El ente -vestido blanco, el rostro cubierto por una larga cabellera oscura- estaba parado en mitad del largo pasillo por el que el hombre avanzaba a oscuras.
El espectro esperaba pacientemente a que el hombre se percatara de su presencia.
El hombre se limitó a atravesarlo con un ligero escalofrío que achacó a alguna ventana abierta.
El espíritu, algo frustrado, decidió cambiar de forma. Avanzó hasta ponerse, de nuevo, delante del hombre y se plantó ante él transformado en una monja de horrendas facciones.
De nuevo, el hombre pasó a través de su etéreo cuerpo sin ni tan siquiera sobresaltarse.
—Quizás recurriendo a los clásicos... —piensa el fantasma. Y decide transformarse en el manido y aburrido hombre sin cabeza.
Y, una vez más, el hombre lo atraviesa sin más.
El espectro, totalmente abatido, decide retirarse.
—Este hombre es de hielo —murmura mientras se retira.
El hombre tras recorrer el largo pasillo, llega a la puerta, llama a su perro guía, recoge su bastón blanco y sale de casa.
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