Relato publicado en la revista Infernaliana, especial Demencia de la editorial Pandemonium.
El viejo, tembloroso, coge su viejo diario, pasa a una página en blanco y comienza a escribir:
El monstruo camina entre nosotros, pero sólo yo lo puedo ver. Sus arácnidas manos palpan rostros y toquetean cabezas buscando, ávido, una entrada a la mente que en ella habita. Él sabe que yo sé, más de una vez se han cruzado nuestras miradas: la mía, aterrorizada, la suya un profundo pozo de nada.
La primera vez que lo vi fue en la cola del super, junto a una pobre mujer que, con mano temblorosa, intentaba contar las monedas para pagar su escasa compra. El monstruo, con sus largos dedos, escamoteaba monedas y las hacía reaparecer, de tal manera que la anciana, cada vez más confusa, no acertaba a contar el dinero necesario.
Me quedé aterrorizado ante la imagen de aquel ser enteco y retorcido como un sarmiento seco que, entre risillas, jugaba a confundir a la cada vez más nerviosa mujer. Una breve mirada a quienes me rodeaban me bastó para comprobar que nadie lo veía y preocuparme por mi salud mental. En ese momento el monstruo alzó la cabeza, olisqueó el aire, se giró hacia mí con una babeante sonrisa llena de curiosidad y me miró a los ojos. Entonces supe que no era una alucinación. Os aseguro que ninguna alucinación puede tener semejante mirada. Ninguna.