sábado, 12 de noviembre de 2016

Truco o trato



El viejo la vio llegar, escondido tras los visillos: una pequeña muerte, una parca diminuta, con su túnica negra y su guadaña, se aproximaba a su casa, con una calabaza en la mano derecha y dando saltitos. Dentro de su cesta/calabaza varias golosinas hacían cabriolas al ritmo de sus piernas.
Cuando llegó a la puerta, la minúscula moira arregló su capucha, alisó su túnica y, poniéndose muy derecha, acercó su dedo al timbre y apretó hasta casi ahogarlo.
El viejo intentó hacerse el loco.
-Si no abro se cansará y se marchará -se dijo.
Pero la pequeña apretó el timbre sin piedad hasta que el hombre, con paso cansino y resignado, se acercó a la puerta y la abrió.
Desde las sombras de su capucha, la niña dijo con voz cantarina:
-¡Truco o trato!
El viejo gruñó:
-¡Lárgate niña, no tengo golosinas!
Y, sin más, cerró la puerta.
Inmediatamente la pequeña demandante de golosinas volvió a incrustar su dedo índice en el timbre haciéndolo resonar de manera continua e irritante.
El hombre soportó el martirio durante un rato pero, finalmente, se rindió y volvió a abrir. 



Desde las sombras de su capucha, la niña repitió con su voz cantarina:
-¡Truco o trato!
Y extendió la calabaza hacia el hombre que la miraba con el ceño fruncido.
-¡No tengo golosinas y, aunque tuviera, no te las daría, ni a ti ni a ninguno de esos pequeños monstruos! ¡Así que largo, mocosa!
Y, con un sonoro portazo, volvió a cerrar la puerta.
Cerró dando un fuerte portazo, pero apenas había soltado el pomo cuando el timbre, torturado por el implacable dedo infantil, volvió a sonar de manera horrísona. El viejo empezó a caminar por el pasillo intentando ignorar el penetrante sonido y más que dispuesto a no abrir.
¡Aquella niñita no iba a ganarle a cabezota!
Al llegar al salón dio media vuelta y regresó a la puerta, que abrió hecho una furia.
La niña, impertérrita, volvió a alzar su calabaza y, con la misma voz cantarina de las dos veces anteriores, exclamó con voz risueña:
-¡Truco o trato!

El hombre se cruzó de brazos y dijo:
-¿Y qué ocurre si pido trato?
-Que llamaré a mi abuelo.
-¿Y eso debe asustarme? ¡Venga, llama a tu abuelo y así le hablaré sobre la mala educación de su nieta!
La niña bajó la calabaza.
-¡Vamos! -insistió el cascarrabias- Sigo esperando que llames a tu abuelo.
-Ya lo he llamado -respondió la niña.
-Yo no he oído nad...
Sonó un plop.y una alargada figura apareció junto a la niña. Un calco en grande de la pequeña: túnica negra, capucha ocultando el rostro, enorme guadaña.
El viejo, asustado, deseó poder encogerse y desaparecer.
-¿Por qué me has llamado? -preguntó la oscura figura dirigiéndose a su réplica en miniatura.
-Este señor no me da chuches, quiero que te lo lleves.
El hombre, sobresaltado, dio un paso hacia el interior de la casa.
-Te he dicho muchas veces que no puedo llevarme a nadie si no es su tiempo -dijo la Muerte a su nieta-. Y también te he dicho muchas veces que no me molestes mientras trabajo.
La niña bajó la cabeza.
-Pero es que siempre estás trabajando y yo quiero mis golosinas.
-Ya tienes muchas. Deja a este señor en paz, Si quieres me puedes acompañar y, si te portas bien, incluso te dejaré usar mi guadaña, ¿de acuerdo?
-¿En serio? ¿Podré? -dijo la niña ilusionada-. ¿Y también me dejarás hablar en negrita, como tú?
-Dependerá de lo bien que te portes.
La Muerte se volvió al viejo y, con voz profunda, desde el fondo de su capucha dijo:
-Disculpe usted las molestias. Ya sabe como son los niños. Que tenga usted buena tarde... Y hasta que volvamos a vernos..
Y, con otro plop, abuelo y nieta desaparecieron de la vista del pobre hombre que, con la mano en su agitado pecho se sentía al borde de un infarto, ,menos mal que la misma Muerte le había dicho que aún no había llegado su hora.
Cuando se calmó, entró en casa, cerró la puerta, se tiró en un sofá y tuvo mucho, muchísimo cuidado en no volver a abrir la puerta a nadie durante varios días.

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