La chica de la curva está la mar de desconcertada, hace días (bueno, noches) que no pasa ni un mísero coche y no entiende nada. La pobre chica de la curva se pasa las horas muertas mirando hacia el horizonte, esperando ver aparecer unas luces con su correspondiente automóvil, pero el amanecer llega y por ahí lo único que pasa es el tiempo. Pobre chica de la curva a la que nadie ha dicho que estamos todos confinados y que lo mejor que puede hacer es largarse de vacaciones al Caribe.
Quienes también lo estarán pasando mal son los vampiros. Entre que no hay gente en la calle y que no saben quién tiene el virus, deben estar a dieta de sangre de animales... Animales de cuatro patas, quiero decir, o de dos, pero con alas. O sea, a dieta de animales no humanos.
Si ahora llegaran los extraterrestres se encontrarían con calles vacías, silencio y cantos de pájaros, mirarían a su alrededor asombrados pensando que llegaban a un planeta deshabitado y preguntándose qué había ocurrido para que una civilización desapareciera tan repentinamente que todas sus infraestructuras permanecían en pie... hasta que alguien desde un balcón gritara:
—¡Quedaos en casa, gilipollas!
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