jueves, 18 de septiembre de 2014

Libro Sagrado


Con extremo cuidado, el sacerdote trasladó el sagrado libro desde el arcón en el que reposaba cada noche hasta la gran mesa en la que dos escribas pasaban todas las horas de luz copiando minuciosamente la divina palabra. Un ejemplar sería para el Monarca de las Tres Ciudades y el otro para el Sumo Sacerdote.
Los dos monjes encargados de las copias trabajaban de sol a sol, sin apenas descanso, turnándose para comer y beber apresuradamente para no perder tiempo de luz. Lenta y delicadamente ambos hombres iban copiando los dibujos y las incomprensibles palabras. Sin prisas, porque las cosas sagradas deben hacerse de manera concienzuda y lenta, para no cometer fallos que afeen el trabajo divino y tergiversen el mensaje de los dioses.
Los nuevos libros serían magníficos. En ellos sólo se usaba lo mejor de lo mejor: las más caras pinturas, los colores más brillantes, los pinceles más finos, finísimo pan de oro e, incluso, incrustaciones de piedras preciosas, un lujo totalmente ajeno al sencillo y humilde aspecto del Santo Libro, de papel quebradizo y colores apagados por el tiempo y el uso. Tan ajado, que sólo era sacado en ocasiones excepcionales y sólo el abad de la Sacra Orden Custodia y el Sumo Sacerdote podían tocarlo. Siempre, eso sí, con las manos enguantadas pues el contacto de mortales manos mancillarían la santidad del libro.
Existían multitud de historias, mitos, leyendas y misterios en torno al libro pero el mayor misterio del mismo era su contenido pues no había nadie que conociera el arcano lenguaje en el que estaba escrito. Muchos habían intentado encontrar sentido a aquellos signos e imágenes pero nadie, hasta el momento, había dado con la clave que permitiera descifrar la palabra de los dioses.
Los monjes custodios, sin embargo, no se ocupaban de esas cosas. En primer lugar porque ellos sólo existían para proteger el Santo Libro y, en segundo lugar, porque seguían las enseñanzas del profeta Ingrar quien afirmaba que sólo el Elegido por los dioses sería capaz de leer los secretos en él escondidos.
Entretanto, ellos, los humildes monjes cuidaban, protegían y copiaban con infinita paciencia e infinito cuidado cada dibujo, palabra y frase del Sagrado Libro:

La osa Isa lee la a.
La paloma Meme lee la e.
El oso Luis lee la i.

 

Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...