13 de diciembre
Calle San Vito, 24
El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.
Segundo derecha: Lucía y sus padres
Lucía y su padre han pasado parte de la tarde preparando galletas y, ahora, mientras se hornean, la niña ayuda a su madre a colocar la decoración navideña. Para Lucía es una tradición inveterada aunque en realidad sólo tiene unos tres años de antigüedad. En un año tan raro como ha sido este 2020, cualquier cosa que suene normal, que huela a cosa usual, es como un bálsamo de tranquilidad para la niña. Han sido meses de vivir cosas extrañas y fuera de lo común, demasiadas.
Lucía no entendía demasiado bien lo que había ocurrido. Un día estaba en el cole y, al siguiente, ya no podía ir, ni salir al parque, ni nada.
Al principio, lo de dar clases en casa, le pareció estupendo. No tenía que madrugar tanto, ni pasar frío cada mañana, ni mojarse si llovía, pero al cabo de muy poco le comenzó a parecer un rollo: los profes le daban más trabajo que yendo al cole y echaba mucho de menos a sus amigos, especialmente a Emma y Camila, sus “más mejores amigas del mundo”.
Lo bueno es que sus papás también se tenían que quedar en casa.
Lo malo es que parecían muy preocupados.
El día que los dejaron volver al parque. Lucía saltó de alegría. Otra vez el sol, la calle, la gente, el ruido, sus amigos... Ahora tenía que ir con la mascarilla, pero no importaba, tenía hasta su punto divertido eso de ir todos como los ladrones de las películas.
Volver a clase fue genial, ver a todos sus amigos aunque no les dejaran ni abrazarse fue estupendo. Todo era muy, muy raro, pero, bueno, al menos estaba otra vez con ellos y con sus profes de siempre.
Le habían dicho que Navidad iba a ser también diferente aunque, de momento, Lucía no veía ninguna diferencia. Había luces en la calle, en el cole habían puesto toda la decoración y en casa, lo mismo. Su mamá ya le había dicho que este año vería a los abuelos, pero no a los primos porque no podían reunirse todos por culpa del bicho. Ellos irían en Nochebuena y los primos el día de Navidad. Luego, el día de Año Nuevo, tocaba ir a casa de los papás de papá y sus otros primos irían en Nochevieja. A la niña le daba un poco de pena no ver a sus primos, pero, bueno, al menos vería a sus abuelos, aunque le habían dicho que, por si acaso, mejor no abrazarlos demasiado, y eso sí que iba a ser, también muy raro, con lo besucona que eran las abuelas.
Las luces del árbol se encienden y papá trae las galletas y el chocolate para merendar.
A pesar de lo raro que es todo, Lucía es feliz: tiene galletas, tiene chocolate, tiene un árbol precioso y, sobre todo, tiene a sus padres.
Lucía no necesita más.
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