Daba
comienzo un nuevo día de trabajo, un día más de una larga cadena
de días iguales. El calor en las oficinas resultaba insoportable
pero las mentes sádicas que dirigían el lugar les obligaban a
acudir al trabajo con chaqueta y corbata. Evidentemente trabajar en
esa compañía exigía cierto grado de crueldad pero obligar a los
empleados a ahogarse en sudor cada día le parecía excesivo. Dejó
el maletín sobre su ordenada mesa y, con un bufido de hastío, se
dejó caer en la silla mientras luchaba por aflojar la condenada
corbata.
Miró
a su alrededor con apatía, sintiendo el sudor correr por su espalda
y, reprimiendo un bostezo, se dispuso a dar comienzo a su día
laboral. Hacía tiempo que tenía claro que el trabajo de oficina no
era para él: era demasiado aburrido, extremadamente monótono y
totalmente carente de emoción. Por eso tenía planeado largarse de
allí en cuanto tuviera la más mínima oportunidad.
Quería
un trabajo con más acción, algo que le permitiera ejercitar sus
innatas cualidades y, sobre todo, algo que no exigiera traje de
corbata y lo mantuviera bien lejos del calor. Por eso dedicaba los
tiempos muertos -y los que no eran tiempos muertos- de su trabajo
para estudiar y prepararse para dar el salto a la sección de agentes
externos lo antes posible.
Sacó
el expediente en el que estaba trabajando, el sudor empapaba sus
axilas. Ese maldito calor iba a acabar con él antes de lograr
escapar de aquella oficina. El jefe lo estaba mirando, mejor sería
hacer como que trabajaba no fuera a ser que acabara degradado antes
de tener la oportunidad de lograr su ansiado traslado. Aún recordaba
lo ocurrido al pobre Benicio, que también tenía sus sueños de
acción, gloria y aire fresco, y no sentía ningún deseo de acabar
igual que él.
Benicio,
al igual que él, aprovechaba los tiempos muertos del trabajo para
prepararse como agente externo pero tuvo la mala fortuna de ser
pillado por el jefe y ahí se acabó su sueño. El pobre Benicio fue
degradado de manera fulminante e irrevocable. Sin darle la
oportunidad de defenderse se le obligó a recoger todas sus
pertenencias, desprenderse de su traje y bajar inmediatamente a la
zona inferior del gigantesco complejo. Aún no había podido olvidar
su mirada de desesperación al atravesar las puertas que lo llevarían
hacia los oscuros -y aún más calurosos- subterráneos. Sacudió la
cabeza para sacarse el recuerdo de la cabeza y miró a su alrededor
con prevensión, pero el jefe había vuelto a su cubículo y podía
respirar tranquilo.
No
señor, él no iba a acabar como Benicio. Nunca permitiría que lo
enviaran a torturar almas en las grandes salas de calderas. Él iba a
salir al mundo humano y llegaría a ser el mayor reclutador de almas
en la milenaria historia del infierno.
Se
secó el sudor que se escurría entre sus cuernos y continuó
trabajando en el expediente del alma condenada Nº
1. 000. 250. 565. 020.
preparando el envio al infierno de otro pobre pecador mientras él
soñaba con un futuro sin corbata y lejos del cálido aliento de las
hirvientes calderas.
Vaya, no me esperaba un diablo con traje y corbata. Muy bonito el relato, como siempre, aunque venga ahora menos.
ResponderEliminarBesicos muchos guapa.
¿cómo lo has podido describir tan bien? Me encantó. Un abrazote
ResponderEliminarQué bueno y qué original, me ha encantado! Bravo!
ResponderEliminarUn saludo.
Vaya infierno más elegante. Un beso.
ResponderEliminarPero qué buena escritora eres, Nanny, no me cansaré de decírtelo. Me ha encantado el texto y con sorpresa final, de los que me gustan. Enhorabuena,
ResponderEliminarHay que ver cómo se parecen ciertos trabajos al infierno, ¿están abriendo sucursales?
Besos y un fuerte abrazo.
Será que yo no soy mucho de a según qué tipo de ropa... pero sí, el saco, la camisa de cuello y la corbata se asemejan demasiado al infierno...
ResponderEliminar¡Que bueno! Como siempre, genial! Me encantan tus finales...siempre sé que me vas a sorprender con ellos y leo todo el relato con una ansiedad increible por esa sorpresa...Y nunca me fallas. Gracias! ;)
ResponderEliminarBesicos!
No te creas. La mayoría de las oficinas, con la calefacción y el ambiente, se parecen bastante. Qué buen relato, Nanny. Eres cada vez más versatil. Eso se llama dominio del oficio, sí, señora.
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