jueves, 23 de diciembre de 2021

Preparativos navideños

 

Angustias prepara la Navidad. Sin prisas, a su ritmo, ese ritmo pausado, tembloroso e indeciso que dan los muchos años.

En cuanto llegó diciembre, Angustias comenzó a bajar al trastero y, poquito a poco, una cosa ahora, otra cosa más tarde, a ratitos sueltos, ha ido subiendo toda la decoración a su casa. El árbol es lo que más le ha costado, pero con algo de paciencia y mucho cuidado, ha logrado instalarlo en su sitio de siempre. Angustias recuerda haber soñado con tener un árbol enorme, como los de las películas americanas. Ahora se alegra de no haberlo conseguido. «Imagina tener que subir un armatoste así en ese mini ascensor», piensa,  «a mi edad y con lo bajita que soy, quién me viera. Un árbol con zapatillas...» Y se ríe por lo bajinis imaginando la escena.

Al fin, hoy, después de unos días y varias subidas y bajadas, ha terminado de subirlo todo y, tras prepararse un chocolate, se ha puesto manos a la obra.

Este año anda todo el mundo revuelto, otra vez, por culpa de ese bicho del demonio, que si celebran, que si no celebran, que si mascarillas, que si no mascarillas, que si más vacunas, que si se reúnen, que si no... Angustias, ya no presta atención. No va con ella. Se cansó de vivir angustiada y no quiere saber nada del tema. En cuanto en la tele o en la radio comienzan con lo del covid de las narices, ella cambia de canal y santas pascuas. Vive mucho más tranquila y, además, pase lo que pase, ella va a celebrar la Navidad como lleva haciéndolo desde hace años.

Pero lo primero es lo primero y lo primero es el árbol. Siempre empieza con él. A los niños, recuerda, les encantaba ayudarla mientras Eugenio leía porque, decía, él no tenía ni gusto ni ganas para esas cosas. Los niños y ella, ponían villancicos, cantaban a gritos y, al finalizar, se iban todos a merendar churros con chocolate.

Los recuerdos la hacen sonreír mientras comienza a instalar las luces, que es lo que hay que poner antes que nada, Con cuidado de no tropezar con el cable o acabar enredada en él, las va extendiendo, de arriba hacia abajo,  a lo ancho y a lo largo del abeto artificial. El árbol tiene muchos años, lo compraron cuando se mudaron a aquel piso y nunca se decidieron a cambiarlo, le falta alguna rama y hasta tiene alguna calva, pero lleva tanto tiempo con ella que no se siente capaz de deshacerse de él. 

Las luces antes parpadeaban, pero un día, como si se hubieran cansado, decidieron dejar de hacerlo. Angustias, en realidad, las prefiere así, porque tanto parpadeo acaba por resultar algo mareante.

Tras las luces, las viejas bolas y el raído espumillón. Angustias lleva décadas sin cambiar nada de su decoración navideña. ¿Por qué iba a hacerlo? Le gustan sus viejos adornos y su espumillón dorado, aunque ya no estén de moda y hayan perdido su brillo y su prestancia. Son como ella: viejos, caducos, anacronismos de otra época, ni mejor ni peor, sólo otra. 

A ella ya le valen así.

Acabado el árbol, se dedica al resto del salón: algunas guirnaldas, un centro de mesa al que le faltan velas, la corona de la puerta (algo deshojada), unas piñas desdentadas... Y, para rematar la agotadora y decorativa  tarde, un platito de golosinas navideñas con otro chocolate que consumirá sentada en su sillón, con una manta sobre sus cansadas piernas, rodeada de las fotografías de su difunto marido y sus hijos ausentes. Y de este modo, entre la nostalgia y la paz, irán transcurriendo, lánguidos y cálidos, los días navideños de Angustias mientras, allá afuera, el mundo gira para otros.



2 comentarios:

  1. A diferencia de Angustias, yo cada año compro una cosita nueva para el árbol, por eso cualquier día se me cae del peso, ja, ja.
    Bonito cuento, suerte en el concurso.

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    1. Yo tampoco soy como Angustias, pero no llego a lo tuyo XD

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Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...

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