lunes, 9 de diciembre de 2019

Invasión navideña


La invasión comenzó en Navidad. De manera tan sutil y silenciosa que nadie se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. 
Fue una invasión imposible de prever y de la que, en consecuencia, fue imposible defenderse.
No hubo una gran flota invasora con millares de naves descendiendo del espacio hacia nuestros hogares.
No aparecieron ciclópeas naves nodriza oscureciendo el cielo de las principales ciudades del planeta.
Por no haber, no hubo ni declaración de guerra, ni un discurso de “estamos aquí”, ni siquiera un mal “encuentro en la tercera fase” en el que se solicitara ver a nuestro líder.
Nada.
Sólo aquellas minúsculas, frágiles, brillantes y coloridas bolas colgando de todos y cada uno de los árboles de Navidad instalados por todo el mundo. 
Para Nochebuena el despliegue había concluido.
En la mañana de Navidad, las familias reunidas junto al árbol contemplaron como sus esféricos adornos emprendían el vuelo, titilando delicadamente y, delicadamente, comenzaban a lanzar rayos aturdidores.
Antes del 31, todos los gobiernos se habían rendido.
Desde entonces todo el mundo odia la Navidad.



martes, 3 de diciembre de 2019

Micros

Abducción

Mi vieja camioneta se detuvo en mitad de la nada sin motivo aparente y una potente luz blanca me deslumbró. Luego, perdí la consciencia. Al despertar estaba sobre algo que parecía una camilla, en una amplia sala de aspecto tan extraño que no sabría describirla. Giré la cabeza y vi que, cerca de mí, había un ser grisáceo, con grandes ojos y miembros extremadamente largos, como ET, ya sabes, pero más alto y bastante menos “achuchable”. Oí, extrañado, unos mugidos y, al mirar a mi alrededor, vi que, en unas cabinas transparentes, unas vacas se removían, ansiosas. 
Cuando las criaturas se dieron cuenta de que estaba despierto me rodearon, parloteando excitados. Como comprenderás yo estaba aterrorizado. No tenía ni idea de qué iban a hacerme, así que, en un instante, mi imaginación me presentó decenas de posibles futuros y ninguno me pareció especialmente agradable.
Pero no ocurrió nada de lo que imaginé.
Los extraterrestres sólo me hablaban y me hacían gestos.
Querían algo de mí.
Algo que me llevó un largo rato averiguar.
Algo que jamás hubiera imaginado.
No querían investigar sobre nuestra sociedad.
No querían saber nada de nuestra cultura.
No les interesaba nuestra biología.
Lo único que querían es que les enseñara a ordeñar las vacas. 
Nadie me cree, pero es cierto, los alienígenas habían descubierto la leche y les encantaba. Es por eso que abducen tantas vacas.


Robots I

Les advertimos que debíamos quitar ese mensaje de la página, que íbamos a tener problemas, pero a sus señorías les pareció un gasto innecesario. Pues ahí tienen el resultado: cientos de robots congelados en un bucle sin fin, debatiéndose  entre su deber de votar y su imposibilidad de mentir. Y todo porque, tras conceder el derecho al voto a las máquinas, no quitaron del acceso a la web electoral el dichoso mensajito de “No soy un robot”.




Robots II

“No soy un robot”, leyó. 
Sólo debía hacer clic en esa pequeña casilla y tendría acceso a la web.
“No soy un robot”, tan sencillo. Un pequeño gesto de su dedo, un mínimo movimiento y todo resuelto.
“No soy un robot”, tan fácil, tan simple... tan imposible para un robot.




martes, 29 de octubre de 2019

La voz


El oscuro pasillo bulle de vida. Cosas viscosas reptan y se deslizan. Diminutos chillidos agónicos llenan un aire que apesta a muerte. No hay recodos donde esconderse.  O avanzas o retrocedes. No hay más. 
Una voz a tu espalda te azuza, te aguijona, te incita.. 
—¡Decide! ¡Rápido! ¡Vamos! ¡Decide! Sigue adelante o vuelve atrás. Pero ya. ¡Pronto! Sigue o vuelve, pero hazlo ya.
Y tú corres, hacia delante, o eso crees, porque la voz la tienes detrás, o eso te parece.. Avanzas a trompicones, o tal vez retrocedes, en esa oscuridad no puedes estar seguro. Resbalas, caes, te levantas, te golpeas contra las paredes, rebotas en ellas, cambias de sentido continuamente, te sientes como una bola de pinball. A tu alrededor sólo la oscuridad, el aroma a putrefacción y la voz:
—¡Vamos! ¡No te pares! ¡No descanses! ¡Sigue corriendo! ¡No lo pienses, no tiene sentido! Da igual hacia dónde, no le des más vueltas. ¡Hazlo! 
Y tú sigues corriendo, casi sin fuerzas, aspirando el aire enrarecido a grandes bocanadas, el corazón tamborileando al ritmo de un batería enloquecido. tus sentidos agudizados al máximo. 


El simio ascentral ha tomado el control de tu cuerpo y trata de alejarse del depredador que le acosa.
La voz sigue hablando, con urgencia. Te gustaría pensar que se preocupa por ti, que intenta cuidarte, animarte, guiarte, ponerte a salvo. Te empuja, te impulsa y tú la escuchas y la obedeces. No puedes hacer otra cosa. Así que sigues obedeciendo:
—¡Derecha o izquierda! ¡Vuelve a elegir! ¡Izquierda o derecha! Decide, pero no dejes de moverte. Parar no es una  opción. ¡Vamos, vamos, vamos....!
Llevas mucho tiempo corriendo, demasiado para tus músculos, demasiado para tus pulmones, demasiado para tu corazón, demasiado para tu cerebro. Estás a punto de derrumbarte. Sólo la fuerza de voluntad te mantiene en pie, y eso también se está acabando. El momento de la rendición está cerca. Un olor nauseabundo inunda tu nariz, algo roza tu nuca. El final se aproxima, inexorable.
Y la voz, esa voz que te ha acompañado todo el camino, te urge una vez más:
—¡Ahora! ¡Ya! ¡Avanza o retrocede! ¡Corre! ¡Ve hacia tu muerte! Ya sólo te queda elegir cómo quieres morir...
Y tú, gimiendo y llorando, avanzas, aterrorizado, pero aliviado porque el fin está cerca.

martes, 8 de octubre de 2019

Elecciones


Una vez concluido el debate electoral, las luces del estudio comienzan a apagarse. En el pequeño escenario montado para la ocasión los tres candidatos, suspendidos en poses circunspectas, aguardan.  

En cuanto el último trabajador abandona el estudio por la puerta principal, se abre otra, casi invisible para quien no sepa que está allí, por la que entran otros hombres, unos con aspecto de técnicos, otros con maletines de cuero y excelentes trajes que lo mismo podrían ser altos ejecutivos, que agentes secretos pero que, en realidad, son ingenieros. Más concretamente ingenieros especializados en robótica. 

Mientras los técnicos se aproximan a los “candidatos” y revisan que todo esté correctamente antes de devolverlos al almacén, los ingenieros cuchichean sobre las incidencias del debate. 

—CAND3 me preocupa, comienza a desvariar, tal vez llegó la hora de sustituirlo o nos ocurrirá como aquel que decía aquellas frases tan graciosas. 

—¿Te refieres al de “somos sentimientos y tenemos seres humanos”? ¡Era muy divertido! 

—Sí, sí, mucho, pero en qué líos se metía. Tendríamos que haberlo retirado antes. Y CAND3 lleva su mismo camino, así que estad atentos. 

—CAND1 y CAND2, bien, aunque quizás podríamos moderar un poco a CAND1, creo que hemos exagerado un poco. 

—¿Estás seguro? Mira que se supone que es el que ha de ganar. que ya sabes que este año toca “cambio” —el ingeniero entrecomilla imaginariamente su cabeza—. Si lo hacemos ahora la transformación será demasiado evidente. Yo creo que lo mejor es dejarlo así y ya lo iremos moderando durante el mandato.  

—En cuanto a CAND2, bueno, pues ahí está, en su papel de aspirante gris y sin sustancia. Vamos, que ha estado como debe de estar: como si no estuviera. 

—Ya sabes, los de arriba lo reservan para unas futuras elecciones. Será el que salve a todos del radical CAND1. 

—¡Qué pantomima tan absurda cada cuatro años! No sé por qué los jefazos se empeñan en seguir fingiendo que existe eso llamado democracia en lugar de decir abiertamente que da igual lo que diga “el pueblo” —el ingeniero volvió a dibujar las imaginarias comillas a ambos lados de su calva cabeza— porque ya está todo decidido y más que decidido. 

—Ya te lo hemos explicado mil veces: mientras la gente crea que tienen algún poder de decisión, estarán más o menos tranquilos, protestarán y se quejarán, pero no habrá ninguna algarada real pues piensan que, con el próximo, quizás, las cosas sean diferentes.De este modo, el Gran Consejo Mundial puede seguir gobernando en la sombra con cierta tranquilidad. El sistema funciona... más o menos... Y, total, tampoco es que se diferencie mucho de la época en que los candidatos eran seres humanos. Así que...

El ingeniero se encoge de hombros, cierra su maletín y, dando una palmada, sugiere una visita al bar de la esquina.  

Los futuros gobernantes del país aguardan, inmutables, que los operarios les hagan una última revisión antes de encontrarse -sonrientes unos, ceñudos otros, entregadísimos todos a su causa- con los periodistas que ya aguardan a la salida de los estudios. 

En unos días se alzará un nuevo presidente... y el mundo seguirá girando. 

sábado, 13 de julio de 2019

Inmutabilidad




Instaló el último chip, comprobó el último circuito, dio un último repaso a todo y, finalmente, con un suspiro de satisfacción, dio por concluida la máquina del tiempo. Tras un rato de mirarla con orgullo de padre, entró en la cabina. Acercó sus manos temblorosas al panel de control y lo acarició tiernamente antes de empezar a pulsar botones. Había llegado el momento de comprobar si, efectivamente, funcionaba. Escogió ir tan sólo unas décadas en el futuro, hizo unos breves cálculos para compensar los movimientos de rotación y traslación del planeta y no acabar en mitad del océano, introdujo los datos, pulsó el botón correspondiente y viajó al futuro.
Salió de la cabina, muy emocionado y algo preocupado por lo que podía encontrar y quedó sorprendido al ver que nada había cambiado. Aquello era su laboratorio de siempre, el que había construido en el sótano de su casa. Por si acaso, se animó a subir hacia la planta y alta y... Sí, allí todo seguía exactamente igual. O sea, que su máquina había fallado.
Volvió al sótano y entró de nuevo en la máquina del tiempo dispuesto a probar una vez más. Avanzaría otras cuantas décadas.... Nada.



Siguió probando durante toda la noche, pero cada vez que salía se encontraba con su laboratorio exactamente tal como lo había dejado, sin tan siquiera una mota de polvo más.
Pasó días revisando, desmontando y volviendo a montar, repasando cálculos, examinando hasta el más pequeño de los circuitos... Todo parecía correcto y, sin embargo, cada vez que intentaba viajar nada pasaba.
Al fin, un día, se rindió a la evidencia: la máquina del tiempo, su máquina del tiempo, no servía para nada. Subió por última vez las escaleras del sótano, cerró la puerta con llave y dejó allí olvidado el sueño de su vida.
Fue una lástima que en ningún momento se le ocurriera salir de su laboratorio. De haberlo hecho, habría descubierto que su máquina sí que funcionaba y que sería su hijo quien lo descubriría tras su muerte, y todo esto lo habría descubierto sólo con leer la placa instalada en la entrada a su casa-museo.
Claro que, de haberlo hecho, esta historia no habría podido escribirse.

lunes, 10 de junio de 2019

Cumpleaños número 17


“You are the dancing queen
Young and sweet
Only seventeen
Dancing queen
Feel the beat from the tambourine, oh yeah
You can dance
You can jive
Having the time of your life
Ooh, see that girl
Watch that scene
Dig in the dancing queen”.


Diecisiete años. El primer curso de bachillerato casi finalizado, las notas a punto de ser entregadas. En un par de días, el primer fin de semana fuera sin supervisión de adultos, ella ha buscado el apartamento, ella ha hecho la reserva, ella se ha estado tragando todo el estrés que organizar algo así conlleva.

“You are the dancing queen
Young and sweet
Only seventeen
Dancing queen
Feel the beat from the tambourine, oh yeah
You can dance
You can jive
Having the time of your life
Ooh, see that girl
Watch that scene
Dig in the dancing queen”.

Diecisiete años. El verano a las puertas. Planes con los amigos (cruzando dedos para que no se fastidien). Conciertos y festivales a la vista. La idea de buscar un trabajillo para esos meses apareció y se desvaneció sin materializarse. Ya habrá tiempo.


“You are the dancing queen
Young and sweet
Only seventeen
Dancing queen
Feel the beat from the tambourine, oh yeah
You can dance
You can jive
Having the time of your life
Ooh, see that girl
Watch that scene
Dig in the dancing queen”.

Diecisiete años y ya pensando en el último año de bachillerato, la futura EBAU, las becas y la universidad. Tan lejos. Tan cerca.


“You are the dancing queen
Young and sweet
Only seventeen
Dancing queen
Feel the beat from the tambourine, oh yeah
You can dance
You can jive
Having the time of your life
Ooh, see that girl
Watch that scene
Dig in the dancing queen”.

Diecisiete años. Amigos que se han ido. Amigos que se irán. Amigos recién hechos. Amigos por hacer. 

“You are the dancing queen
Young and sweet
Only seventeen
Dancing queen
Feel the beat from the tambourine, oh yeah
You can dance
You can jive
Having the time of your life
Ooh, see that girl
Watch that scene
Dig in the dancing queen”.

Diecisiete años. Comparte gustos musicales con sus padres. Caso extraño donde los haya. Aún se lo pasa bien con nosotros. Caso extrañísimo donde los haya. Cada día con más desparpajo y seguridad. Autoestima a prueba de bombas. La presión del grupo parece resbalar por su piel como aceite. La participación en clase sigue siendo su punto débil en su vida estudiantil.


“You are the dancing queen
Young and sweet
Only seventeen
Dancing queen
Feel the beat from the tambourine, oh yeah
You can dance
You can jive
Having the time of your life
Ooh, see that girl
Watch that scene
Dig in the dancing queen”.

Diecisiete años. Esos son los que cumple nuestra “Dancing Queen, young and sweet”. Para la mayoría de nosotros son pocos. Para ella son muchos. Todo es cuestión de perspectiva, ya se sabe.

Feliz cumpleaños, dancing queen :)

miércoles, 29 de mayo de 2019

DECISIONES


1 de junio de 3215 



Sentados ante una brillante mesa de una espaciosa oficina cuyos amplios ventanales se asoman a un plácido jardín bañado por el sol, cuatro personas conversan sobre la situación mundial: 

—El Consejo Mundial está a punto de claudicar ante los Djorgs y ya sabéis lo que eso supone —dice el que parece de mayor edad. 

—Que a partir de mañana los humanos pasaremos a ser, de facto, otra especie esclava de los alienígenas —responde una mujer menuda sentada frente a él. 

—Siempre dije que volvernos tan extremadamente pacifistas no podía traer nada bueno. Cierto que ya no hay guerras, pero nos hemos quedado indefensos ante seres de otros planetas, tal como ha quedado más que probado —se explaya un tercero. 

—Bueno, disponemos de una máquina del tiempo... —replica una mujer con aspecto de walkyria—  Y somos los únicos con acceso a ella. Quizás si alguien regresara al momento en que las ideas pacifistas triunfaron y encontrara el modo de darles un ligero frenazo, lo justo para no quedar por completo inermes, podríamos salvar el planeta.  

Los cuatro discuten durante unos minutos la posibilidad o imposibilidad del asunto y, finalmente, la cuestión se zanja con un:  

—Bueno, tampoco hay nada que perder. 

Y, sin más, los cuatro se dirigen hacia la máquina del tiempo. 



1 de junio de 3215 


Sentados ante una severa mesa de una austera oficina, cuyos ventanales enrejados se asoman a un patio de cemento en el que decenas de reclutas realizan sus ejercicios matinales, cuatro personas conversan sobre la situación mundial: 

—El Líder Supremo está descontrolado, no atiende ni a las razones de los más cercanos y ya sabéis lo que eso supone —dice el que parece de mayor edad. 

—Que a partir de ahora las purgas serán aún más exhaustivas, que habrá nuevas levas y reclutas aún más jóvenes, que todos nuestros ya escasos recursos se irán a una nueva y estúpida guerra —responde una mujer menuda sentada frente a él. 

—Siempre he creído que, si en lugar de un ser humano, nos guiará una IA, las cosas nos irían mejor, puestos a vivir bajo una tiranía, prefiero la de un ente sin pasiones —se explaya un tercero. 

—Bueno, disponemos de una máquina del tiempo... —replica una mujer con aspecto de walkyria—  Y somos los únicos con acceso a ella. Quizás si alguien regresara al pasado y esparciera ciertas ideas entre los científicos adecuados... 

Discuten durante unos minutos la posibilidad o imposibilidad del asunto y, finalmente, la cuestión se zanja con un:  

—Bueno, tampoco hay nada que perder. 


Y, sin más, los cuatro se dirigen hacia la máquina del tiempo. 




1 de junio de 3215 


Sentados ante una mesa de una fría oficina, cuyos ventanales se asoman a unas amplias avenidas donde robots de diferentes tamaños y formas se afanan en sus tareas, cuatro personas conversan sobre la situación mundial: 

—OC sigue convencido de que lo mejor para todos es parecernos más a él y ha decidido que a cada uno de los humanos le debe ser implantado un chip intracerebral. Ya sabéis lo que eso supone —dice el que parece de mayor edad. 

—Que a partir de ese momento seremos como máquinas controladas por el Ordenador Central, llenos de lógica y vacíos de sentimientos y personalidad —responde una mujer menuda sentada frente a él. 

—Siempre he pensado que fue una lástima que los luditas no lograran tener éxito en su lucha contra las máquinas, no digo yo parar el avance científico, pero creo que dirigirlo un poco no habría estado mal —se explaya un tercero. 

—Bueno, disponemos de una máquina del tiempo... —replica una mujer con aspecto de walkyria—  Y somos los únicos con acceso a ella. Quizás si alguien regresara en al pasado y echara una mano a esos luditas... 

Discuten durante unos minutos la posibilidad o imposibilidad del asunto y, finalmente, la cuestión se zanja con un:  

—Bueno, tampoco hay nada que perder. 


Y, sin más, los cuatro se dirigen hacia la máquina del tiempo. 




1 de junio de 3215 


Sentados ante la gran mesa de madera de una oscura oficina, cuyos ventanales se asoman a un claustro por el que unos pocos monjes pasean en silenciosa meditación, cuatro personas conversan sobre la situación mundial: 

—El Santo Padre ha decidido prohibir cualquier tipo de enseñanza, ni tan siquiera un mínimo de lectura y escritura, nada. Ya sabéis lo que eso significa —dice el que parece de mayor edad. 

—Que a partir de ahora perderemos los escasos avances que hemos logrado, que la ignorancia campará por el mundo y que el conocimiento quedará en manos de los más poderosos —responde una mujer menuda sentada frente a él. 

—Siempre he pensado que lo peor que nos pudo ocurrir fue no poder librarnos de la religión cuando tuvimos la oportunidad —se explaya un tercero. 

—Si no se hubiera declarado a la ciencia como herética, quizás no nos estaríamos iluminando aún con velas —replica una mujer con aspecto de walkyria—  Quizás hasta habríamos podido viajar en el tiempo y cambiar nuestra historia, ¿quién sabe? 

Discuten durante unos minutos la posibilidad o imposibilidad del asunto y, finalmente, la cuestión se zanja con un:  


—Por desgracia eso es algo que nunca sabremos. 


domingo, 14 de abril de 2019

MIRADAS


Publicado en el libro de relatos "En el laberinto del laurel" editado por el Ayuntamiento de Murcia y la Asociación Yo Nemanílica.



Lo veo cada día en el parque, en su silla, con ese curioso aspecto de astronauta perdido en un mundo desconocido. Rodeado siempre de su familia. que orbita en torno a él, tres planetas perfectamente sincronizados, nunca demasiado lejos.
Llama la atención. Es inevitable.
Veo los ojos moverse a su paso, veo cejas que se alzan, ceños que se fruncen.
Veo miradas huidizas, miradas de reojo, pupilas escondidas tras las enormes y oscuras lentes de unas gafas de sol. Ojos que miran sin querer ver y fingiendo que no miran.
Veo miradas de pena, alguna de curiosidad y otras, las menos, de burla y desprecio. Veo tantos tipos de miradas como tipos de personas existen en este mundo nuestro.
Advierto los codazos que quieren ser disimulados, las llamadas de atención disfrazadas, los dedos que señalan con descaro, las cabezas que se giran con cuidada discreción. La mayoría de las personas intentan fingir que no observan, en cambio los niños carecen aún de filtros diplomáticos y miran sin reparos, los más pequeños se acercan, valientes, mientras sus madres corren azoradas a apartarlos pidiendo balbuceantes disculpas. Algunos otros, una minoría mal educada y de escasa empatía, curiosean sin el menor rastro de vergüenza.
Yo también miro, lo hago todos los días desde hace varios meses.

Lo miro a él, que parece tan frágil, sus brillantes ojos llenos de inteligencia y tan llenos de curiosidad como los míos, absorbiendo la vida que se mueve a su alrededor como una pequeña esponja. Miro a sus padres, sus miradas preocupadas y llenas de amor, sus rostros agotados, sus automatizados pero cariñosos cuidados cotidianos.
Mis ojos se mueven, se apartan de ellos, los observados, los vigilados, y vuelven a mirar a quienes les miran, los observadores, los vigilantes, sus caras de desconcierto, de pena o de curiosidad. En algunos rostros llego a ver, incluso, las tres miradas alternándose en rapidísima sucesión.
Observar, para mí, es un acto compulsivo, casi instintivo, necesito mirar, contemplar, diseccionar y luego plasmar por escrito todo cuanto veo y siento. Son mis ojos quienes me ayudan a entender el mundo, los que me ayudan a captar la esencia, las herramientas con las que intento indagar y aprehender. Por eso, mis ojos, espías e intrusos, les siguen y escrutan hasta sus menores movimientos. Sin maldad, pero con mucha curiosidad.

Ellos saben que les miro, que les miramos. Se saben observados, son conscientes de que nuestras pupilas se clavan en él, en su silla, en los cables que le rodean como tentáculos de plástico. Saben lo que pensamos, lo que sentimos, lo que callamos, lo que quisiéramos preguntar y no preguntamos, saben todo eso y lo soportan con estoica paciencia. ¿Qué otra cosa pueden hacer? ¿Enfrentarse a los mirones? ¿Recriminarles? ¿Ocultarse? No les queda otra que aguantar e intentar ignorar esas miradas. Duelen, por supuesto que duelen, pero cosas más dolorosas que esas soportan a diario y ahí siguen, luchando.
Pasé días y días mirando, contemplando, observando y anotando hasta el más mínimo detalle mientras en mi interior se libraba una durísima batalla entre mi curiosidad y mi pudor. Finalmente las ganas de saber más vencieron a mi vergüenza y me acerqué a ellos, despacio, con timidez de adolescente, avergonzado de invadir su intimidad pero arrastrado sin remedio por mi insaciable sed de saber.
Y entonces fueron ellos quienes me miraron, sus ojos sorprendidos, inquisitivos, intrigados. ¿Quién eres?, preguntaban sus miradas, ¿qué quieres?, ¿qué buscas?, ¿por qué quieres robar nuestro tiempo? Atravesado por esas miradas llegué hasta ellos con la sonrisa del que sabe que molesta y, con voz ronca, hice la pregunta que todos quieren hacer pero que no tienen la suficiente valentía para lanzarla al aire en alta voz.

 Y ellos, dirigiendo una mirada amorosa al pequeño y una mirada tentativa a este molesto intruso, dubitativos ante mis posibles intenciones, me respondieron con un nombre hasta ese momento desconocido para mí, un nombre que les hice repetir media docena de veces antes de poder entenderlo. Probé a decirlo y mi lengua se enredó, tropezó, se hizo un nudo con esas dos palabras y sus diecinueve letras.
Ellos me observaban, divertidos, con una pequeña chispa de guasa en sus ojos. Yo tampoco pude evitar una sonrisa ante mi torpeza.
Debí repetir la palabra varias veces hasta que mi boca logró decirla sin atascos ni tartamudeos.
-Miopatía ne-ma-lí-ni-ca -pronuncié la segunda palabra muy despacio para no volver a trastabillar entre sus letras. Nunca había oído hablar de esa enfermedad, así que seguí con mi impertinente interrogatorio. Tenía que saber. Quería aprehender todo cuanto pudiera en ese pequeño intervalo temporal que me estaban concediendo tan amablemente.
Ellos, con la mirada resignada y cansada de quien ha repetido la historia decenas de veces, me contaron todo. La ilusión de la espera, el dolor del descubrimiento, la confusión, el duro aprendizaje diario, la lucha cotidiana. Avanzando lentamente, paso a paso pero sin descanso.

Su historia me conmovió como pocas lo habían hecho, el corazón se me encogió un poquito de pena por lo sufrido y se me ensanchó otro poco de admiración por su lucha silenciosa, por su guerra sin épica, por sus batallas sin gloria, por el amor que entregan y el que reciben a raudales.
Esos desconocidos a los que invadí con mi impertinente curiosidad fueron creciendo ante mis ojos hasta transformarse en héroes. Sin medallas. Sin oropeles. Sin pompa. Sin fatuidad. Sin vacuos discursos ni grandes desfiles. Héroes de los de verdad. Héroes con el gran pequeño valor cotidiano, héroes de la lucha diaria y callada. Esos pequeños héroes que nadie ve ni quiere ver.
Desde ese día mi mirada cambió. Sigue siendo curiosa porque mi curiosidad nunca se sacia y siempre hay algo más que quiere saber, pero ahora mis ojos, además de mirar, comprenden y reconocen.
Miro a los que pasan a su lado. Busco sus ojos y miro sus miradas. Y pienso, porque además de mirar pienso, que no es malo el mirar, que lo malo es el no ver, el no reconocer, el no meditar sobre aquello que se ve y que no se conoce, el no inquirir y buscar y entender...
Lo malo es taparse los ojos por no ver.
Lo malo es ignorar lo que se ve.
Hacer visible es conocer, conocer es entender y entender puede ser el primer paso para ayudar.
Yo sigo mirando porque ya no puedo no mirar.
Sigo viendo porque ya no puedo no ver.
Sigo aprendiendo porque ya no puedo no aprender.
Sigo esperando el momento en que seamos muchos los que reconozcamos lo que vemos y que la lengua no se nos haga un nudo cuando intentemos pronunciar esa palabra tan difícil: ne-ma-lí-ni-ca.

Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...