7 de diciembre
Frío
Teníamos frío, mucho frío, ¿sabe? La cosecha no había ido bien y estaba siendo un invierno muy malo. La comida escaseaba y la leña para calentarnos, también. Mis hermanos y yo salíamos cada día en busca de madera, los cinco, hasta el más pequeño y eso que casi ni sabía andar, pero cuanto más avanzaba el invierno, más difícil resultaba encontrar algo.
Mi padre no era de mucha ayuda. Se emborrachaba a diario. Nunca supimos de dónde sacaba el dinero. Y cuando llegaba a casa exigiendo comida y un fuego se ponía furioso, como si fuera culpa nuestra que escasearan ambas cosas.
Nos azotaba, a los cinco.
A mamá también.
Cada día amanecía con un nuevo delirio y todos, absolutamente todos, tenían a mi madre como centro.
El último de ellos, fue que madre era una bruja, la acusaba de haberle embrujado para casarse y la culpaba de todo lo malo que le acontecía. Nos lo decía a nosotros. Se lo decía a mamá y lo contaba en la taberna a todo el que estuviera dispuesto a escuchar.
La amenazaba, ¿sabe? Todos los días le gritaba que iba a acabar en la hoguera, una hoguera que él mismo prendería.
Luego la azotaba hasta que el alcohol lo tumbaba.
La noche que cambió todo fue la noche más fría de aquel horrible invierno. La ventisca trataba de colarse por todas las rendijas de aquel chamizo que llamábamos casa, y había muchas por las que colarse. No teníamos ni un mal puñado de hierbas para encender el fuego. Encogidos en un rico, apretados los unos contra los otros, temblábamos de frío y de hambre, pues llevábamos dos días sin llevarnos nada a la boca.
Padre llegó dando un tremendo portazo y con él entraron el viento, la nieve y el miedo. Los insultos y los golpes se alternaron en rápida sucesión, a todos nos tocó algo, pero la peor parte, como siempre, le tocó a mamá. Aquella noche la golpeó con tal saña que, cuando finalmente la dejó, pensábamos que había muerto.
Cuando se derrumbó sobre el maltrecho catre yo ya había tomado mi decisión.
Teníamos hambre. Teníamos frío y, sobre todo, teníamos mucho miedo.
Tomé el único cuchillo que había en casa y, sin mediar palabra, se lo clavé en el corazón una, dos, diez, veinte veces.
Estaba tan profundamente dormido por culpa del alcohol que ni tan siquiera reaccionó.
Lo demás... No sé de quién fue la idea... Del hambre, supongo, o del frío. O de ambos. El caso es que, aquella noche, comimos gracias a mi padre y nos calentamos gracias a sus restos.
Al día siguiente recogimos nuestras escasas pertenencias y nos marchamos de aquel pueblo.
Es terrible. Conmociona. Grande.
ResponderEliminarEso intentaba :)
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