Helena, mientras arregla su diminuto árbol navideño, reflexiona sobre el año que acaba y llega a la conclusión de que, en el fondo, y a pesar de todo, ha sido su mejor año en mucho tiempo, un año en el que ha aprendido a conocerse, a sentirse bien en soledad, a darse cuenta de que tener una relación está bien, pero no es la panacea de la felicidad.
Este año Helena no puede volver a su pueblo por culpa de los confinamientos perimetrales, y, por vez primera en años, no tiene pareja, de modo que pasará la Navidad sola, en su piso, consigo misma. 
Helena, una vez acabada su escueta decoración de Navidad, toma una copa de vino, una manta, un libro y, con un suspiro de satisfacción, se sienta en el sofá a leer y a disfrutar de su compañía.




jueves, 10 de diciembre de 2020

Calendario Adviento

 

10 de diciembre

Calle San Vito, 24

El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.



Segundo izquierda: Madame Vólkova

El verdadero nombre de madame Vólkova, es Paca, Paca García, por más señas, y procede de una recóndita pedanía de Castilla-La Mancha, tan diminuta y escondida que es prácticamente imposible encontrarla en el mapa, pero, claro, no se puede ser vidente y médium y llamarse Paca, eso no tiene ni empaque ni glamour. En cambio llamarse Irina Vólkova, madame Vólkova, y ser nacida y criada en San Petersburgo... Ah, eso sí que tiene gancho y atractivo. Doña Paca, perdón, madame Vólkova, no sabe de marketing, pero conoce lo suficiente a su target, que diría un seudo cosmopolita de esos, para saber que lo exótico se vende más y mejor.
A Paca, perdón, a madame Vólkova, el “bichoesedelasnarices” (como ella lo llama), le había fastidiado un poco el negocio, allá cuando el confinamiento, pero mujer avispada donde las haya y, con la mente puesta en aquello de “si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña", madame Vólkova se modernizó a toda prisa, y sus consultas y sesiones pasaron en un pis pas, de presenciales a virtuales, sin despeinarse ni nada. Por suerte, Paca, perdón, madame Vólkova, se llevaba muy bien con las ya no tan nuevas tecnologías y no le supuso ningún problema. 
Lo de la videncia era la parte más fácil. Eso lo podía hacer hasta por teléfono para aquellas personas que no temían a los ordenadores.
Lo de hablar con los espíritus parecía, en principio, más difícil, pero en poco tiempo, todos, clientes, madame Vólkova y los espíritus se acostumbraron al nuevo  medio y todo fue como la seda.

Tras el confinamiento todo ha ido volviendo a cierta normalidad, pero madame Vólkova sigue manteniendo sus consultas virtuales por aquello del “bichoesedelasnarices” y porque, qué caray, eso de las consultas online han resultado de lo más cómodo.
Madame Vólkova, Paca García, anda también hoy, como doña Elvira, instalando la decoración navideña, más sobria que la de su vecina, pero con la misma ilusión. Ella tampoco pasará la Navidad con la familia, pero, claro, madame Paca, no tiene familia con la que le apetezca compartir nada así que no le resulta nada extraño celebrarlo así.
Algunos vecinos la miran con lástima porque, pobre mujer, tan sola, qué Navidad tan triste. Alguno ha habido, en años anteriores, que la han invitado a compartir sus celebraciones. Mismamente doña Elvira, que es así de generosa y amable, pero madame Vólkova, siempre lo ha rechazado con una sonrisa y mucha educación. 
—No se preocupe por mí, que sola no estaré.
Doña Elvira pensó que se refería a sus tres gatos y le pareció aún más triste, aunque no insistió. 
Pero, no, madame Vólkova no se refiere sólo a sus gatos.
En el salón, Paca,  madame Vólkova, está dando los últimos toques a su árbol.
—Don Arturo, por favor, ¿sería usted, que es tan alto, colocar la estrella en la punta? Yo me temo que ya no tengo edad de andar subida a taburetes.
De la caja que se encuentra a los pies de Paca, se eleva una preciosa estrella plateada y, suavemente, vuela hasta instalarse en lo más alto del árbol de Navidad mientras los gatos siguen el movimiento sin parpadear.
Alrededor de madame Vólkova, la casa bulle de alegría
Nadie los ve.
Nadie los oye.
Nadie sabe de su existencia.
Pero allí, como cada Navidad, como cada día, están sus queridos espíritus, su auténtica y única familia.
Tras colocar el último adorno, don Arturo la invita a bailar y madame Vólkova, sonriente, acepta.



miércoles, 9 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

9 de diciembre

Calle San Vito, 24

El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.





Primero izquierda: doña Elvira y don Ambrosio

Doña Elvira es alta, espigada y va siempre derecha como un palo, quien no la conoce tiende a pensar que es una señora muy seria y hasta antipática, pero nada más lejos de la realidad y la verdad, doña Elvira es cordial, alegre, amable, cariñosa y rebosa maternidad. 
Don Ambrosio es más serio, y más regordete también. Hombre de buen comer y de buen beber, a pesar de la edad y de las recomendaciones de su médico cuyas recomendaciones tiende a saltarse de vez en cuando. Su aspecto es más acorde con su temperamento, tan alegre, llano y amable como el de su esposa aunque, como hombre educado en épocas pasadas, más comedido a la hora de mostrarlo que su señora esposa.
Anda hoy, doña Elvira, ocupada con la decoración navideña. Con pasitos cortos, va de acá para allá, colocando un adorno aquí y otro acullá, adornando el árbol, instalando el pequeño nacimiento. Doña Elvira disfruta de la Navidad tanto o más que cuando era niña. Y don Ambrosio también, aunque deje siempre la cosa de la ornamentación a su esposa.
—Yo no tengo gusto para esas cosas, mejor que lo haga ella —cuenta a todo el mundo. 
De modo que, mientras doña Elvira se ocupa de la decoración acompañada por el sonido del pequeño transistor que, metido en el bolsillo del delantal, la acompaña a todas partes, don Ambrosio lee. Con esfuerzo, porque su vista ya no es la que era, pero con la misma fruición de siempre.
Este año la Navidad será distinta. No habrá reuniones familiares, ni cenas, ni comidas, ni nada. El maldito bicho lo ha trastocado todo, pero, como dice doña Elvira:
—Las cosas son como son y hay que tomarlas como vienen y esto es lo nos ha tocado. Cosas peores se pueden vivir. Demos gracias de estar todos bien. El próximo año ya se verá.
Ellos están conformes y tranquilos. Víctor, el mayor de sus hijos, les regaló hace meses un ordenador de esos y, aunque con dificultad, aprendieron a usarlo lo suficiente como para ser capaces de hacer videollamadas. Será una manera de pasar las fiestas con los suyos. Sin besos ni abrazos, pero juntos a pesar de la distancia.
Probablemente a doña Elvira se le escape alguna lagrimilla. Y posiblemente don Ambrosio esconda alguna suya mientras finge sonarse unos inexistentes mocos. Pero, así y todo, no están tristes. Se tienen el uno al otro. 
Para ellos será como cuando eran jóvenes y aún no habían llegado los hijos. La primera Navidad solos en décadas. La tristeza no hará que puedan estar junto a su familia, mejor disfrutar con lo que se tiene que lamentar lo que no se tiene.
Doña Elvira termina con la decoración y se sienta junto a don Ambrosio. El resto de la tarde la pasarán viendo alguna película de aquellas en blanco y negro que tanto les gusta, bien abrigados bajo una manta, felices de estar juntos.



martes, 8 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 


8 de diciembre


Fin del mundo


Los extraterrestres llegaron en Nochebuena. Mira que el año tiene días para hacer invasiones, pues ellos tuvieron que elegir justo esa noche. Peor aún, eligieron comenzar la invasión en Nochebuena y en España... Aterrizaron de noche, justo a la hora en las que las familias ya estaban reunidas, algunos ya en torno a la mesa, otros a punto de comenzar la cena. Les recibieron, por tanto, calles desiertas o casi y se quedaron sin las esperadas y habituales escenas de pavor, una lástima, porque a los aliens invasores esas cosas les encantaba.

No sabiendo qué hacer sin nadie a quien aterrorizar, los aliens se dedicaron a dar vueltas por las ciudades a ver si veían a alguien a quien decir aquello de:

—Llévenos ante su jefe —.O alguna cosa parecida.

Probaron con un vagabundo que dormía bajos unos cartones, pero el hombre tenía un sueño tan profundo que ni se enteró.

Al rato tropezaron con un par de policías que pensaron que eran algunos graciosillos disfrazados, vaya usted a saber por qué y se limitaron a decirles:

—¡Vamos, circulen, circulen! —y siguieron a lo suyo.

Incluso vieron unos niños que, desde un balcón, comenzaron a gritar:

—¡Papá Noel! ¡Mirad, mirad, es Papá Noel!¡Hola, Papá Noel!

Luego encontraron a un borrachillo que había comenzado pronto la celebración y llegaba tarde a la cena, pero sólo consiguieron cantar la mitad del “Ande,ande, ande...”.

—Así no hay manera, señor. Ni un soldado, ni medio ejército, ni miedo, ni huidas, ni nada. 

—Tienes razón, XF45. Ni siquiera se han enterado de que les estamos invadiendo. Mejor nos vamos y probamos con otro.

Y así fue como acabó la primera y única invasión extraterrestre ocurrida allá por el año 1985.


lunes, 7 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

7 de diciembre


Frío 


Teníamos frío, mucho frío, ¿sabe? La cosecha no había ido bien y estaba siendo un invierno muy malo. La comida escaseaba y la leña para calentarnos, también. Mis hermanos y yo salíamos cada día en busca de madera, los cinco, hasta el más pequeño y eso que casi ni sabía andar, pero cuanto más avanzaba el invierno, más difícil resultaba encontrar algo.

Mi padre no era de mucha ayuda. Se emborrachaba a diario. Nunca supimos de dónde sacaba el dinero. Y cuando llegaba a casa exigiendo comida y un fuego se ponía furioso, como si fuera culpa nuestra que escasearan ambas cosas. 

Nos azotaba, a los cinco.

A mamá también. 

Cada día amanecía con un nuevo delirio y todos, absolutamente todos, tenían a mi madre como centro.

El último de ellos, fue que madre era una bruja, la acusaba de haberle embrujado para casarse y la culpaba de todo lo malo que le acontecía. Nos lo decía a nosotros. Se lo decía a mamá y lo contaba en la taberna a todo el que estuviera dispuesto a escuchar.


La amenazaba, ¿sabe? Todos los días le gritaba que iba a acabar en la hoguera, una hoguera que él mismo prendería. 
Luego la azotaba hasta que el alcohol lo tumbaba.
La noche que cambió todo fue la noche más fría de aquel horrible invierno. La ventisca trataba de colarse por todas las rendijas de aquel chamizo que llamábamos casa, y había muchas por las que colarse. No teníamos ni un mal puñado de hierbas para encender el fuego. Encogidos en un rico, apretados los unos contra los otros, temblábamos de frío y de hambre, pues llevábamos dos días sin llevarnos nada a la boca.
Padre llegó dando un tremendo portazo y con él entraron el viento, la nieve y el miedo. Los insultos y los golpes se alternaron en rápida sucesión, a todos nos tocó algo, pero la peor parte, como siempre, le tocó a mamá. Aquella noche la golpeó con tal saña que, cuando finalmente la dejó, pensábamos que había muerto.
Cuando se derrumbó sobre el maltrecho catre yo ya había tomado mi decisión.
Teníamos hambre. Teníamos frío y, sobre todo, teníamos mucho miedo.
Tomé el único cuchillo que había en casa y, sin mediar palabra, se lo clavé en el corazón una, dos, diez, veinte veces. 
Estaba tan profundamente dormido por culpa del alcohol que ni tan siquiera reaccionó.
Lo demás... No sé de quién fue la idea... Del hambre, supongo, o del frío. O de ambos. El caso es que, aquella noche, comimos gracias a mi padre y nos calentamos gracias a sus restos.
Al día siguiente recogimos nuestras escasas pertenencias y nos marchamos de aquel pueblo.



domingo, 6 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

6 de diciembre

La nieve

La primera vez que vio la nieve, Alicia sufrió una terrible decepción. Llegó hasta ella de la mano (y el cubo) de una compañera de colegio, ser afortunado cuya familia era de las pocas que poseía un automóvil y, por tanto, podía permitirse paseos domingueros a las montañas, único lugar cercano donde la nieve, en según qué inviernos, podía caer con más o menos abundancia. Y en uno de estas aventuras dominicales dedicadas a la contemplación de tan extraño fenómeno a la afortunada familia se le ocurrió la idea de compartir su fortuna con los desafortunados mortales que no se podían permitir semejantes excursiones y decidieron llenar un cubo de blanca nieve que fue luego rápidamente guardado en la nevera portátil para, una vez en su domicilio, ser trasladada al frigorífico familiar. Finalmente, el lunes por la mañana, niña y cubo acudieron al colegio donde el resto de niños, avisados del fantástico hecho, aguardaban anhelantes la contemplación de tan rara maravilla.
Los nervios recorrían todas las aulas y todos los corazones latían ilusionados.
Y el de Alicia era el que más fuerte y más rápido palpitaba pues una de sus grandes ilusiones era, precisamente, poder ver la nieve y a falta de una gran nevada, bien estaba un cubo.
Por fin, la sonriente dueña de cubo y nieve, llegó al aula de Alicia y fue mostrando el contenido del recipiente a todos los alumnos, uno, por uno. Alicia deseaba levantarse y correr hacia donde estaba la mágica reina de las nieves, pero buena se iba a poner doña Obdulia si se le ocurriera sacar tan sólo una pierna de debajo del pupitre. Así que esperó impacientemente mientras los “ohs” y las “ahs” de sus compañeros iban aumentando sus expectativas.
Al fin llegó su turno, junto a ella, sonriente, la protagonista del día y el dichoso cubo. Alicia sentía que el corazón se le iba a salir por la boca y, con ojos brillantes y boca reseca, miró dentro del recipiente plantado bajo sus narices (pero sin tocar, no se puede tocar)... Y se quedó con cara de tonta.
¿Qué era aquello? ¿Qué estafa era esta? Lo que había allí dentro  no se parecía en nada a lo que ella imaginaba. Aquello no era suave, ni esponjoso, ni brillaba ni nada. Por no ser, no era ni blanco. Aquello era un mazacote de hielo duro (no necesitaba tocarlo para saberlo), ya a medio derretir y manchado del marrón de la tierra o, más bien, del barro. 
Menudo engaño.
Menuda decepción.
Tanto esperar y soñar para aquello.
Ese día, Alicia dejó de hacerse ilusiones con nada, dejó de soñar y se volvió pragmática y realista.
Sólo muchos años después, cuando, finalmente, pudo contemplar la nieve en todo su esplendor y realidad, con toda su límpida blancura y toda su alba belleza, Alicia pudo perdonar aquella horrible decepción y recuperar un poco de la ilusión infantil.


sábado, 5 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

5 de diciembre


La mascarilla



—No olvides la mascarilla.

—Bah, bah, bah, yo no necesito esa cosa, mujer.

—Sí que la necesitas, si tú no estás en edad de riesgo ya me dirás tú quién lo estará.

La mujer balanceaba la mascarilla ante la sonrojada narizota de su marido que gruñía entre dientes y fingía no verla.

—Vamos, no me seas cabezota, que no es para tanto. 

—Que no la quiero. No la necesito.

La mujer, suspira exasperada e insiste:

—Debes llevarla como todo el mundo.

—Pero yo no soy todo el mundo.

El hombre coge, desganado, la mascarilla y hace amago de ponérsela, pero en el último instante, baja los brazos.

—¡No, que no quiero ponerme esto! ¡A mí no me afecta el bicho ese! ¡Soy mágico!

—Mágico o no mágico, te vas a poner la mascarilla.

La mujer, los brazos en jarras, mira a su marido ya con cara más que seria.

El hombre, resignado, se pone la mascarilla roja luchando contra su larga barba blanca para colocarla adecuadamente.

Su esposa sonríe:

—Así está mejor. Imagina si te ve un niño y no llevas la mascarilla. Menudo ejemplo.

Santa Claus, sin dejar de gruñir, sube a su trineo y arrea a los renos para comenzar su viaje alrededor del mundo.

En cuanto pierde de vista su casa se quita la mascarilla.


Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...