Un día poseeré su alma, se dijo al conocerla.
Y esa aspiración movió su vida entera.
Quiso ser romántico e intentó seducirla, conquistarla, enamorarla... pero su alma -la de ella- le fue esquiva.
Probó con el arte e intentó atrapar su alma en pinturas, fotografías, esculturas... pero su alma -la de ella- se le escapaba.
Ensayó con la escritura e intentó aprisionar su alma en epístolas, sonetos, redondillas... pero su alma -la de ella- siempre lograba escabullirse.
Experimentó con artes esotéricas y probó con encantamientos, hechizos, sortilegios... pero su alma -la de ella- era muy escurridiza.
Tanteó todos los métodos que se le ocurrieron para poseer su alma-la de ella-.

Todos, menos el más sencillo, el más simple, el más obvio: acercarse a ella, conocerla, darle amor de verdad.
Sólo al final de su vida se dio cuenta de esto.
Y tan sólo al final de su vida se dio cuenta de que, durante todo ese tiempo, había sido ella quien había poseído su alma -la de él-.