—
Si vienes conmigo al pasado —dijo el viajero del tiempo— podrás
cambiar todo lo que no te guste de tu presente.
Jorge
dio un primer e impulsivo paso hacia adelante y luego se detuvo
pensativo.
—
Hum -—dijo Jorge, que era muy de “hums”—, si yo hubiera ido
al pasado para cambiar el presente tendría que recordarlo, ¿no?
—
No sé —dijo el viajero del tiempo cruzando los brazos en muestra
de impaciencia—, nunca se me había ocurrido pensar en ello. Yo es
que pienso poco, la verdad.
—
Hum —volvió a repetir Jorge, que ya hemos dicho que era muy de
“hums”—, pero el caso es que yo no recuerdo haberme encontrado
conmigo mismo.
—
Bueno —replicó el viajero del tiempo mientras excavaba en su oreja
derecha—, quizás no te reconociste.
—
Hum —insistió Jorge, que también era mucho de insistir—, es un
buen punto, pero... —Jorge dejó la frase en el aire mientras
miraba un mensaje que le acababa de llegar.
—
¿Pero? —inquirió el viajero que ya empezaba a impacientarse.
—
Pero aunque no me hubiera reconocido tendría que recordar el mensaje
que me había dado y cambiar mi vida, ¿no?
—
Supongo —dijo el viajero ya con cara de hastío.
—Luego,
una de dos, o no viajé al pasado o después del viaje sufrí un
ataque de amnesia que no me permite recordar nada, ¿no te parece?
—
Supongo —repitió el viajero abriendo la boca en un enorme bostezo.
—
Hum —repitió Jorge su palabra favorita.
—¿Hum?
—inquirió el viajero.
Jorge,
pensativo, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, donde
llevaba, vaya usted a saber por qué, una pequeña pistola.
Y,
sin más, sacó la mano y la pistola del bolsillo, apuntó y disparó
al viajero del tiempo que cayó al suelo y pasó al otro lado aún
con cara de sorpresa.
—
Lo lamento mucho —dijo Jorge al viajero muerto—, pero siempre he
sido un defensor del principio de autoconsistencia de Nóvikov....
Hum.
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Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...