10 de diciembre
Calle San Vito, 24
El edificio es de lo más anodino, ni moderno ni antiguo, ni feo ni bonito, ni demasiado alto ni demasiado bajo. No tiene nada de especial. Ni siquiera sus habitantes. Un edificio insignificante, en una calle insignificante de una ciudad insignificante.
Segundo izquierda: Madame Vólkova
El verdadero nombre de madame Vólkova, es Paca, Paca García, por más señas, y procede de una recóndita pedanía de Castilla-La Mancha, tan diminuta y escondida que es prácticamente imposible encontrarla en el mapa, pero, claro, no se puede ser vidente y médium y llamarse Paca, eso no tiene ni empaque ni glamour. En cambio llamarse Irina Vólkova, madame Vólkova, y ser nacida y criada en San Petersburgo... Ah, eso sí que tiene gancho y atractivo. Doña Paca, perdón, madame Vólkova, no sabe de marketing, pero conoce lo suficiente a su target, que diría un seudo cosmopolita de esos, para saber que lo exótico se vende más y mejor.
A Paca, perdón, a madame Vólkova, el “bichoesedelasnarices” (como ella lo llama), le había fastidiado un poco el negocio, allá cuando el confinamiento, pero mujer avispada donde las haya y, con la mente puesta en aquello de “si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña", madame Vólkova se modernizó a toda prisa, y sus consultas y sesiones pasaron en un pis pas, de presenciales a virtuales, sin despeinarse ni nada. Por suerte, Paca, perdón, madame Vólkova, se llevaba muy bien con las ya no tan nuevas tecnologías y no le supuso ningún problema.
Lo de la videncia era la parte más fácil. Eso lo podía hacer hasta por teléfono para aquellas personas que no temían a los ordenadores.
Lo de hablar con los espíritus parecía, en principio, más difícil, pero en poco tiempo, todos, clientes, madame Vólkova y los espíritus se acostumbraron al nuevo medio y todo fue como la seda.
Tras el confinamiento todo ha ido volviendo a cierta normalidad, pero madame Vólkova sigue manteniendo sus consultas virtuales por aquello del “bichoesedelasnarices” y porque, qué caray, eso de las consultas online han resultado de lo más cómodo.
Madame Vólkova, Paca García, anda también hoy, como doña Elvira, instalando la decoración navideña, más sobria que la de su vecina, pero con la misma ilusión. Ella tampoco pasará la Navidad con la familia, pero, claro, madame Paca, no tiene familia con la que le apetezca compartir nada así que no le resulta nada extraño celebrarlo así.
Algunos vecinos la miran con lástima porque, pobre mujer, tan sola, qué Navidad tan triste. Alguno ha habido, en años anteriores, que la han invitado a compartir sus celebraciones. Mismamente doña Elvira, que es así de generosa y amable, pero madame Vólkova, siempre lo ha rechazado con una sonrisa y mucha educación.
—No se preocupe por mí, que sola no estaré.
Doña Elvira pensó que se refería a sus tres gatos y le pareció aún más triste, aunque no insistió.
Pero, no, madame Vólkova no se refiere sólo a sus gatos.
En el salón, Paca, madame Vólkova, está dando los últimos toques a su árbol.
—Don Arturo, por favor, ¿sería usted, que es tan alto, colocar la estrella en la punta? Yo me temo que ya no tengo edad de andar subida a taburetes.
De la caja que se encuentra a los pies de Paca, se eleva una preciosa estrella plateada y, suavemente, vuela hasta instalarse en lo más alto del árbol de Navidad mientras los gatos siguen el movimiento sin parpadear.
Alrededor de madame Vólkova, la casa bulle de alegría
Nadie los ve.
Nadie los oye.
Nadie sabe de su existencia.
Pero allí, como cada Navidad, como cada día, están sus queridos espíritus, su auténtica y única familia.
Tras colocar el último adorno, don Arturo la invita a bailar y madame Vólkova, sonriente, acepta.
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