¡Que
paren el mundo que yo me bajo! Gritaba Aparicio Fontanar cuando algo
lo agobiaba en demasía. ¡Que paren el mundo que yo me bajo!
Exclamaba, desesperado, cuando se sentaba a ver las noticias diarias.
¡Que paren el mundo que yo me bajo! Murmuraba acongojado cuando la
tristeza lo envolvía.
Si
le hubieran preguntado a Aparicio por su frase favorita
probablemente, tras mucho pensar y tras mucho rebuscar, habría dicho
la de algún personaje célebre y, a ser posible, una muy sesuda y
profunda para quedar bien -algo sumamente importante para Aparicio
eso de “quedar bien”-. Y es que tenía Aparicio tan automatizada
la frase “que paren el mundo que yo me bajo”, la soltaba de
manera tan inconsciente, que ni se le habría ocurrido nombrarla
entre sus favoritas, aunque ateniéndonos a la frecuencia en que la
pronunciaba sin lugar a dudas, así era.
La
última vez que se le oyó pronunciar la dichosa frasecita, Aparicio
Fontenar se encontraba leyendo el periódico cuando una noticia
-nunca sabremos cuál ni tampoco nos importa- le hizo exclamar por
54.750ª vez:
-¡Que
paren el mundo que yo me bajo!
Y
el mundo se paró1.
Frente
al asombrado Aparicio, surgió una pasarela de brillante y blanca
luz. Una figura masculina se aproximó a él y le comunicó, con
profunda voz de barítono que, habiendo tomado nota de su profundo
deseo de abandonar el planeta, expresado en una intensa repetición
del mantra “queparenelmundoqueyomebajo”
durante prácticamente toda su vida, los entes invisibles por algunos
llamados dioses habían decidido concederle lo que tanto ansiaba:
detener el mundo y permitirle abandonar el planeta.
Aparicio
Fontenar, a medida que esto oía, se iba poniendo intensamente pálido
y movía casi espamódicamente la cabeza negando sin parar lo que
veía y lo que oía. Intentó explicarse y excusarse pero no le
sirvió de nada y se vio empujado suavemente pero con firmeza hacia
la pasarela.
Cuando
puso un pie en la sólida blancura, intentó dar media vuelta y huir
pero le resultó imposible dar media vuelta y Aparicio se vio
llevado, a pesar de su resistencia y negativa, fuera de nuestro
mundo.
Quedó
Aparicio en medio de una blanca nada, algo parecido a una estación
de autobuses diseñada por un maníatico del minimalismo donde,
esparcidos por acá y por allá, se agrupaban sentados en bancos
blancos personas de diversa edad, sexo, raza y condición que -según
se enteraría más tarde- también habían expresado su deseo de
bajarse del mundo.
Y
allí está desde entonces Aparicio Fontanar, a la espera de no sabe
muy bien qué sin saber muy bien por qué, mientras el mundo sigue
girando sin él.
1Sí,
se paró, no ponga esa cara. Ya sé que usted no notó nada. Ya sé
que eso es físicamente imposible. Ya sé que se habría liado parda
si el mundo llega a pararse. Todo eso ya lo sé pero, así y todo,
el mundo se paró. ¿Qué quiere que le diga? Esas cosas pasan.