jueves, 18 de enero de 2024

Karma

 

El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo.


‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo muy bien.


La mariposa agitó sus irisadas alas y miró al anciano.


‒Una vez ‒continuó el monje‒, estuve en tus manos como tú estás ahora en las mías, ¿recuerdas?


El viejo monje frunció el ceño al recordar.


‒Esta iba a ser mi última vida, mi última reencarnación, estaba listo para abandonar la eterna rueda, pero ahora que nos hemos reencontrado...


El monje, sonriendo, arrancó las alas de la mariposa.


‒La venganza me retrasará, pero vale la pena.


Y, sin más, aplastó el insecto entre sus manos.


jueves, 14 de diciembre de 2023

Domesticación

 


La noche había comenzado como cualquier noche de luna llena: transformándose en lobo y rompiendo, por enésima vez, la ropa que llevaba puesta. Cientos de veces se había prometido a sí mismo desprenderse de la ropa antes de comenzar la transformación, pero siempre se olvidaba. Por fortuna hoy sólo llevaba un raído pantalón de deporte y una camiseta igual de raída.

Como decía, la noche había comenzado como cualquier otra noche de plenilunio. Adrián se había transformado y había salido a la calle en busca de carne fresca.

Evitando las calles más concurridas y escurriéndose por callejones, Adrián decidió acercarse a un parque no muy lejano donde no era raro que se reunieran algunos jóvenes y no tan jóvenes, en especial en noches de verano como aquella.

Tras un rato de acechar entre arbustos y árboles, el hombre lobo, de nombre Adrián, se fijó en una anciana que paseaba sola. No es que fuera el mejor manjar del mundo, pero para aperitivo ya le valdría. Se aproximó lentamente, con el cuerpo casi rozando el suelo, preparado para dar el salto sobre su primer plato.

Lanzó un gruñido bajo... y fue entonces cuando la vieja se giró, lo vió y lanzó un grito:

—¡Perro malo, qué susto me has dado! —y, sin más, le dio en el hocico con una revista que llevaba en las manos— ¡Eso por darme un susto de muerte! 

Adrián bizqueó, sorprendido y aturdido ante la reacción de la humana. Ese momento de confusión le bastó a la anciana para abalanzarse sobre él y comenzar a hacerle cucamonas.

La vieja usó el truco vil de rascarle tras las orejas y Adrián cayó presa de ese básico placer compartido con sus primos canes.

Casi enseguida, y sin apenas percatarse de lo que ocurría, el hombre lobo acabó tumbado, con las patas en alto, mientras la señora rascaba su tripa y le hablaba con voz infantil.

Finalmente, y sin saber ni cómo, Adrián terminó en casa de la susodicha anciana, con una correa al cuello, comiendo pienso e incapaz de atacarla porque había caído bajo el poder hipnótico que toda dulce ancianita posee y no sabía cómo librarse.

—El problema —pensó para sí—, va a ser mañana, cuando la señora se encuentre con un hombre desnudo en el suelo de su dormitorio.



jueves, 30 de noviembre de 2023

La momia




La momia avanza, anquilosada y torpe, hacia su víctima que, aterrorizada, retrocede buscando la puerta.

La momia es tan lenta que la futura víctima habría tenido tiempo de escapar y llegar a Tombuctú corriendo, pero esto es una historia de terror y en las historias de terror todas las víctimas se quedan como memas esperando el golpe/mordisco/puñalada/loquesea. 

Ya sabes, es su papel ser bobas.

Sí, sí, ya sigo.

Pues lo dicho, que la momia avanza a la escandalosa velocidad de un caracol con reúma hacia su víctima aterrorizada y un poco aburrida de tanta espera.

Ahora os tendría que explicar cómo es la momia, pero os lo voy a ahorrar porque, total, siempre es lo mismo, ya sabes: olor a podredumbre, manos que parecen garras, vendas sucias, ojos hundidos, boca desencajada y bla, bla, bla... Vamos, lo habitual.

Volvamos con nuestra amiga la momia que aún continúa con su avance y la víctima que ha decidido hacerse la manicura para pasar el rato.

¿Qué cómo es la víctima? Pues también lo habitual, ya sabes, rubia, ojos claros, muy atractiva, ropa provocativa, algo ingenua, curiosa y metomentodo, vamos, una petarda insufrible. Ya ves qué poca originalidad.

Pero, a ver, que me despisto y no avanzo, anda, mira, como la momia, que ahí sigue, anquilosada y torpe, avanzando hacia su víct... No, espera, no avanza nada porque se le ha enganchado un trozo de venda en un mueble y está intentando desengancharse.

¿Qué podríamos hacer en lo que se suelta o no se suelta?

Ah, sí, cómo llegó la momia basta aquí. Adivina, venga, es fácil. Eso es, un ladrón de tumbas, una pirámide, una momia, una maldición y... ¡Tará! La momia, a saber cómo acaba en Londres (dónde si no) persiguiendo a culpables e inocentes porque, para qué vamos a andar haciendo distinciones.

Parece que la momia ya ha resuelto su problema y sigue avanzando, aunque no sé a dónde porque la víctima, en lugar de esperar pacientemente como toda buena víctima, se ha largado a la cocina a hacerse un sandwich... ¡Y ni tan siquiera ha invitado! ¡Qué falta de educación! Se merece lo que le vaya a hacer la momia... si es que llega algún día hasta ella.

Tras este refrigerio, continuemos.

La momia avanza, anquilosada y torpe, hacia su víctima que, aterrorizada, retrocede buscando la puerta.

La bella joven, tropieza y se cae... Por supuesto, todas se caen, sino ya me diréis cómo hace la momia para atraparla con la velocidad supersónica que lleva. Pero esta momia, que parece especialmente torpe, va y tropieza. Ahora tardará una eternidad en levantarse.

¿Sabéis qué? Que esto es muy aburrido y paso de seguir narrando. A fin de cuentas, ya conocéis perfectamente el desarrollo, el nudo y el desenlace de esta historia y no me necesitáis para nada.

Con vuestro permiso, voy a buscar algo de comer en la cocina. Si queréis podéis acompañarme.



 

lunes, 27 de noviembre de 2023

El hotel

 


Era el hotel rural más decrépito y astroso que Avelino había visto en su vida, y había visto unos cuantos ya que su trabajo consistía, precisamente, en visitar hoteles, en concreto hoteles rurales. 

Por eso estaba allí, en aquella noche tormentosa y fría, para inspeccionar el hotel que se alzaba ante él y que, aún antes de entrar, ya había denegado todos los permisos habidos y por haber.

Avelino debería haber llegado hacía horas, pero se perdió en el camino y tuvo que dar miles de vueltas antes de conseguir orientarse correctamente. Así que entre eso y el frío, tenía un humor de perros y pensar en pasar la noche en aquel desastre con paredes no había hecho nada por mejorarlo.

Sacó del coche su pequeña maleta y se dirigió corriendo a la entrada del edificio tratando de proteger su monda cabeza con la chaqueta.

En recepción un hombre pálido y esquelético, aguardaba tras el mostrador:

—Buenas noches, señor, bienvenido al Hotel Muerte.

—¿Hotel Muerte? —se sorprendió Avelino— Vaya, el dueño debe de ser  un hacha del marketing —. Avelino esbozó una irónica sonrisa de medio lado — Aunque, dado el aspecto del lugar, el nombre resulta curiosamente adecuado.

—Bueno, señor, creo, humildemente, que es el único nombre posible para este lugar —Respondió el recepcionista—, dado que aquí vienen a parar aquellos que mueren en la comarca.

—Acabáramos, esto es una especie de broma por lo de la noche de Difuntos, ¿verdad? Pues yo no estoy para bromas. Mejor deme mi llave y dígame dónde está mi habitación.

—No sé de qué me habla, señor —comentó el cadavérico empleado—. Insulta usted mi profesionalidad si cree que bromeo con estas cosas. Mi trabajo es recibir y acomodar a nuestros huéspedes recién fallecidos y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo.

—Deje ya el papel. Es evidente que es una broma porque, mire, fíjese, yo no estoy muerto —replicó Avelino.

—¿Se llama usted Avelino Gutiérrez Benito? —preguntó el recepcionista consultando un destartalado ordenador.

Avelino asintió.

—Pues está usted muerto y bien muerto. Según esto, murió en un accidente automovilístico a unos  diez kilómetros de aquí, hará un  par de horas.

Avelino, enfurecido, gritó:

—¡Eso es una estupidez! Míreme, estoy aquí, hablando con usted y mire, ¿ve? Ahí está mi coche —dijo acercándose al ventanal y señalando al exterior—. Ese rojo de ahí, ese es mi coche.

—Ahí no hay ningún automóvil, señor —dijo con paciencia el recepcionista—. De hecho, ahí no hay nada. Usted, simplemente, apareció en nuestra puerta, señor.

Avelino dirigió su mirada hacia la ventana y, efectivamente, donde debería haber un paisaje otoñal y lluvioso bañado por la luz de la luna y su automóvil recién estrenado, no había nada o, quizás fuera mejor decir que más allá del cristal se extendía la Nada.

—Creo... creo que me voy a marear —, murmuró Avelino.

—No puede marearse, señor: está usted muerto y los muertos  no se marean.

Avelino miró al hombre y, por fin, se percató de que no era que fuera extremadamente delgado, sino de que se trataba de un esqueleto... Vestido con una túnica negra  y que, tras él, apoyada en el casillero de las llaves había una afiladísima guadaña.

Avelino se frotó la cara con gesto cansado y aturdido.

—De  modo que estoy... estoy... muerto.

—Sí, señor, muerto del todo.

—¿Y ahora qué?

—Ahora, señor, tome usted su llave, suba a su dormitorio y descanse en paz hasta que le llegue el momento de pasar al otro lado.

—¿Y luego qué?

—Luego, señor, no tengo ni idea, eso ya es cosa suya. Que pase usted una buena noche.




viernes, 24 de noviembre de 2023

Condena

 


El ataque fue brutal. Los zombis eran demasiados y nosotros demasiado pocos. Era un milagro que algunos hubiéramos logrado sobrevivir. 

En la refriega me había alejado de mis compañeros, así que me encontraba tendido entre unos arbustos, dolorido y cansado, cuando ellos se reagrupaban para reiniciar el camino.

Me apoyé sobre un codo y abrí la boca para llamar su atención cuando una mano sucia, fría y casi esquelética me la tapó.

Un olor pestilente llenó mis fosas nasales y una voz ronca, gutural, como salida de las profundidades de la tierra, me habló al oído:

—No grites —siseó—. No te muevas. Has recibido un mordisco en la pierna. Si te ven te matarán.

Miré mi pierna. Faltaba un buen trozo y sangraba profusamente. Respiré profundamente para no desmayarme.

Miré a quien me había detenido y ahogué  un grito.

Era un zombi, y de los más antiguos a juzgar por su aspecto.

—Shhh... —me dijo—. Ahora eres uno de los nuestros. Ahora tú eres el monstruo.


miércoles, 22 de noviembre de 2023

Mal viaje

 


Estaba ahí, de pie, pálido y con una escalofriante sonrisa en su cara.

Estaba ahí, al otro lado de la ventana, mirando hacia el interior, quieto y, sin embargo, terrorífico.

Estaba ahí, pero nadie me quería creer cuando dije:

—Hay un hombre ahí fuera.

La auxiliar de vuelo no se rió por pura educación, pero era obvio que no me había creído:

—Es imposible que haya un hombre ahí fuera, señor, estamos a 10.000 metros de altitud.

Intenté mostrárselo, pero el hombre había desaparecido.

Me quedé sorprendido y avergonzado:

—Quizás los nervios me han jugado una mala pasada. 

—No se preocupe, señor —me dijo la auxiliar—, estas cosas pasan. Le traeré un vaso de agua.

Y se alejó.

Cuando conseguí calmarme un poco volví a mirar por la ventanilla... y ahí estaba el hombre.

Mirándome y sonriendo.

Pensé que si lo ignoraba quizás volviera a desaparecer. Dejé de mirar e intenté concentrarme en el libro que había traído para leer durante el viaje.

Tras un rato volví a mirar, deseando que esa cosa no estuviera... pero estaba.

Y entonces grité y grité.

Intenté convencerles de que estaba ahí, pero nadie me creía porque nadie lo veía.

Sólo yo.

Era tal mi ataque de terror que acabaron atándome a mi asiento.

Y aquí estoy, viendo a ese extraño mirarme y sonreír, sonreír y mirarme.

Y, lo más aterrador de todo, viendo cómo se aproxima sin prisa, pero sin pausa.



lunes, 20 de noviembre de 2023

La paz del mar

 

El museo submarino me fascinó desde el primer momento. En cuanto supe de su inauguración corrí a comprar una entrada. Sentía la necesidad de sumergirme y verlo con mis propios ojos.

Fue una experiencia maravillosa. Única.

Bucear entre aquellas figuras me llenaba de paz.

Eran como fantasmas tranquilos, como apacibles espectros, como viejos amigos largo tiempo olvidados.

Volvía casi a diario a visitarlos.

Acariciaba sus rostros pétreos, tocaba sus  manos inmóviles, los rodeaba y danzaba con ellos, me sentaba a contemplar su serenidad estática.

Comencé a envidiarlos.

Todo allí era silencio y paz.

Y un día, por fin, me decidí.

Esperé a la noche y me sumergí hasta llegar a ellos.

Me acerqué al grupo que más amaba.

Me desprendí de las bombonas de oxígeno.

Me quité las aletas, el neopreno, las gafas...

Quedé desnudo y helado.

Me coloqué entre ellos, encajando mi cuerpo entre los suyos y atándome para que mi cuerpo no saliera a flote.

Me tumbé, cerré los ojos y esperé a que el agua llenara mis pulmones.

Desde entonces descanso aquí, con ellos, en la absoluta paz del mar.



Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...