Mi madre tenía una figura de San Pancracio con su correspondiente ramita de perejil mustia y, la mayor parte del tiempo, castigado de espaldas. Como todas las madres y abuelas jugadoras de loterías, ciegos, quinielas y demás, vivía con la esperanza de ganar unas perrillas no para ser rica, no, tan sólo lo justo para vivir con más tranquilidad. San Pancracio cumplía a veces, pocas y muy poca cantidad. A pesar de todo, ella no perdió nunca la fe en el santo.
Mi madre ya no está.
La última vez que lo vi, San Pancracio seguía castigado, sin perejil y cubierto de polvo. Decidí limpiarlo y girarlo, no merecía el castigo. San Pancracio, al menos, le había regalado ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...