Sacó del armario un libro, reunió unos cojines, se sentó en el suelo, se cubrió de la cabeza a los pies con una manta y comenzó a leer. A los pocos minutos ya se encontraba totalmente ensimismado y viviendo la historia como si fuera la suya propia. En el salón sus padres llevaban rato inmersos en el habitual y ritual intercambio de improperios, gritos y golpes. La pelea estaba siendo de las peores que podía recordar... y recordaba muchas, demasiadas. Cuanto más duramente discutían sus padres, más empeño ponía él en abstraerse y más sentía que su hogar era aquel libro... Cuando su madre, varias horas más tarde, fue en su busca, tan sólo encontró una manta y, bajo ella, un montón de cojines y un libro que guardó cuidadosamente en el armario.
Era su último instante juntos. El final de todo. Ella lloraba a raudales, desconsolada y descontrolada, las lágrimas corrían a raudales por su cara y empapaban su blusa. Él la sujetaba e intentaba calmarla. La despedida estaba resultando demasiado dura para ambos. Él también lloraba, aunque de manera más sosegada y sólo acertaba a repetirle que todo iba a ir bien.
Pero ella no atendía a palabras y, entre sollozos e hipidos, no dejaba de repetir:
—Han sido tantos años juntos... No estoy preparada. No me siento capaz. No quiero. Ha sido nuestro primer coche. Lo voy a echar tanto de menos...
Dos relatos muy diferentes , pero muy bien escritos.El primero deja un poso de amargura, el segundo hace sonreír por lo desproporcionado del sentimiento. Me gustó mucho leerte.
ResponderEliminarun abrazo