La
noche era densamente oscura. Oscuro cielo. Oscuras calles. Oscuro
callejón lleno de oscuras sombras.
El
hombre, encogido de frío dentro de su abrigo, mira con desconfianza
hacia la tenebrosa calleja y piensa que quizás fuera mejor tomar la
iluminada y concurrida calle principal, pero el cansancio y el deseo
de llegar a casa pueden más en su ánimo que el temor y, dando un
gélido suspiro de resignación, entierra las manos enguantadas en
los bolsillos y aviva el paso al tiempo que se hunde en la profunda y
silenciosa negrura.
Apenas
ha llegado a la mitad del recorrido, cuando de entre las sombras del
oscuro callejón se separa una sombra aún más oscura que se
aproxima parsimoniosamente al asustado transeúnte que, acongojado,
queda paralizado como un conejo ante los faros de un coche.
En
la calle vacía tan sólo se escucha la agitada respiración del
aterrorizado viandante y el aleteo de las ropas de la negra figura,
movidas por un viento que parece soplar sólo para ella.
La
temperatura ha bajado varios grados.
El
hombre se arropa más en su abrigo, intenta encogerse, hacerse
pequeño, desaparecer para que lo que sea que se aproxima pase de
largo sin verlo.
Tras
lo que parecen horas la sombra se detiene, finalmente, frente a él
y, con profunda voz, exige:
-La
vida o la vida.
La
víctima, confusa y perpleja, mira a la negrura sin responder.
La
sombra insiste:
-He
dicho: la vida o la vida.
El
hombre cierra la boca, traga saliva, se mueve nervioso y osa
responder:
-Ejem...
Querrá decir “la bolsa o la vida”.
La
sombra parece alargarse un poco más, el silencio se vuelve
atronador, la voz se torna aún más profunda:
-He
dicho lo que quería decir. Su elección es: la vida o la vida.
El
asustado viandante desearía poder esconderse dentro de su propio
abrigo o, mejor aún, dentro de sí mismo pero, con sobrehumano
esfuerzo y un hilillo de voz apenas audible, responde trémulamente:
-La...
ejem... La... ¿vida?
Y
entonces, veloz e inexorable, una brillante guadaña surge de entre
las aleteantes sombras y cae sobre el infausto paseante.
El
hombre cae al suelo sin emitir ni un suspiro.
-Ahora
no podrán decir que no dejo elección... hasta el moño me tenían-
dijo la Muerte.
Y
se alejó silbando mientras el fantasma del hombre se une lentamente
al resto de sombras del oscuro y gélido callejón.
Sobrecogedor! un beso
ResponderEliminarEs una muerte muy demócrata.:) Un beso.
ResponderEliminarWinnieO: Y a mí que no me lo parecía :)
ResponderEliminarSusana: Jajajajaja... bueno, intenta dar opciones... pocas, eso sí, pero lo intenta :D
Sencillamente..genial.
ResponderEliminarBesos.
Carmen: Muchas gracias, guapísima :)
ResponderEliminarQué fúnebre. Pero me temo que tu amiga todavía tiene que entender mejor el concepto de "opciones". Un beso.
ResponderEliminaruhm... creo recordar que la muerte hablaba COMO UN POCO MÁS ASÍN... y que tenía unos ojos como si fueran Tal'adr... y que le costaba un poco entender a los humanos xD, pero por lo demás muy bueno :)
ResponderEliminarDale tiempo, Miro, dale tiempo, aún está aprendiendo :D
ResponderEliminarMr. Blogger: Es que te confundes, tú hablas de la Muerte de Terry Pratchett y esta es la mía, mucho más modesta y humilde, donde va a parar :D
¡Qué bueno!la de la guadaña no deja opción, siempre quiere la vida porque lo otro ya lo lleva puestojajaj.
ResponderEliminarHe descubierto tu blog por casualidad y me guasta, te visitaré a menudo. Te dejo enlace del mío por si quieres conocerlo, un saludo desde Tenerife.
http://gofioconmiel.blogspot.com.es/
Del miedo al espanto, del temor a la sonrisa, en un breve espacio.
ResponderEliminarBrillante esta extensión, Nanny, te he quedado genial.
Besos y un fuerte abrazo.
Pues sí, creo que ya habíamos acordado, hace algún tiempo, que para ti la muerte habla en negritas...
ResponderEliminarUn gusto leerte, como siempre