jueves, 14 de diciembre de 2023

Domesticación

 


La noche había comenzado como cualquier noche de luna llena: transformándose en lobo y rompiendo, por enésima vez, la ropa que llevaba puesta. Cientos de veces se había prometido a sí mismo desprenderse de la ropa antes de comenzar la transformación, pero siempre se olvidaba. Por fortuna hoy sólo llevaba un raído pantalón de deporte y una camiseta igual de raída.

Como decía, la noche había comenzado como cualquier otra noche de plenilunio. Adrián se había transformado y había salido a la calle en busca de carne fresca.

Evitando las calles más concurridas y escurriéndose por callejones, Adrián decidió acercarse a un parque no muy lejano donde no era raro que se reunieran algunos jóvenes y no tan jóvenes, en especial en noches de verano como aquella.

Tras un rato de acechar entre arbustos y árboles, el hombre lobo, de nombre Adrián, se fijó en una anciana que paseaba sola. No es que fuera el mejor manjar del mundo, pero para aperitivo ya le valdría. Se aproximó lentamente, con el cuerpo casi rozando el suelo, preparado para dar el salto sobre su primer plato.

Lanzó un gruñido bajo... y fue entonces cuando la vieja se giró, lo vió y lanzó un grito:

—¡Perro malo, qué susto me has dado! —y, sin más, le dio en el hocico con una revista que llevaba en las manos— ¡Eso por darme un susto de muerte! 

Adrián bizqueó, sorprendido y aturdido ante la reacción de la humana. Ese momento de confusión le bastó a la anciana para abalanzarse sobre él y comenzar a hacerle cucamonas.

La vieja usó el truco vil de rascarle tras las orejas y Adrián cayó presa de ese básico placer compartido con sus primos canes.

Casi enseguida, y sin apenas percatarse de lo que ocurría, el hombre lobo acabó tumbado, con las patas en alto, mientras la señora rascaba su tripa y le hablaba con voz infantil.

Finalmente, y sin saber ni cómo, Adrián terminó en casa de la susodicha anciana, con una correa al cuello, comiendo pienso e incapaz de atacarla porque había caído bajo el poder hipnótico que toda dulce ancianita posee y no sabía cómo librarse.

—El problema —pensó para sí—, va a ser mañana, cuando la señora se encuentre con un hombre desnudo en el suelo de su dormitorio.



jueves, 30 de noviembre de 2023

La momia




La momia avanza, anquilosada y torpe, hacia su víctima que, aterrorizada, retrocede buscando la puerta.

La momia es tan lenta que la futura víctima habría tenido tiempo de escapar y llegar a Tombuctú corriendo, pero esto es una historia de terror y en las historias de terror todas las víctimas se quedan como memas esperando el golpe/mordisco/puñalada/loquesea. 

Ya sabes, es su papel ser bobas.

Sí, sí, ya sigo.

Pues lo dicho, que la momia avanza a la escandalosa velocidad de un caracol con reúma hacia su víctima aterrorizada y un poco aburrida de tanta espera.

Ahora os tendría que explicar cómo es la momia, pero os lo voy a ahorrar porque, total, siempre es lo mismo, ya sabes: olor a podredumbre, manos que parecen garras, vendas sucias, ojos hundidos, boca desencajada y bla, bla, bla... Vamos, lo habitual.

Volvamos con nuestra amiga la momia que aún continúa con su avance y la víctima que ha decidido hacerse la manicura para pasar el rato.

¿Qué cómo es la víctima? Pues también lo habitual, ya sabes, rubia, ojos claros, muy atractiva, ropa provocativa, algo ingenua, curiosa y metomentodo, vamos, una petarda insufrible. Ya ves qué poca originalidad.

Pero, a ver, que me despisto y no avanzo, anda, mira, como la momia, que ahí sigue, anquilosada y torpe, avanzando hacia su víct... No, espera, no avanza nada porque se le ha enganchado un trozo de venda en un mueble y está intentando desengancharse.

¿Qué podríamos hacer en lo que se suelta o no se suelta?

Ah, sí, cómo llegó la momia basta aquí. Adivina, venga, es fácil. Eso es, un ladrón de tumbas, una pirámide, una momia, una maldición y... ¡Tará! La momia, a saber cómo acaba en Londres (dónde si no) persiguiendo a culpables e inocentes porque, para qué vamos a andar haciendo distinciones.

Parece que la momia ya ha resuelto su problema y sigue avanzando, aunque no sé a dónde porque la víctima, en lugar de esperar pacientemente como toda buena víctima, se ha largado a la cocina a hacerse un sandwich... ¡Y ni tan siquiera ha invitado! ¡Qué falta de educación! Se merece lo que le vaya a hacer la momia... si es que llega algún día hasta ella.

Tras este refrigerio, continuemos.

La momia avanza, anquilosada y torpe, hacia su víctima que, aterrorizada, retrocede buscando la puerta.

La bella joven, tropieza y se cae... Por supuesto, todas se caen, sino ya me diréis cómo hace la momia para atraparla con la velocidad supersónica que lleva. Pero esta momia, que parece especialmente torpe, va y tropieza. Ahora tardará una eternidad en levantarse.

¿Sabéis qué? Que esto es muy aburrido y paso de seguir narrando. A fin de cuentas, ya conocéis perfectamente el desarrollo, el nudo y el desenlace de esta historia y no me necesitáis para nada.

Con vuestro permiso, voy a buscar algo de comer en la cocina. Si queréis podéis acompañarme.



 

lunes, 27 de noviembre de 2023

El hotel

 


Era el hotel rural más decrépito y astroso que Avelino había visto en su vida, y había visto unos cuantos ya que su trabajo consistía, precisamente, en visitar hoteles, en concreto hoteles rurales. 

Por eso estaba allí, en aquella noche tormentosa y fría, para inspeccionar el hotel que se alzaba ante él y que, aún antes de entrar, ya había denegado todos los permisos habidos y por haber.

Avelino debería haber llegado hacía horas, pero se perdió en el camino y tuvo que dar miles de vueltas antes de conseguir orientarse correctamente. Así que entre eso y el frío, tenía un humor de perros y pensar en pasar la noche en aquel desastre con paredes no había hecho nada por mejorarlo.

Sacó del coche su pequeña maleta y se dirigió corriendo a la entrada del edificio tratando de proteger su monda cabeza con la chaqueta.

En recepción un hombre pálido y esquelético, aguardaba tras el mostrador:

—Buenas noches, señor, bienvenido al Hotel Muerte.

—¿Hotel Muerte? —se sorprendió Avelino— Vaya, el dueño debe de ser  un hacha del marketing —. Avelino esbozó una irónica sonrisa de medio lado — Aunque, dado el aspecto del lugar, el nombre resulta curiosamente adecuado.

—Bueno, señor, creo, humildemente, que es el único nombre posible para este lugar —Respondió el recepcionista—, dado que aquí vienen a parar aquellos que mueren en la comarca.

—Acabáramos, esto es una especie de broma por lo de la noche de Difuntos, ¿verdad? Pues yo no estoy para bromas. Mejor deme mi llave y dígame dónde está mi habitación.

—No sé de qué me habla, señor —comentó el cadavérico empleado—. Insulta usted mi profesionalidad si cree que bromeo con estas cosas. Mi trabajo es recibir y acomodar a nuestros huéspedes recién fallecidos y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo.

—Deje ya el papel. Es evidente que es una broma porque, mire, fíjese, yo no estoy muerto —replicó Avelino.

—¿Se llama usted Avelino Gutiérrez Benito? —preguntó el recepcionista consultando un destartalado ordenador.

Avelino asintió.

—Pues está usted muerto y bien muerto. Según esto, murió en un accidente automovilístico a unos  diez kilómetros de aquí, hará un  par de horas.

Avelino, enfurecido, gritó:

—¡Eso es una estupidez! Míreme, estoy aquí, hablando con usted y mire, ¿ve? Ahí está mi coche —dijo acercándose al ventanal y señalando al exterior—. Ese rojo de ahí, ese es mi coche.

—Ahí no hay ningún automóvil, señor —dijo con paciencia el recepcionista—. De hecho, ahí no hay nada. Usted, simplemente, apareció en nuestra puerta, señor.

Avelino dirigió su mirada hacia la ventana y, efectivamente, donde debería haber un paisaje otoñal y lluvioso bañado por la luz de la luna y su automóvil recién estrenado, no había nada o, quizás fuera mejor decir que más allá del cristal se extendía la Nada.

—Creo... creo que me voy a marear —, murmuró Avelino.

—No puede marearse, señor: está usted muerto y los muertos  no se marean.

Avelino miró al hombre y, por fin, se percató de que no era que fuera extremadamente delgado, sino de que se trataba de un esqueleto... Vestido con una túnica negra  y que, tras él, apoyada en el casillero de las llaves había una afiladísima guadaña.

Avelino se frotó la cara con gesto cansado y aturdido.

—De  modo que estoy... estoy... muerto.

—Sí, señor, muerto del todo.

—¿Y ahora qué?

—Ahora, señor, tome usted su llave, suba a su dormitorio y descanse en paz hasta que le llegue el momento de pasar al otro lado.

—¿Y luego qué?

—Luego, señor, no tengo ni idea, eso ya es cosa suya. Que pase usted una buena noche.




viernes, 24 de noviembre de 2023

Condena

 


El ataque fue brutal. Los zombis eran demasiados y nosotros demasiado pocos. Era un milagro que algunos hubiéramos logrado sobrevivir. 

En la refriega me había alejado de mis compañeros, así que me encontraba tendido entre unos arbustos, dolorido y cansado, cuando ellos se reagrupaban para reiniciar el camino.

Me apoyé sobre un codo y abrí la boca para llamar su atención cuando una mano sucia, fría y casi esquelética me la tapó.

Un olor pestilente llenó mis fosas nasales y una voz ronca, gutural, como salida de las profundidades de la tierra, me habló al oído:

—No grites —siseó—. No te muevas. Has recibido un mordisco en la pierna. Si te ven te matarán.

Miré mi pierna. Faltaba un buen trozo y sangraba profusamente. Respiré profundamente para no desmayarme.

Miré a quien me había detenido y ahogué  un grito.

Era un zombi, y de los más antiguos a juzgar por su aspecto.

—Shhh... —me dijo—. Ahora eres uno de los nuestros. Ahora tú eres el monstruo.


miércoles, 22 de noviembre de 2023

Mal viaje

 


Estaba ahí, de pie, pálido y con una escalofriante sonrisa en su cara.

Estaba ahí, al otro lado de la ventana, mirando hacia el interior, quieto y, sin embargo, terrorífico.

Estaba ahí, pero nadie me quería creer cuando dije:

—Hay un hombre ahí fuera.

La auxiliar de vuelo no se rió por pura educación, pero era obvio que no me había creído:

—Es imposible que haya un hombre ahí fuera, señor, estamos a 10.000 metros de altitud.

Intenté mostrárselo, pero el hombre había desaparecido.

Me quedé sorprendido y avergonzado:

—Quizás los nervios me han jugado una mala pasada. 

—No se preocupe, señor —me dijo la auxiliar—, estas cosas pasan. Le traeré un vaso de agua.

Y se alejó.

Cuando conseguí calmarme un poco volví a mirar por la ventanilla... y ahí estaba el hombre.

Mirándome y sonriendo.

Pensé que si lo ignoraba quizás volviera a desaparecer. Dejé de mirar e intenté concentrarme en el libro que había traído para leer durante el viaje.

Tras un rato volví a mirar, deseando que esa cosa no estuviera... pero estaba.

Y entonces grité y grité.

Intenté convencerles de que estaba ahí, pero nadie me creía porque nadie lo veía.

Sólo yo.

Era tal mi ataque de terror que acabaron atándome a mi asiento.

Y aquí estoy, viendo a ese extraño mirarme y sonreír, sonreír y mirarme.

Y, lo más aterrador de todo, viendo cómo se aproxima sin prisa, pero sin pausa.



lunes, 20 de noviembre de 2023

La paz del mar

 

El museo submarino me fascinó desde el primer momento. En cuanto supe de su inauguración corrí a comprar una entrada. Sentía la necesidad de sumergirme y verlo con mis propios ojos.

Fue una experiencia maravillosa. Única.

Bucear entre aquellas figuras me llenaba de paz.

Eran como fantasmas tranquilos, como apacibles espectros, como viejos amigos largo tiempo olvidados.

Volvía casi a diario a visitarlos.

Acariciaba sus rostros pétreos, tocaba sus  manos inmóviles, los rodeaba y danzaba con ellos, me sentaba a contemplar su serenidad estática.

Comencé a envidiarlos.

Todo allí era silencio y paz.

Y un día, por fin, me decidí.

Esperé a la noche y me sumergí hasta llegar a ellos.

Me acerqué al grupo que más amaba.

Me desprendí de las bombonas de oxígeno.

Me quité las aletas, el neopreno, las gafas...

Quedé desnudo y helado.

Me coloqué entre ellos, encajando mi cuerpo entre los suyos y atándome para que mi cuerpo no saliera a flote.

Me tumbé, cerré los ojos y esperé a que el agua llenara mis pulmones.

Desde entonces descanso aquí, con ellos, en la absoluta paz del mar.



jueves, 16 de noviembre de 2023

El ente


El ente -vestido blanco, el rostro cubierto por una larga cabellera oscura- estaba parado en mitad del largo pasillo por el que el hombre avanzaba a oscuras.

El espectro esperaba pacientemente a que el hombre se percatara de su presencia.

El hombre se limitó a atravesarlo con un ligero escalofrío que achacó a alguna ventana abierta.

El espíritu, algo frustrado, decidió cambiar de forma. Avanzó hasta ponerse, de nuevo, delante del hombre y se plantó ante él transformado en una monja de horrendas facciones.

De nuevo, el hombre pasó a través de su etéreo cuerpo sin ni tan siquiera sobresaltarse.

—Quizás recurriendo a los clásicos... —piensa el fantasma. Y decide transformarse en el manido y aburrido hombre sin cabeza.

Y, una vez más, el hombre lo atraviesa sin más.

El espectro, totalmente abatido, decide retirarse.

—Este hombre es de hielo —murmura mientras se retira.

El hombre tras recorrer el largo pasillo, llega a la puerta, llama a su perro guía, recoge su bastón blanco y sale de casa.



 

martes, 14 de noviembre de 2023

Miedo


El pequeño se aferra a su madre, aterrorizado. Hace días que su casa ya  no parece su casa. Se ha llenado de ruidos, pasos furtivos, susurros a veces lejanos, a veces muy cercanos, puertas que se abren y cierran solas. Lo que era un hogar seguro se ha transformado en una pesadilla.

La madre abraza al pequeño, lo arrulla entre sus brazos, acaricia su cabello e intenta calmarlo, mientras, insegura, mira hacia todos lados.

—No llores, no te asustes, no va a pasar nada. Nada te va a hacer daño. No pueden. Ya verás como acaban por marcharse.

Y mientras le sigue meciendo, le canta una nana.


En el salón, la familia reunida, oye una voz que entona una nana. Lejana. De ultratumba. Y un escalofrío recorre sus espaldas. Desde que se mudaron no cesan los sonidos de llantos, los susurros, y esa aterradora nana. Tal vez, piensan cada vez más a menudo, es cierto lo que nos contaron sobre los fantasmas.



jueves, 9 de noviembre de 2023

Centro comercial

 

El centro comercial está abarrotado. Cientos de personas se mueven en su interior, deambulando entre las tiendas como laboriosas hormigas, cada una ensimismada en su diminuto mundo.

Los empleados atienden amablemente, sonríen, cobran, escuchan reclamaciones.

Los clientes entran y salen, compran o miran, protestan, se quejan, a veces sonríen. Se sientan en los restaurantes y comen, beben, se quejan y, a veces, sonríen.

Cuando ocurrió, ninguno de ellos se percató del cambio. Algunos, a lo sumo, sintieron un escalofrío que achacaron al aire acondicionado. Nadie se dio cuenta de que todo el centro comercial había sido arrancado de la realidad y trasladado a ninguna parte.

Cuando alguno intenta salir, sencillamente, vuelve a encontrarse en el interior, sin recordar nada, como si acabara de llegar, como hámsters en una rueda eterna de compras y trabajo.

Zombis ensimismados en sus pequeños mundos.

Los empleados atienden, sonríen y escuchan reclamaciones.

Los clientes entran, salen, compran, miran, se quejan y, a veces, incluso sonríen.

Llevan así eones, la luz se ha vuelto vieja, el aire ha sido millones de veces respirado, pero ninguno de ellos lo sabe.


martes, 7 de noviembre de 2023

Eso


No necesitas girarte para saber que está detrás de ti. 

Escuchas su estertòrea respiración.

Los vellos de tu nuca se erizan.

Sabes que se aproxima y la huida es imposible. 

Ya puedes oler su pútrido aliento.

Tu corazón se acelera.

Tragas saliva con sabor a miedo.

Está justo en tu espalda. Lo sientes, lo sabes.

Notas unas manos, huesudas y frías, reptar hasta tus hombros.

Te lanza al suelo y al fin lo ves justo un instante antes de que comience a desgarrar.

Tus gritos parecen durar una eternidad, pero, al fin, piadosamentr, todos tus sentidos se apagan.

 


jueves, 2 de noviembre de 2023

Monstruo


 

‒No, cariño, en ese armario no hay ningún monstruo ‒decía la madre al pequeño que, abrazada a ella lloraba desconsolado‒. He mirado muy bien y ahí  no hay nada.

Sin soltar a su madre, el niño se atrevió a mirar al armario, ahora abierto de par en par y ya no parecía tan aterrador. Ahí dentro sólo estaba su ropa y algún juguete. Comenzó a sentirse más tranquilo.

‒De todos modos ‒continuó la madre‒. Si vas a dormir mejor, puedes venir a mi cama. ¿Quieres?

El niño, secándose las lágrimas, afirmó enérgicamente, moviendo su cabecita de arriba abajo.

La madre lo destapó, lo tomó en brazos, lo apretó contra sí y salió del dormitorio cerrando la puerta tras ella. A medida que avanzaba por el pasillo sus pasos iban cobrando velocidad.

Cuando llegó a su dormitorio siguió de largo hasta llegar el recibidor.  Tomó las llaves que descansaban en un mueble junto a la puerta y salió sin mirar atrás.

Efectivamente, en el armario no había ningún monstruo... porque estaba bajo la cama.


domingo, 29 de octubre de 2023

Rutina

Como cada noche, me siento en mi sillón favorito a ver mi programa de televisión favorito. 

Al rato comienzo a oír un lento arrastrar de pies que se aproximan por el pasillo. Pasos lentos, pesados, renqueantes.

Se detiene en la puerta. 

Me está mirando, puedo percibirlo, pero no pienso girarme. Quizás si la ignoro me deje tranquilo.

La muerte y el entierro han sido momentos muy duros, merezco paz... Y ella también.

Ah, ya se ha puesto otra vez en marcha. 

Oigo el lento siseo de sus pies pero, sobre todo, la huelo, es imposible no reconocer ese olor.

Sigo mirando al televisor, rezando para que se vaya de nuevo.

Pero no se va.

Llega hasta mi sillón.

La noto tras de mí.

Quiero que me deje en paz.

Sólo quiero ver mi programa.

No quiero mirarla.

Su mano demacrada se apoya sobre mi hombro y acerca su boca a mi oído.

Tampoco quiero oírla.

Estoy a punto de decirle que se vaya, pero ella es más rápida.

‒Cariño ‒me dice en un ronco susurro‒, es hora de volver. 

Intento seguir ignorándola.

‒Vamos, no seas cabezota ‒insiste‒. Este  ya no es tu lugar, y lo sabes.

Finalmente la miro y ella, con esfuerzo, intenta esconder su repugnancia con una sonrisa. Intento hablar pero, claro, mi garganta ya no puede emitir sonidos. 

Me levanto lentamente. Le he vuelto a dejar el sillón perdido de tierra, fluidos y bichos diversos.

Ahora soy yo quien arrastra los pies mientras ella me mira con algo que no sé muy bien si es tristeza, miedo o asco.

Salgo de casa y, despacio, muy despacio, regreso al cementerio.



viernes, 27 de octubre de 2023

La niña

 

La veo por el rabillo del ojo. Rubia, preciosa, seria... aterradora. No hace nada, ni siquiera sonríe, sólo está ahí, mirándome. He intentado girarme para verla, pero es imposible, se queda siempre en el borde de mi visión.

Lleva meses siguiéndome. No sé quién es ni qué quiere de mí. Pero sé, con una certeza absoluta, que si me quedo a oscuras algo terrible me va a ocurrir. 

No sé cómo, pero lo sé. 

Ahora duermo con las luces encendidas.Y tengo varias linternas y decenas de velas, sólo por si acaso. Debo tener siempre alguna fuente de luz que la mantenga a raya.

Evito salir de noche y, cuando no queda más remedio, busco siempre las calles más iluminadas.

No la veo andar, pero me sigue a todas partes.

Callada.

Quieta.

Rubia.

Preciosa.

Aterradora.

Las supuestas médiums que he visitado no pudieron ayudarme. La mayoría de ellas ni siquiera me creyeron.

Intenté contarlo, pero me miraron como si estuviera loca. Quizás lo esté. Ojalá lo estuviera.

Ahora mismo está ahí, mirándonos. A mí, que escribo y a ti, que lees.

Tienes suerte, tú no la ves. Ahora mismo sonríe y, créeme, no quieres verla sonreír.

Insisto, tienes suerte, yo sí la veo. Todos los días. A todas horas.

Tú, sin embargo, la olvidarás en cuanto dejes de leer estas palabras y no la verás jamás... O eso espero.



Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...