Y es que Amaranto, a diferencia de otros serial killers, ni mataba siempre de la misma forma ni elegía siempre al mismo tipo de víctima. Ambas cosas variaban constantemente. Era, además, extremadamente cuidadoso, no dejando nunca ni la más mínima huella ni el menor rastro.
Nunca había tenido un fallo... hasta que lo tuvo, claro.
Todo comenzó de la forma habitual, escogiendo a su víctima. Salió a la calle una mañana dispuesto a encontrar una presa fácil y elegida al azar, como siempre. En esta ocasión la “afortunada” fue una ancianita que se le coló en el autobús(1).
La siguió hasta su casa. Aprendió sus costumbres. Consiguió una copia de sus llaves. Planeó cada movimiento con sumo cuidado y, cuando lo tuvo todo bajo control, atacó.
Era una noche sin luna. Todo estaba en silencio. Supuso que su presa ya estaría en la cama. Entró sigilosamente dejando sus “herramientas de trabajo” a un lado de la puerta de entrada. No llevó nada consigo, ni tan siquiera el anestésico que utilizaba habitualmente pues estaba convencido de que hallaría a su víctima profundamente dormida. Tan sólo tomó una cuerda para poder atarla a la misma cama en la que esperaba encontrarla.
Amaranto entró lentamente en el saloncito. Ayudado por la luz procedente de las farolas de la calle comenzó a dirigirse hacia el pequeño dormitorio.
Un paso. Dos pasos. Casi tropieza con el sillón. Otro paso. Cada vez más cerca de la puerta. El silencio sólo era roto por un antiguo reloj que desgranaba pesadamente los minutos.
Otro paso más y...
¡Zas! Amaranto cayó al suelo como un saco.
Al despertar conservaba aún la cuerda pero atada en torno a sus brazos y piernas.
Su víctima, la pequeña ancianita, se encontraba frente a él, haciendo calceta y rodeada por una media docena de amigas. La visión era terrorífica(2)
Y, durante las semanas que duró su cautiverio, descubrió que tenía razones sobradas para ello.
Las ancianitas se turnaban para torturarle. Y eran torturas realmente inhumanas.
Le contaron cientos de anécdotas de juventud. Le enseñaron miles de fotografías en sepia. Le hablaron todas de sus difuntos maridos, de sus ausentes hijos, de sus amados padres y hermanos. Le hicieron jerseys, chaquetas, calcetines, guantes, bufandas, gorros de lana de todos los colores, formas y tamaños. Cubrieron la habitación donde lo mantenían encerrado con tapetes: tapetes en la cama, tapetes en la silla, tapetes para la mesa, tapetes, tapetes, docenas de tapetes. Le obligaron a beber litros y litros de té y a comer kilos de pastitas. Lo engordaron a base de caldos, guisos, asados... Oh, sí, lo torturaron de todas esas sutiles y temibles maneras en que son capaces de torturar las “dulces abuelitas”.
Un día, por fin, se aburrieron y lo dejaron en libertad.
Desde entonces, Amaranto dejó de ser el mismo. Dejó su ciudad. Dejó su país. Dejó de dormir tranquilo. Dejó de torturar y de matar. Y, sobre todo, desarrolló una incontrolable y -para su familia- sorprendente fobia hacia las ancianas.
(1) A la “sutil” manera en que las ancianitas suelen hacerlo, es decir, hincando fuertemente su codo en las costillas del individuo a adelantar y empujándolo con sus -supuestas- escasas fuerzas. En lugar del codo suele usarse también: pisotón en dolorido callo, golpe con bastón/paraguas y, si nada de esto funciona, la más terrible de todas las armas: miradas, insinuaciones de mala educación y, en casos extremos, el chantaje emocional descarado.
(2) Siete “dulces ancianitas”, todas con vestidos floreados, todas con sus pequeños chales de lana, todas con sus apretados y blancos moños, todas haciendo calceta... Esa es una imagen que ocuparía el número 1 en el ranking de las pesadillas más terroríficas.
P.S.: Muchísimas gracias a todos por las felicitaciones... si hasta ha comentado hasta algunos que yo creí que ya ni me leían :) Muchas, muchísimas gracias por estar ahí...
Qué pena me está dando
ResponderEliminar...pensar en que dentro de poco, andador y agujas de calceta en mano, yo también formaré parte de ellas
:)
Lo encontré notable la reacción de las abuelitas, y de la forma que lo torturaron, me lo imaginaba tejendo guantes,bufandas y todo eso.
ResponderEliminarHoy en día sería muy difícil ralizar eso, con tanto loco suelto, Ufs!
Saludos!
Una cosa es paso del tiempo y otra dejar que el tiempo nos haga la trastada de volvernos ancianos... Faltaba más
ResponderEliminarxD qué bueno!
ResponderEliminarEl escuadrón canoso salvando la ciudad... y que nadie les reconozca el mérito...
Tesa: Vaya, no pretendía yo que diera tristeza este relato... bueno, nos debe quedar aproximadamente el mismo tiempo para ser como ellas pero, oye, mientras sea como éstas no es como para quejarse mucho ¿no? ;)
ResponderEliminarSaqysay: A estas viejitas lo de los locos les da igual, ya ves como trataron a éste; así que, por ellas, ya pueden venir todos los chiflados que quieran :D
Necio-Hutopo: Y usted que lo diga, don Mario, que no tiene nada que ver que el tiempo nos obligue a cumplir años con que nosotros consintamos que nos hagan viejos...
Carabiru: Sí, es una lástima pero, oye, lo importante que el "escuadrón canoso" (que me ha gustado a mí el nombrecito) se lo pasa en grande con estas cosas :D
Los ejercitos de ancianitas son temibles y devastadores. Pobre de ti que te las encuentres en una sala de exposiciones, en una consulta médica, en conciertos gratuitos, en el cine. Y las individualidades son también peligrosísimas sobre todo en las colas del mercado, en las paradas de autobús o en las inauguraciones y eventos . Van a sacooooooo.
ResponderEliminarEs muy bueno, me ha creado una intriga terrible hasta el final y luego me ha sacado muchas sonrisas. Un gusto leerte como siempre
ResponderEliminarBesos
Es broma, Nanny
ResponderEliminar...es que me cae un añazo a primeros del mes próximo y me visualicé, por un momento, con un moñito blanco ...desencajándome con la lengua la dentadura al ritmo de la telenovela de la TV.
:)
Shysh: Pues sí, señor, las ancianitas son temibles en grupos o solas, se escudan en su aparente debilidad pero no tenemos que olvidar que, si han llegado a tan provecta edad... por algo será... ;D
ResponderEliminarSaphira: Me alegra que hayas disfrutado con este cuentito, esa es mi única aspiración :)
Tesa: Pues menos mal que era una broma :D Ya nos llegará el momento a nosotras y, al menos yo, espero ser tan "dulce", "débil" e "indefensa" como las señoras estas :D
Me recuera una escena de una peli, peor ahora no caigo cuál. Desde luego, la visión del pobre Amaranto al despertar fue la más terrorífica imaginable; coincido con la narradora. Un beso, Nanny, y felicidades atrasadas.
ResponderEliminarSi es que las unicas anianitas monas son tus abuelas y cuando eres niños, que te dan de contrabando todo los dulces no-permitidos por los padres
ResponderEliminarUff, mejor carpe diem y viejitos ¡cuanto más tarde mejor!
ResponderEliminarMiroslav: Pues si recuerdas a qué película te recuerda no dejes de decírmelo que me has dejado con la intriga. Yo es que creo que, a veces, lo más inocente puede llegar a ser, en según qué circunstancias, de lo más terrorífico :)
ResponderEliminarBeatriz: Ah, esas, esas son las monas... bueno... a veces... que hay cada abuelita... ejem...
Jaurne: Bueno, eso tarda lo que tarda... eso sí, viejitos pero de los que se lo pasan pipa, como estas ¿no? :D
Jajaaa!!! Cuánta verdad!! Ahora que tengo que coger el autobús a diario veo esas sutiles maneras de colarse… y bueno, he de decir que yo me libro porque subo en la primera parada si no… estaría temblando ahora mismo!!!
ResponderEliminarUn besitooo
Simplemente fantástico. He picado. Durante un buen rato he creído que estaba en la mas pura novela negra. Gracias, he disfrutado el rato leyéndote
ResponderEliminarDeliciosas ancianitas (y un poco sádicas), el pobre Amaranto las quito años, seguro.
ResponderEliminarGenial como siempre
jajaja, menudo escuadrón de la muerte!
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