jueves, 23 de diciembre de 2021

Santa

Santa Claus medio abrió un ojo el tiempo justo para sacar el brazo y detener el despertador rojo que trinaba el estribillo de Jingle Bells en modo bucle. Por muy 24 de diciembre que fuera no había ninguna prisa. Algún día recordaría quitar la dichosa alarma. Santa se giró en la cama e intentó seguir durmiendo, pero casi enseguida el despertador volvió a cantar la dichosa cancioncilla. 

Santa Claus volvió a pararlo y, al rato, el despertador volvió a sonar. Así estuvieron, el uno trinando y el otro parando, su buena media hora hasta que el señor Claus optó por rendirse y levantarse de la cama con arrastrar de pies, rascar de tripa y enormes bostezos.

Hacía tiempo que levantarse había perdido todo el sentido. Y trabajar esa noche tenía aún muchísimo menos. Concretamente perdió el sentido el día en que los últimos colonos abandonaron la Tierra huyendo a otros planetas. Lo podían haber llevado con ellos, como habían hecho con el Ratoncito Pérez o con el mismísimo Hombre del Saco, pero, claro, para los mayores, él era un mito en el que no creían y, para los pequeños sólo había un lugar en el que podía vivir: en el helado, blanco y vasto Polo Norte del planeta Tierra. Un Polo Norte muy sui géneris, pero Polo Norte al fin y al cabo. Y ahí estaba él, atado a un lugar y a unas costumbres absurdas, cada vez más ajado y transparente a medida que el tiempo y la distancia que le separaba de la humanidad iba en aumento.

Tarde o temprano acabarían por olvidarlo o sustituirlo y entonces él desaparecería, sin ruido, como un montón de nieve bajo la luz solar... y lo cierto es que lo iba a agradecer porque aquello, la verdad, no era vida.

Entretanto tenía que seguir cumpliendo con su obligación. Así que se coló dentro de su ahora demasiado holgado traje rojo. Se sacudió unas migas de galletas de su larga y descuidada barba. Ató sus nueve famélicos y tristes renos a su ajado trineo y se dispuso a dar vueltas alrededor del planeta repartiendo regalos en edificios en ruinas para niños que ya no existían.

En la fría noche de Navidad, Santa Claus lanzaba su risa solitaria y soñaba con desaparecer.



Preparativos navideños

 

Angustias prepara la Navidad. Sin prisas, a su ritmo, ese ritmo pausado, tembloroso e indeciso que dan los muchos años.

En cuanto llegó diciembre, Angustias comenzó a bajar al trastero y, poquito a poco, una cosa ahora, otra cosa más tarde, a ratitos sueltos, ha ido subiendo toda la decoración a su casa. El árbol es lo que más le ha costado, pero con algo de paciencia y mucho cuidado, ha logrado instalarlo en su sitio de siempre. Angustias recuerda haber soñado con tener un árbol enorme, como los de las películas americanas. Ahora se alegra de no haberlo conseguido. «Imagina tener que subir un armatoste así en ese mini ascensor», piensa,  «a mi edad y con lo bajita que soy, quién me viera. Un árbol con zapatillas...» Y se ríe por lo bajinis imaginando la escena.

Al fin, hoy, después de unos días y varias subidas y bajadas, ha terminado de subirlo todo y, tras prepararse un chocolate, se ha puesto manos a la obra.

Este año anda todo el mundo revuelto, otra vez, por culpa de ese bicho del demonio, que si celebran, que si no celebran, que si mascarillas, que si no mascarillas, que si más vacunas, que si se reúnen, que si no... Angustias, ya no presta atención. No va con ella. Se cansó de vivir angustiada y no quiere saber nada del tema. En cuanto en la tele o en la radio comienzan con lo del covid de las narices, ella cambia de canal y santas pascuas. Vive mucho más tranquila y, además, pase lo que pase, ella va a celebrar la Navidad como lleva haciéndolo desde hace años.

Pero lo primero es lo primero y lo primero es el árbol. Siempre empieza con él. A los niños, recuerda, les encantaba ayudarla mientras Eugenio leía porque, decía, él no tenía ni gusto ni ganas para esas cosas. Los niños y ella, ponían villancicos, cantaban a gritos y, al finalizar, se iban todos a merendar churros con chocolate.

Los recuerdos la hacen sonreír mientras comienza a instalar las luces, que es lo que hay que poner antes que nada, Con cuidado de no tropezar con el cable o acabar enredada en él, las va extendiendo, de arriba hacia abajo,  a lo ancho y a lo largo del abeto artificial. El árbol tiene muchos años, lo compraron cuando se mudaron a aquel piso y nunca se decidieron a cambiarlo, le falta alguna rama y hasta tiene alguna calva, pero lleva tanto tiempo con ella que no se siente capaz de deshacerse de él. 

Las luces antes parpadeaban, pero un día, como si se hubieran cansado, decidieron dejar de hacerlo. Angustias, en realidad, las prefiere así, porque tanto parpadeo acaba por resultar algo mareante.

Tras las luces, las viejas bolas y el raído espumillón. Angustias lleva décadas sin cambiar nada de su decoración navideña. ¿Por qué iba a hacerlo? Le gustan sus viejos adornos y su espumillón dorado, aunque ya no estén de moda y hayan perdido su brillo y su prestancia. Son como ella: viejos, caducos, anacronismos de otra época, ni mejor ni peor, sólo otra. 

A ella ya le valen así.

Acabado el árbol, se dedica al resto del salón: algunas guirnaldas, un centro de mesa al que le faltan velas, la corona de la puerta (algo deshojada), unas piñas desdentadas... Y, para rematar la agotadora y decorativa  tarde, un platito de golosinas navideñas con otro chocolate que consumirá sentada en su sillón, con una manta sobre sus cansadas piernas, rodeada de las fotografías de su difunto marido y sus hijos ausentes. Y de este modo, entre la nostalgia y la paz, irán transcurriendo, lánguidos y cálidos, los días navideños de Angustias mientras, allá afuera, el mundo gira para otros.



martes, 14 de diciembre de 2021

Navidad todos los días

 

Cada año la Navidad empezaba antes. Los ayuntamientos habían comenzado a competir por ser los primeros en iluminar las calles y las grandes superficies intentaban ganar más clientes adelantando el ornato y la venta de productos navideños. Así que, año tras año, la época navideña ganaba una semana más al calendario hasta que, finalmente, casi sin darnos cuenta, acabamos viviendo en una Navidad permanente. Los abetos, las estrellas, el espumillón, los polvorones, los turrones, los roscones, las luces cada vez más espectaculares y cada vez en más calles, los villancicos pasaron de ser cosas especiales y puntuales a formar parte de la vida cotidiana.

La gente estaba tan harta que comenzó a esperar los escasos días en que todo eso desaparecía con la misma ilusión que antes dedicaba a la Navidad... y entonces los centros comerciales descubrieron un nuevo filón.



martes, 7 de diciembre de 2021

Cena

 

El mantel de las grandes ocasiones resplandece de blancura extendido sobre la larga mesa. A la izquierda de los cubiertos, primorosas servilletas color melocotón. La mejor vajilla luce esta noche sus galas junto a la mejor cubertería, ambas, como mantel y servilletas sólo ven la luz en Navidad y en escasas, escasísimas ocasiones especiales. Un hermoso centro completa la decoración navideña. Toda la elegancia y el “lujo” que no pueden lucirse durante el año se extiende, con cuidado y primor, en la cena familiar. 

En un rincón, las luces encendidas, el árbol guiña sus luces, provocando alegres destellos en los adornos.

La familia con sus mejores galas ha reunido todas las sillas de la casa para poder juntarse, casi apiñarse, en torno a la mesa.

El silencio reina en la casa, en la calle y en toda la ciudad.

Las luces parpadean por toda la urbe.

La ciudad, aterida bajo el frío invernal, parece aguardar un estallido festivo que nunca llega.

En torno a la mesa, los comensales, algunos con las cabezas metidas en sus brillantes platos, otros echados hacia atrás con las bocas abiertas en muda carcajada, alguno hecho un ovillo a los pies de la silla.

En cada rincón del mundo se repite la misma escena, en hogares de ricos, de pobres, en las calles, en los hospitales, prisiones, cuarteles... En todas partes, ante mesas preparadas para la celebración, los muertos aguardan una cena que no podrán disfrutar.

El virus que ha ocasionado toda esa muerte de manera casi instantánea, no tardará en morir de éxito.

El primer animal salvaje posa su pata en el asfalto preparado, él sí, para celebrar su cena de Nochebuena.



Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...