Cada tarde Maite se sienta en el mismo banco y pasa la tarde dedicada a la lectura y a la espera.
Cuando comienza a anochecer, Maite recoge su libro y su bolso y, tranquilamente, regresa a casa a preparar la cena de su marido.
Así desde hace veinte años. Justo desde el 10 de Julio de 1988, es decir, el día en que se suponía que él iba a regresar y no regresó. A partir de entonces, Maite se sienta cada día en el mismo banco, vigilando los trenes vespertinos pues está convencida de que, tarde o temprano, él volverá cualquier tarde de éstas. Precisamente en ese mismo banco conoció a su marido, ahí pasaron cada tarde de su noviazgo y ya la familia temía que acabarían casándose en el dichoso banco pero, para alivio de todos, prefirieron la iglesia a la estación.
En contra de lo que todo el mundo creyó, Maite siguió con su rutina diaria en cuanto regresaron de la luna de miel. Y cuando tuvo a su primer hijo y al segundo. Nada hacía que Maite faltara a su espera diaria.
Nadie comprendía por qué, a pesar de haber encontrado el amor y haber formado una familia, Maite persistía en su espera.
¿Pensaba abandonarlo todo si él regresaba? ¿Por qué su marido consentía esa obsesión? ¿Qué clase de hombre era aquél que había logrado hechizarla de tal manera? Eso sólo Maite (y su marido, suponían) lo sabe.
Y hoy, por fin, lo ve. Tras veinte años, ha regresado.
En un tren vespertino, como ella ya sabía. Más viejo, como era de suponer. Con menos agilidad y menos brillo en los ojos. Con menos brío en el cabello y en el andar. Pero es él, sin duda. Lo reconocería entre mil.
Y él a ella también. Primero se sorprende. Luego sonríe con chulería, como siempre.
Maite se acerca al hombre que lleva lustros esperando. Ella también sonríe. Se para ante él, buscando en su mirada al joven que ella conoció… y lo encuentra. Allá, al fondo, sí, allá está el que ella conoció. Hay cosas que nunca cambian.
Maite aproxima su mano hasta el rostro largamente esperado.
Lo acaricia suavemente.
Él sonríe con suficiencia.
Maite retira su mano lentamente. Suspirando.
Luego, con un movimiento repentino e inesperado…. ¡PLAF! Maite le arrea tal bofetón que logra hacer tambalear al sorprendido sujeto.
- Esto por dejarme plantada, so imbécil.
Maite se da media vuelta y, dejando al hombre, con la cara encendida y dolorida, recoge su bolso, su libro y se larga a casa.
¡Bien por Maite! Ya estaba yo pensando que era una pava idiota totalmente indigna de la más mínima compasión. Ese final me ha reconciliado con ella.
ResponderEliminarBesos.
¿Un bofetón para compensar veinte años de espera? Sin duda que él se lo merecía, pero ... no sé, no sé. En todo caso, relato intenso y con buen quiebro final, como todos los tuyos. Un beso.
ResponderEliminarPrimeroo me ha recordado la canción de Serrat, pero después sabía que le tenía que dar un bofetón. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesicos
Ya estaba canturreando "Penelopeeeee...." en versión casada cuando he sentido ese bofetón...
ResponderEliminar¡Si Señor! Hay que pagar las deudas, ¿no?, y sin duda que Maite ha hecho lo correcto aunque le costara 20 años esperar para pagar.
... me has recordado una canción de Maná, "en el muelle de San Blas"
ResponderEliminarUn beso. Marea@
Pues ya lo han dicho dos personas antes... Pero sí, yo también me puse a cantar aquella de "Penelope, con su bolso de piel marrón"...
ResponderEliminarCon Maite hemos topao! A cualquiera se le ocurre jugarla alguna a la buena de Maite...esa no sé si perdonará, pero olvidar, seguro que no olvida, la jodía!
ResponderEliminarMuy bueno el relato! Como siempre! ;)
Parece que el rencor es una emoción más fuerte que el amor en este caso. Qué alivio para su marido. Un beso.
ResponderEliminarOle!
ResponderEliminarMe ha encantado, encantado de verdad el final.
jur me ha dolido hasta a mí el bofetón...
ResponderEliminarxD
Saludos!!!
Jo con Maite, qué paciencia más cansina, esperar tanto tiempo para un bofetón...con la de cosas interesantes que hay que hacer en la vida.
ResponderEliminarPero claro, yo soy marciana de barrio, mucho más práctica para los rencores y soñadora para los amores.
Muá Veci
AY, me ha gustado, algún día pienso hacer lo mismo!!!!!!!!!!! (al primero q pase si eso...)
ResponderEliminarMUAS!!
Genial, coincido con la mayoría, mientras leía tarareaba Penélope de Serrat, pero había un "algo" que no me cuadraba. Esperaba, esperaba y de repente, sorprendido y atrapado por el final.
ResponderEliminarplas, plas, plas (aplausos de verdad)
Texto genial, como ya dije al inicio, bien trabado y sorprendente. Gracias por hacernos estar enganchados a tus palabras.
Saludos
Si yo soy el marido de Maite, no le aconsejo solo uno, le aconsejo veinte.
ResponderEliminarMuy bueno, me has hecho sonreir. Un beso guapa
¡Biennnnnnnnnn! ...chica lista, esa Maite.
ResponderEliminarPues si... aunque haya que esperar... si al final te quedas asi de agusto, vale la pena!!! :P
ResponderEliminarUn besitooo
Aplausos para Maite!espero, espero y pudo sacarse su rabia.
ResponderEliminarme encanto este relato. Te felicito.
jajajajaja....el final inesperado estuvo genial!!!!
ResponderEliminarTodas son iguales... Y algunas piores.
ResponderEliminarsi señor. con dos cojones... yo hubiera hecho tres tantos de lo mismo. Respecto al marido, le pongo un diez, porque confiaba plenamente en su mujer, al permitir la rutina diaria de la estación.
ResponderEliminarNanni, lo que he disfrutado con tu entrada :O
Un fuerte abrazo. Nos leemos a la vuelta de mis vacas...
¡ostia!...nunca mejor dicho... Me ha gustado, pero yo no habría desperdiciado mi vida en esperar, habría ido a mirar de vez en cuando...no veas la ira que tenía que tener contenida...¡qué dolor! Qué buen final...jejeje
ResponderEliminarBesos guapa
xD que mala ostia la Maite ésta, ehhh... 20 años esperando pa soltar una señora bofetada :P
ResponderEliminarBesos!
Un desagravio vale tanto tiempo de espera sin llenarlo con vida? con momentos? con algo que no sea esperar compensar?
ResponderEliminarNo sé, no sé...
Rebeca.
Pd: Me encanta tu prosa