15 de diciembre
Calle San Vito, 24
El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.
El edificio
El pequeño edificio de la Calle San Vito, 24 lleva años encajonado entre dos construcciones varios pisos más altas que él. Esto, en un principio, le provocó un cierto complejo de inferioridad, superado rápidamente porque estaba claro que él, el pequeño, era mucho más antiguo y mucho más bello que sus dos escoltas. Por suerte nunca ha escuchado a quienes opinan que es un edificio vulgar, corriente y gris a pesar de estar pintado en rojo.
El pequeño edificio de la Calle San Vito, 24 ha visto pasar por sus seis viviendas a mucha gente distinta y tiene cientos, miles de historias que contar... Y las cuenta. A los dos jóvenes edificios que lo custodian. Como un abuelo que cuenta batallitas a sus nietos. Y, como un abuelo, finge no percibir el aburrimiento de los más jóvenes que, si pudieran bostezar, pasarían medio día con la boca abierta.
Al pequeño edificio le da igual, total, se pasó años hablando solo, así que tener a esos dos que medio le escuchan ya supone un avance.
Sus ventanas han visto pasar la historia, la grande y la pequeña. Sobre todo la pequeña. La cotidiana. La historia de andar por casa. Cambios de modas en el vestir, cambios en los automóviles, cambios en el volumen de tráfico, cambios en las costumbres y cambios en las pequeñas vidas que acoge y ha acogido en su interior.
La puerta del portal se abre.
—Ahí van doña Elvira y don Ambrosio —dice—. Son los que más tiempo llevan conmigo. Es la hora de su paseo vespertino. Volverán en una hora exacta. Siempre van de la mano, exactamente igual que cuando se mudaron al primero izquierda. En la ventana de sus vecinos, está Selenia, la recién casada, los ve pasar desde su balcón y les saluda. Selenia y su marido son los más nuevos. Selenia siempre dice que espera tener un matrimonio tan largo y feliz como el de don Ambrosio y doña Elvira. Ah, mirad, entran un par de desconocidos, seguro que van al segundo izquierda, donde doña Paca, perdón, madame Vólkova, puedo notar a sus espíritus revueltos, deben de ser importantes para alguno de ellos. Ella es también de las más antiguas. Doña Elvira y don Ambrosio se han parado a charlar con Lucía y sus padres, los del segundo derecha, que vuelven del parque. Lucía es una niña encantadora y sus padres también. ¡Qué preciosa familia!
En el tercero izquierda, oigo removerse a Helena. Creo que está practicando sus ejercicios de yoga. Es, como Lucía y sus padres, de los más nuevos. Antes salía cada noche y no paraba en casa ningún fin de semana, pero lleva unos meses la mar de casera. Eso está bien... supongo.
El tercero derecha está en silencio, hace mucho que está así. Percibo los insectos que allí bullen y el susurro de muebles y paredes que pasan el día recordando.
Como yo, claro. Es lo que tenemos los viejos, que nos pasamos el día envueltos en recuerdos y nostalgia y cuando hablamos, lo hacemos casi más para nosotros que para los demás que ya sabemos que los jóvenes no nos escucháis.
El pequeño edificio de la calle San Vito, 24 sigue murmurando para sí, rumiando sus recuerdos y comentando lo que ve en la calle.
Sus dos compañeros, altos, jóvenes y robustos, le escuchan a medias, pendientes de sus propias historias y de las vidas que bullen en su interior.
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