viernes, 15 de enero de 2021

Microfuturos

 

Los visitantes

El aire vibraba de festiva excitación y la curiosidad corría alborozada entre la gente reunida cerca del lugar en que la nave estaba a punto de descender. Tras siglos de esperar la visita de los extraterrestres, tras siglos de historias sobre alienígenas, tras siglos de imaginarlos, cantarlos, contarlos, dibujarlos y soñarlos, al fin, llegaban, de verdad, a la Tierra. Alrededor del lugar de aterrizaje se había montado toda una feria, la gente deambulaba por ella comprando pequeños y absurdos recuerdos, comiendo, bebiendo y, en general, disfrutando del ambiente festivo de aquel día tan distinto a otros y tan parecido a muchos.
Al fin se anunció el descenso de la nave. Ojos llenos de curiosidad, bocas llenas de ohs y ahs, manos apretando botones en los dispositivos móviles para inmortalizar el momento. Las autoridades, estirando chaquetas y componiendo sus impersonales sonrisas, preparados para dar bienvenidas y estrechar manos alienígenas.
La gran nave, majestuosa, toma tierra. Durante varios minutos no ocurre nada. La gente murmura, impaciente. Se abre la compuerta, desciende una rampa. El público contiene la respiración y entonces  el primer extraterrestre comienza a descender acompañado por su equipaje robot. Mira alrededor entre pasmado y cohibido y alza una mano en tímido saludo. 
El mundo estalla en aplausos, sonrisas y vítores. 
El primer ser de otro mundo acaba de pisar la Tierra.
Los nietos de los primeros colonos humanos visitan el planeta natal de la humanidad.


El explorador

La ciudad, silenciosa, blanquea sus huesos bajo el sol implacable. Desde el escarpado acantilado de un rascacielos, un ave de rapiña lanza su grito de muerte y se abalanza sobre una rata que corre entre los escombros de las desiertas calles. Al paso del explorador, los lagartos abandonan apresurados su baño de sol para ocultarse del extraño que turba la paz de la muerta urbe.
El forastero busca algún signo de vida humana, pero hasta el momento, la búsqueda ha sido vana. 
Cada día recorre varios kilómetros atento al menor rastro de seres humanos vivos (muertos los hay a miles, a millones) y cada noche envía su reporte al cada vez más lejano campamento base.
Cuando salió quedaban cinco personas.
Lo más probable es que hayan muerto todas.
El sol desciende en el horizonte. 
La ciudad duerme su eterno sueño. 
Los animales nocturnos comienzan a asomar sus cautas cabezas.
El robot avanza despacio por entre las ruinas recogiendo datos para enviar a unos muertos.




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