martes, 6 de junio de 2017

Científicos locos


Sueño

Mi sueño era dominar el mundo, no una ciudad, ni un país, ni un continente, no, yo quería el mundo entero... Eso para empezar. Una vez conseguido, iría a por la galaxia. Ah, sí, ese era mi gran sueño.
Ya de niño, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, mi respuesta acudía rauda a mis labios:
-¡Científico loco! ¡Quiero ser científico loco y dominar el mundo!
Por supuesto, tal declaración en un niño de siete años inspiraba ternura y provocaba risas.
Al llegar a los 17 y dar la misma respuesta, las reacciones se volvieron menos amables. Pero me daban igual tanto las sonrisas divertidas como las caras de incredulidad, mi sueño, mi vocación, mi ilusión era ser científico loco y en ello puse todo mi empeño.
Y estuve cerca, tan cerca...
Lo tenía todo preparado, mis esbirros entrenados, mi arma secreta lista, mi plan a punto... Fue entonces cuando apareció mi némesis y envió todo al garete.
Antes de que pudiera darme cuenta había acabado con mis planes y con mis sueños.
Caí en su trampa, de lleno, sin sospechar, sin desconfiar, tan seguro estaba de mí mismo. Cuando me quise dar cuenta ya me había atrapado.
Y aquí estoy ahora. Un don nadie. Uno más en la cadena de la vida. Sin destacar en nada, gris entre grises.
Todo porque me enamoré de mi némesis. me casé con ella y, en lugar de convertirme en el amo y señor del mundo, me transformé en contable y padre de familia.

¡Así son las tristes vueltas que da la vida!


Proyecto

Se movía de un lado para otro farfullando palabras ininteligibles. Avanzaba, se detenía bruscamente, giraba, volvía sobre sus pasos. Ponía un ingrediente aquí, quitaba algo de allá, sacudía, limpiaba, vertía, observaba... Iba de experimento en experimento sin detenerse en ninguno, la cabeza hecha un hervidero de ideas atropelladas. Los pensamientos se agolpaban, los razonamientos se empujaban, la inspiración surgía en oleadas incontenibles.Tenía cientos de proyectos, de planes, miles de cosas por investigar, descubrir y estudiar.
Como aquel maravilloso crisol ante el que se había detenido, su favorito sin la menor duda. El que más felicidad y conocimiento le traía. Los días en que todo parecía ir al revés, le bastaba con detenerse unos instantes ante su pequeña maravilla, contemplar sus colores, sus formas, su vida, y el estrés desaparecía como por ensalmo.
Pero no era calma lo que buscaba en ese momento.
El experimento debía seguir avanzando y, para ello, debían cambiar las condiciones.
Con un ligero movimiento de su mano desvió de su camino a un meteorito que pasaba a su lado.
En unos instantes todo cambiaría en su amado crisol.
Le producía cierta tristeza acabar con aquellos maravillosos especímenes con los que había disfrutado durante tanto tiempo, pero su camino hacia la consciencia y la inteligencia se había quedado estancado y él quería más, mucho más.
Había llegado, pues, el momento para los diminutos y peludos prototipos que, hasta el momento, sobrevivían medio ocultos.
Ahora tendrían su oportunidad.
Estaba convencido de que el futuro sería suyo.


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