jueves, 19 de octubre de 2023

 

René era el zombi más patético, triste y solitario que puedas imaginar. Mientras los otros correteaban (de esa manera anquilosada en que corren los zombis)  de acá para allá, René se quedaba merodeando y gruñendo sin unirse a ellos, dando vueltas a su alrededor haciendo muecas y visajes que pretendían ser amenazantes, pero sin unirse a los ataques.

El estómago de René era el que más y mejor gruñía de toda la ciudad, el que producía los bajos más bajos y los agudos menos agudos. Si el hueco cerebro de los otros zombis les permitiera apreciar esos detalles, René sería considerado un virtuoso gástrico. Pero, por supuesto, no tenían la suficiente materia gris para ello. El instinto de alimentarse de cualquier cosa viva que estuviera a su alcance era lo único que provocaba la reacción y el movimiento. 

Y René corría con todos, porque el instinto manda.

Y atacaba con todos, porque es lo que un zombi hace.

Y cerraba la boca en torno a cualquier cálido miembro que pillara... Y se apartaba sin nada en la boca ni en el estómago, porque el pobre René, el zombi más patético, triste y solitario que puedas imaginar, no tenía ni un solo diente.

Por eso su estómago era el que mejores gruñidos emitía.



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