Cada año la Navidad empezaba antes. Los ayuntamientos habían comenzado a competir por ser los primeros en iluminar las calles y las grandes superficies intentaban ganar más clientes adelantando el ornato y la venta de productos navideños. Así que, año tras año, la época navideña ganaba una semana más al calendario hasta que, finalmente, casi sin darnos cuenta, acabamos viviendo en una Navidad permanente. Los abetos, las estrellas, el espumillón, los polvorones, los turrones, los roscones, las luces cada vez más espectaculares y cada vez en más calles, los villancicos pasaron de ser cosas especiales y puntuales a formar parte de la vida cotidiana.
La gente estaba tan harta que comenzó a esperar los escasos días en que todo eso desaparecía con la misma ilusión que antes dedicaba a la Navidad... y entonces los centros comerciales descubrieron un nuevo filón.
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