Era muy pequeño y estaba solo. Llorando y llamando a su madre. Estaba solo, perdido y triste en medio del cementerio. Nadie puede ver eso y pasar de largo como si nada. Así que me detuve, le sonreí y le hablé para intentar calmarle. Él, poco a poco, dejó de llorar y me devolvió una sonrisa tímida y cauta. Extendí mi mano hacia él y él la tomó, ya sin miedo ni lágrimas. No podía dejarlo allí, tan solo y perdido, así que me lo llevé hasta mi tumba y ahora duerme junto a mí para siempre.
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Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...