domingo, 6 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

6 de diciembre

La nieve

La primera vez que vio la nieve, Alicia sufrió una terrible decepción. Llegó hasta ella de la mano (y el cubo) de una compañera de colegio, ser afortunado cuya familia era de las pocas que poseía un automóvil y, por tanto, podía permitirse paseos domingueros a las montañas, único lugar cercano donde la nieve, en según qué inviernos, podía caer con más o menos abundancia. Y en uno de estas aventuras dominicales dedicadas a la contemplación de tan extraño fenómeno a la afortunada familia se le ocurrió la idea de compartir su fortuna con los desafortunados mortales que no se podían permitir semejantes excursiones y decidieron llenar un cubo de blanca nieve que fue luego rápidamente guardado en la nevera portátil para, una vez en su domicilio, ser trasladada al frigorífico familiar. Finalmente, el lunes por la mañana, niña y cubo acudieron al colegio donde el resto de niños, avisados del fantástico hecho, aguardaban anhelantes la contemplación de tan rara maravilla.
Los nervios recorrían todas las aulas y todos los corazones latían ilusionados.
Y el de Alicia era el que más fuerte y más rápido palpitaba pues una de sus grandes ilusiones era, precisamente, poder ver la nieve y a falta de una gran nevada, bien estaba un cubo.
Por fin, la sonriente dueña de cubo y nieve, llegó al aula de Alicia y fue mostrando el contenido del recipiente a todos los alumnos, uno, por uno. Alicia deseaba levantarse y correr hacia donde estaba la mágica reina de las nieves, pero buena se iba a poner doña Obdulia si se le ocurriera sacar tan sólo una pierna de debajo del pupitre. Así que esperó impacientemente mientras los “ohs” y las “ahs” de sus compañeros iban aumentando sus expectativas.
Al fin llegó su turno, junto a ella, sonriente, la protagonista del día y el dichoso cubo. Alicia sentía que el corazón se le iba a salir por la boca y, con ojos brillantes y boca reseca, miró dentro del recipiente plantado bajo sus narices (pero sin tocar, no se puede tocar)... Y se quedó con cara de tonta.
¿Qué era aquello? ¿Qué estafa era esta? Lo que había allí dentro  no se parecía en nada a lo que ella imaginaba. Aquello no era suave, ni esponjoso, ni brillaba ni nada. Por no ser, no era ni blanco. Aquello era un mazacote de hielo duro (no necesitaba tocarlo para saberlo), ya a medio derretir y manchado del marrón de la tierra o, más bien, del barro. 
Menudo engaño.
Menuda decepción.
Tanto esperar y soñar para aquello.
Ese día, Alicia dejó de hacerse ilusiones con nada, dejó de soñar y se volvió pragmática y realista.
Sólo muchos años después, cuando, finalmente, pudo contemplar la nieve en todo su esplendor y realidad, con toda su límpida blancura y toda su alba belleza, Alicia pudo perdonar aquella horrible decepción y recuperar un poco de la ilusión infantil.


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