viernes, 26 de febrero de 2021
En la noche...
sábado, 20 de febrero de 2021
Manos
Hacía calor, mucho calor, demasiado. Ramiro, a pesar de haberse acostado agotado y muerto de sueño, no podía dormir. Dos horas llevaba dando vueltas sobre las arrugadas y sudadas sábanas, girando la almohada para disfrutar de un momentáneo frescor.
Y, encima, el ruido, el pequeño y molesto ruidito, mitad rozar, mitad rascar, que llevaba atacando sus nervios desde hacía rato. Venía de debajo de la cama, podría agacharse, podría mirar e investigar, pero la doble pereza del calor y el cansancio lo aplastaba sobre la cama y decidió no moverse de ella. Y ahí seguía, dando vueltas, sudando y tratando de ignorar el ruidito de las narices.
Poco a poco, y a pesar del calor, la humedad y el roce bajo la cama, Ramiro cayó en un duermevela intranquilo, viajando, desorientado, entre el mundo onírico y la realidad.
En uno de sus múltiples giros, su brazo izquierdo quedó colgando. Ramiro, ya vencido por el agotamiento, se balanceaba cada vez más profundamente hacia el sueño.
Y entonces una mano tomó la suya.
Ramiro abrió los ojos de par en par. El calor que lo había estado agobiando hasta ese instante, desapareció de golpe, sustituido por un intenso frío que, desde su mano, recorrió todo su cuerpo como una corriente eléctrica. Una única gota de sudor frío bajó desde su sien y descendió, con calma, hasta lanzarse desde su nariz al colchón.
Ramiro se tensó, presto a luchar contra el tirón que, sin duda, debía llegar de un momento a otro, un tirón que lo llevaría hasta la oscuridad oculta bajo su cama y a las fauces de lo que fuera que le sujetaba.
Pero los segundos pasaban y aquella mano, esquelética, seca, con tacto de pergamino podrido, seguía sujetando la suya, con fuerza, pero sin hacer intención de tirar de él hacia ningún sitio.
Pensó, Ramiro, en intentar liberarse de ese frío apretón, pero el miedo a lo que pudiera ocurrir se lo impidió.
Pasaron los minutos y nada ocurría.
Poco a poco, los ojos de Ramiro fueron cerrándose, hasta que el sueño fue más fuerte que el miedo y, finalmente, cayó dormido.. Y aquella cosa siguió sujetando su mano hasta que los primeros rayos del sol se abrieron paso por la abierta ventana. Sólo entonces soltó la mano de Ramiro y se arrastró, nuevamente, bajo la cama.
Ramiro nunca estuvo seguro de si aquello había sido real o un mal sueño, pero, por si acaso, ese mismo día, decidió comprarse una cama japonesa para asegurarse de que nada se podía esconder bajo ella.
jueves, 11 de febrero de 2021
El fin de la Tierra (otros últimos ocho minutos)
Nadie quiere estar solo.
Cualquier lugar que cuente con una pantalla se ha convertido en punto de reunión. Los conocidos se buscan, los desconocidos se sientan juntos, los ricos beben codo con codo con los pobres, los poderosos sonríen a los débiles. El último día de la Tierra no es día para pensar en lo que separa, sino para recordar lo que une. Nadie se siente ajeno a nadie. La atmósfera está llena de nostalgia, melancolía, añoranza, profunda tristeza y extraña camaradería.
Apenas se charla. Poco o nada hay que decir. No es momento para las palabras. La hora de los discursos grandilocuentes ya ha pasado, todo lo que debía decirse ya ha sido dicho.
Ha llegado el momento del silencio.
Los ojos no se desvían de las pantallas. Nadie quiere perder detalle del fin.
En los últimos instantes las manos se buscan, los brazos protectores envuelven cuerpos temblorosos, rostros asustados se esconden en cuellos amados, cientos de lágrimas arrasan trémulas mejillas, miles de respiraciones se detienen ante la inminencia del fin.
Y entonces, la Tierra termina su largo viaje al sol y muere abrasada por aquel que la había llenado de vida.
Por toda la galaxia, miles, millones de corazones humanos sienten que mueren un poco.
La cuna de la humanidad, el planeta madre al que todos veneran, ha muerto dejando huérfanos a sus millones de hijos esparcidos por todo el universo.
jueves, 4 de febrero de 2021
Ocho minutos
Relato publicado en la web Metal Obscura en su convocatoria de relatos apocalípticos "Ocho minutos".
Ocho minutos, ese es todo el tiempo que le queda al planeta. Ocho cortos, ridículos y escasos minutos. Lo acaba de decir el noticiario. Arnie mira la pantalla, boquiabierto. «No puede ser», piensa, «es absurdo». Corre a cotejarlo con otras fuentes y gasta un minuto del resto de su vida en confirmar que, efectivamente, el sol ha colapsado y que la humanidad está condenada. Podrían haber informado ayer, o hace una semana, pero han preferido hacerlo en el último momento, quizás para ahorrar a la humanidad horas de terror y angustia.
Siete minutos, ese es todo el tiempo que le queda al planeta y, por tanto, a Arnie, que pierde sesenta preciosos segundos en hiperventilar y otros sesenta más en controlar el pánico que empieza a arrollar su cordura..
Cinco minutos, ese es todo el tiempo que le queda a Arnie para disfrutar del planeta que le vio nacer. Dos de ellos se van en contactar con su familia y despedirse, entre suspiros y lágrimas, de sus padres.
Tres minutos, ese es todo el tiempo que resta para que todas las especies vivas de la tierra desaparezcan sin remisión. Arnie pierde un minuto observando por la ventana a sus conciudadanos correr, gritar y llorar histéricamente y se pregunta si él no debería estar haciendo lo mismo. Sin duda sería una forma entretenida de pasar el poco tiempo que le queda, pero Arnie nunca ha sido persona de montar esèctaculos dramáticos de ese calibre y no va a empezar ahora que le queda tan poca vida.
Dos minutos, ese es todo el tiempo que queda para llegar al fin de la historia. Arnie gasta sesenta de sus escasos segundos en preparar su cóctel favorito, coger una silla y sentarse en la terraza.
Un minuto, ese es todo el tiempo que queda antes de que Arnie muera y lo pasa contemplando la ciudad y el cielo, paladeando su cóctel, saboreando cada inhalación de aire y percibiendo cada pequeño movimiento de su cuerpo.
El último segundo llega, Arnie deja escapar una única lágrima y muere pensando que, al menos, no muere solo.
Mi madre tenía una figura de San Pancracio con su correspondiente ramita de perejil mustia y, la mayor parte del tiempo, castigado de espa...

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-¡Esto ya pasa de castaño oscuro!- Grita la mujer pelirroja al pequeño diablillo. - ¡Te estás tomando demasiadas confianzas!-...
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- ¿Están listas las pancartas? ¿Las cadenas? ¿Las consignas? Bien… pues… empecemos… ¡NO NOS MOVERÁN! ¡NOS NEGAMOS A ESTA VISITA! ¡QUEREMOS V...
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Publicado en el libro de relatos " En el laberinto del laurel " editado por el Ayuntamiento de Murcia y la Asociación Yo Nemaníl...