El pequeño se aferra a su madre, aterrorizado. Hace días que su casa ya no parece su casa. Se ha llenado de ruidos, pasos furtivos, susurros a veces lejanos, a veces muy cercanos, puertas que se abren y cierran solas. Lo que era un hogar seguro se ha transformado en una pesadilla.
La madre abraza al pequeño, lo arrulla entre sus brazos, acaricia su cabello e intenta calmarlo, mientras, insegura, mira hacia todos lados.
—No llores, no te asustes, no va a pasar nada. Nada te va a hacer daño. No pueden. Ya verás como acaban por marcharse.
Y mientras le sigue meciendo, le canta una nana.
En el salón, la familia reunida, oye una voz que entona una nana. Lejana. De ultratumba. Y un escalofrío recorre sus espaldas. Desde que se mudaron no cesan los sonidos de llantos, los susurros, y esa aterradora nana. Tal vez, piensan cada vez más a menudo, es cierto lo que nos contaron sobre los fantasmas.
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