Todo iba bien hasta que llegó Miss Pinkerton y lo fastidió todo.
A Miss Pinkerton nunca le gustamos. No sé muy bien por qué, después de todo nos portábamos muy bien. En clase todos estábamos muy atentos, nadie hablaba, ni se distraía y ni olvidaba hacer las tareas. Éramos los alumnos que todo profesor sueña. Pero a Miss Pinkerton no le gustábamos.
Y la verdad es que a nosotros tampoco nos gustaba ella.
Ese fue su primer error.
Decía Miss Pinkerton que tenía la sensación de que siempre andábamos planeando cosas y ninguna buena.
Contaba que le ponía los pelos de punta que dejáramos de hablar en cuanto ella se acercaba y, sobre todo, que nos quedáramos mirándola tan fijamente.
Se quejó a nuestros padres que, por supuesto, no encontraron el menor sentido a sus quejas.
Se quejó, también, a Mrs. Andrews, la directora quien, muy educadamente, la ignoró.
A medida que pasaban los días, Miss Pinkerton, se veía cada vez más nerviosa y asustada.
Se quejaba de que alguien la vigilaba, que en las noches veía sombras diminutas correteando por su jardín, que más de una vez encontró animales descuartizados en la puerta de casa...
El pueblo entero siguió ignorándola
Entonces Miss Pinkerton pasó del miedo histérico a la ira violenta. Su antipatía hacia nosotros y la falta de interés de los adultos, la llevaron a emplear el castigo físico e inventaba faltas imaginarias para azotarnos.
Ese fue su último error.
La noche de Halloween, tras acabar de recorrer el pueblo pidiendo chuches, nos dirigimos a la casa de Miss Pinkerton. Sabíamos que no iba a abrirnos, así que nos limitamos a permanecer en pie en el camino de entrada, vestidos con nuestros disfraces. Éramos conscientes de que la imagen que ofrecíamos era perturbadora y terrorífica. Al cabo de un rato Miss Pinkerton abrió la puerta. Llevaba un enorme cuchillo en cada mano. Y se plantó allí, mirándonos fijamente, la respiración agitada y los ojos llenos de locura.
Nosotros no hicimos el menor movimiento.
Durante un rato seguimos así, como si estuviéramos en un duelo de una película del Oeste, esperando ser más rápido que el otro.
Por supuesto, el primer movimiento fue suyo. Comenzó a avanzar, primero despacio, con pasos largos y firmes. Luego, poco a poco, comenzó a acelerar. Gruñía como un animal, enseñando los dientes, relucientes a la luz de la luna.
La primera piedra le dio justo entre los ojos y la hizo caer sobre el camino. Como una tabla.
¡PAM!
Sólo entonces sacamos nuestros propios cuchillos y nos lanzamos sobre ella.
Casi ni gritó. No tuvo tiempo. Fueron tantas las cuchilladas que recibió que no tardó en morir.
Acabamos todos empapados en sangre y bailando alrededor de su cuerpo destrozado.
Volvimos a casa riendo felices.
Nuestros padres nos recibieron alegres y nos mandaron inmediatamente al baño. Más tarde algunos de ellos se encargarían de Miss Pinkerton.
Ahora tenemos una nueva maestra: Miss Taylor. Parece simpática y parece que le gustamos.
A nosotros nos gusta ella... al menos de momento.
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