
De modo que, habiendo desechado abatido, aberrante o ablandabrevas, así como abobado o abnegado y otras como abominable -genial para yetis pero que a él le venía grande- y otras cuantas más, decidió dar un salto y comenzar su búsqueda en alter ego más que nada porque pensó que quizás eso le ayudase a mirarse desde el punto de vista de otro.

De ahí pasó a la b y se quedó, entre otras, con bailongo, bajo o baladrón -intentaba ser lo más honesto posible- y descartó, entre otras, babieca, baboso o bello. Y así hasta llegar al final de la b y pasar, de un pequeño salto, a la c.
Se apropió de cabal sin pensarlo y también de caballero, aunque con ciertas dudas. Aceptó cabezota y apartó de un manotazo a cabrón y, más adelante, a cafre.
Todo iba, pues, estupendamente en su exploración íntimo-lingüística. Escogía, descartaba, aceptaba y rechazaba adjetivos procurando ser lo más honesto que pudiera consigo mismo.

Pero cuando llegó a la d comenzaron sus problemas. Allí rechazó dadivoso y también dañino. Se quedó con decadente, decente y decidor. Dudó ante decoroso -rechazándolo tras pensarlo un rato- y se alejó de decrépito sin pensarlo. Llegó entonces a la palabra dédalo, giró a la izquierda... y comenzó a sentirse confuso y extraño. Podía seguir avanzando, desde luego, pero todo le parecía difuso, vago, como borroso.
No se preocupó y continuó con su avance. Tras la d, la e y luego la f. inmediatamente después la g, luego la k y, finalmente, la l. Hizo el recorrido con una extraña sensación de aturdimiento, se sentía desorientado y no sabía por qué. Entonces llegó a laberinto, giró a la izquierda... y volvió a encontrarse con la palabra dédalo.
Volvió sobre sus pasos, giró a la derecha, encontró la palabra laberinto y lo intentó de nuevo. Esta vez torció a la derecha... y se dio de narices con la palabra dédalo.
Decidió intentar volver a hacer el camino desde ahí.
Llegó de nuevo a laberinto. Dio unos cuantos pasos y de nuevo se topó con la palabra dédalo.
Su única salida, descubrió más tarde, era regresar hacia la letra a. Pero, como ya quedó claro a su paso por la letra c, era tremendamente cabezota.
Así que ahí continúa, enredado, confuso y perdido entre el dédalo y el laberinto, incapaz de acabar su exploración interior y llegar hasta su ansiado Yo.
Me pasó Steve (muchas gracias) hace un par de días el enlace a un vídeo precioso y lleno de ternura. Tanto me ha gustado que no me resisto a compartirlo. No te lo pierdas, acabarás con una sonrisa :)