11 de diciembre
Calle San Vito, 24
El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.
Tercero izquierda: Helena
Helena es una mujer aún joven, divertida, elegante, inteligente, independiente... Helena tiene muchas virtudes y muchos talentos, pero el de mantener relaciones sanas no se incluye entre ellos.
Su vida amorosa ha sido, desde sus inicios, allá con 15 años, una sucesión de malas elecciones y peores decisiones, una montaña rusa, con altas y breves cimas y profundos, muy profundos valles. Helena, en fin, amorosamente hablando es un desastre, una enamorada del amor en perpetua busca de una relación. Y relaciones encontraba, muchas, tantas que llevaba varios años encadenándolas, pero todas abocadas al fracaso aún antes de nacer.
Su lista de ex incluía un amplio catálogo de todo lo que no le convenía: desde aquel primer noviete que se dedicaba a trapichear con drogas, pasando por el que tenía problemas con el manejo de su ira, el que tenía un problema de alcohol, el mujeriego empedernido, el estafador y así hasta llegar a su último ex: el celoso-posesivo-controlador.
Todos ellos unas auténticas joyas.
Y luego llegó el Covid y la vida se paralizó.
Toda.
Helena ya no salía los fines de semana, se puso a teletrabajar, ya no se relacionaba más que con sus amigos de siempre y hasta abandonó las apps de ligue. Y, sin darse cuenta, alcanzó una paz que nunca había conocido. Dejó de buscar, dejó de preocuparse, dejó de vivir para unas relaciones que no le aportaban nada y, al fin, comenzó a ser ella.
Sólo ella.
Nada más que ella.
Helena, mientras arregla su diminuto árbol navideño, reflexiona sobre el año que acaba y llega a la conclusión de que, en el fondo, y a pesar de todo, ha sido su mejor año en mucho tiempo, un año en el que ha aprendido a conocerse, a sentirse bien en soledad, a darse cuenta de que tener una relación está bien, pero no es la panacea de la felicidad.
Este año Helena no puede volver a su pueblo por culpa de los confinamientos perimetrales, y, por vez primera en años, no tiene pareja, de modo que pasará la Navidad sola, en su piso, consigo misma.
Helena, una vez acabada su escueta decoración de Navidad, toma una copa de vino, una manta, un libro y, con un suspiro de satisfacción, se sienta en el sofá a leer y a disfrutar de su compañía.
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