sábado, 23 de enero de 2021

Compost

 

Era un perfecto y pacífico día de primavera. Los diminutos robots hortelanos se movían silenciosos y veloces entre las matas de verduras y legumbres que colgaban de las fachadas de todos los edificios de la ciudad. Silenciosos en apariencia, las pequeñas máquinas no dejaban de parlotear a nivel infrasónico en un idioma totalmente ininteligible para oídos biológicos.

Otros robots, de mayor tamaño, trabajaban en los árboles frutales que crecían en pequeños bosques entre los edificios.

Flotando sobre la ciudad, una enorme nave de aspecto alienígena es esmeradamente ignorada por las máquinas. En su interior los exploradores informan al jefe de la expedición sobre el  planeta.

—No hemos encontrado más vida inteligente que las máquinas, señor.

—Y, sin embargo hay construcciones, maquinaria, jardines, huertas... ¿Alguna idea de lo ocurrido?

—Según lo que han interpretado nuestros científicos, el planeta estuvo al borde de un colapso climático, pero es evidente que ha sido superado. Las máquinas, siguiendo sus programas, se han encargado de todo. El planeta se salvó del colapso, las ciudades están en pie, las IA siguen cuidando de todo, pero sus creadores han desaparecido de manera misteriosa...

Abajo, en la Tierra, los robots continúan con sus robóticas vidas, sus silenciosas conversaciones y su inacabable trabajo. 

Más abajo aún, otros robots, igual de incansables y diligentes, preparan el mejor abono para alimentar las plantas que crecen más arriba. Habían recibido la noticia de la visita alienígena y se preparaban para añadir a su compost material nuevo. Era una suerte que hubieran llegado justo cuando los restos humanos se estaban acabando.


viernes, 15 de enero de 2021

Microfuturos

 

Los visitantes

El aire vibraba de festiva excitación y la curiosidad corría alborozada entre la gente reunida cerca del lugar en que la nave estaba a punto de descender. Tras siglos de esperar la visita de los extraterrestres, tras siglos de historias sobre alienígenas, tras siglos de imaginarlos, cantarlos, contarlos, dibujarlos y soñarlos, al fin, llegaban, de verdad, a la Tierra. Alrededor del lugar de aterrizaje se había montado toda una feria, la gente deambulaba por ella comprando pequeños y absurdos recuerdos, comiendo, bebiendo y, en general, disfrutando del ambiente festivo de aquel día tan distinto a otros y tan parecido a muchos.
Al fin se anunció el descenso de la nave. Ojos llenos de curiosidad, bocas llenas de ohs y ahs, manos apretando botones en los dispositivos móviles para inmortalizar el momento. Las autoridades, estirando chaquetas y componiendo sus impersonales sonrisas, preparados para dar bienvenidas y estrechar manos alienígenas.
La gran nave, majestuosa, toma tierra. Durante varios minutos no ocurre nada. La gente murmura, impaciente. Se abre la compuerta, desciende una rampa. El público contiene la respiración y entonces  el primer extraterrestre comienza a descender acompañado por su equipaje robot. Mira alrededor entre pasmado y cohibido y alza una mano en tímido saludo. 
El mundo estalla en aplausos, sonrisas y vítores. 
El primer ser de otro mundo acaba de pisar la Tierra.
Los nietos de los primeros colonos humanos visitan el planeta natal de la humanidad.


El explorador

La ciudad, silenciosa, blanquea sus huesos bajo el sol implacable. Desde el escarpado acantilado de un rascacielos, un ave de rapiña lanza su grito de muerte y se abalanza sobre una rata que corre entre los escombros de las desiertas calles. Al paso del explorador, los lagartos abandonan apresurados su baño de sol para ocultarse del extraño que turba la paz de la muerta urbe.
El forastero busca algún signo de vida humana, pero hasta el momento, la búsqueda ha sido vana. 
Cada día recorre varios kilómetros atento al menor rastro de seres humanos vivos (muertos los hay a miles, a millones) y cada noche envía su reporte al cada vez más lejano campamento base.
Cuando salió quedaban cinco personas.
Lo más probable es que hayan muerto todas.
El sol desciende en el horizonte. 
La ciudad duerme su eterno sueño. 
Los animales nocturnos comienzan a asomar sus cautas cabezas.
El robot avanza despacio por entre las ruinas recogiendo datos para enviar a unos muertos.




martes, 5 de enero de 2021

 

Batalla

Ambrosio entró en la habitación. Sofía alzó la cabeza con el gesto elegantemente displicente de una malvada reina de cuento.

Él se aproximó con gesto hosco, preparado para soltar su diatriba. Ella se limitó a mirarlo casi con indiferencia.

Ambrosio miró fijamente a Sofía. Sofía miró fijamente a Ambrosio. Casi podía palparse la tensión que  flotaba entre ellos.

A los pocos segundos, Ambrosio ya sudaba por el esfuerzo de mantener sus ojos fijos en los de ella. Sofía, sin embargo, mantenía una postura indolente.

De pronto, Ambrosío explotó:

-¡Oh, de acuerdo! -dijo frustrado- ¡Tú ganas! ¡Pero que quede claro que mañana ese sillón será para mí, gata tozuda!

Y volvió a salir de la habitación sin dejar de gruñir.



Macedonia

Pasó la vida enamorado de un sueño inalcanzable y, cuando murió, pasó la muerte enamorado de una realidad inalcanzable.

El viento juega a la rueda con las hojas que giran locamente, juntas, reticentes a perder la unidad de la que gozaban en el árbol perdido.

Entró en el diccionario en busca del "Yo" pero, sin saber cómo, se vio perdido entre "dédalo" y "laberinto" y aún no ha encontrado la salida.

Se sentó frente al sabio y le pidió ver el rostro de Dios. El sabio le mostró las montañas, los ríos, los animales, la gente. Y se fue.

Se sentó frente al sabio y le pidió ver el rostro de Dios. El sabio le entregó un espejo y se marchó.

Hoy encontré a la cordura bailando en el filo de los acantilados de la locura.

A Cenicienta nunca le interesó el príncipe. Le gustaban más los zapatos. Por eso ansiaba el regreso de aquel que había extraviado.

Vivir en el mundo de la fantasía no es tan maravilloso como la gente cree. (El Lobo Feroz tras su enésimo encuentro con los cazadores).

El dinosaurio estaba hasta las narices de seguir allí así que decidió que lo mejor era largarse.



Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...