Día 23 de Octubre
Aferrado a los barrotes de la verja, el niño mira.
Lleva así días y días.
Tantos como los que llevo yo instalada en el chalet contiguo al suyo.
Cuando lo vi allí, mirándome sin parpadear, creí que era un niño normal y comencé a acercarme pensando que podía necesitar ayuda..
Aquellos enormes ojos castaños, tan abiertos, tan inmóviles, fueron los primeros que me hicieron sospechar.
Luego me fijé en su lividez, en el color cianótico de sus labios... y en el olor, el putrefacto olor que despedía.
Me detuve antes de llegar y nos miramos fijamente durante un largo instante.
Luego me giré y salí corriendo a mi nuevo hogar temiendo que hubiera más como él.
Ahora sé que no hay nadie más. Que está solo. Probablemente la puerta del jardín esté cerrada y aún no ha logrado salir de casa.
Por eso no deambula por las calles.
Por eso no come.
Por eso está ahí, en la verja, oliéndome y mirando fijamente hacia mi escondite.
25 de Octubre
Desde detrás de las cortinas, entre las rendijas de los tablones que protegen las ventanas, observo al niño. Al contrario de los otros zombis, él no se mueve, no gruñe, no estira los brazos intentando alcanzar a su lejana presa, no lanza mordiscos furiosos al aire.
No hace nada.
Sólo está ahí, agarrado a los barrotes, mirando.
15 de noviembre
Me pregunto si ahí, en algún rincón de su cerebro medio licuado, guarda algún recuerdo de su vida. Me tortura pensar que, acurrucado en algún recoveco de su mente, se esconde un pequeño inocente lleno de pavor, llamando a su madre.
A medida que pasan los días mi terror inicial se ha ido transformando en una enorme tristeza por ese pequeño, tan solo, tan perdido, probablemente aterrado. Después de tantas horas observándolo no consigo ver al monstruo que me aterró el primer día, ahora tan sólo veo un niño abandonado y triste.
Cada día me cuesta más recordar que no está vivo.
Porque... no está vivo, ¿verdad?
25 de noviembre
El frío es cada vez más intenso. Por fortuna he encontrado abundante ropa de abrigo y dispongo de una chimenea en la que hacer fuego.
Pero el niño...
Sigue ahí, aferrado a los mismos barrotes, sin moverse.
Es cierto que no lo veo temblar, ni llorar, ni quejarse... pero es un niño.
Un niño pequeño.
Muy pequeño.
No debería estar ahí todo el día, medio desnudo. Se va a enfermar...
¡Pero qué tonterías digo! No puede enfermar, ya está muerto... pero... es un niño.
10 de diciembre
Hay mañanas que amanece blanco de escarcha y el corazón se me encoge.
Debe de estar helado.
Tan pequeño.
Tan solo.
Seguro que está hambriento y aterrorizado... Soy la única que puede ayudarle.
Pobre, pobre niño...
12 de diciembre
Hoy, por fin, me he decidido.
Voy a salir.
Ese pequeño necesita ayuda y yo no puedo seguir de brazos cruzados mientras la nieve comienza a acumularse a su alrededor.
No puedo abandonar a un niño perdido.
Iré hasta allí.
Abriré la puerta y me acercaré.
Supongo que entonces soltará la verja.
Espero que lo haga.
Que se aproxime a mí.
Me pondré de rodillas para estar a su altura.
Le abriré los brazos y esperaré a que venga a mí.
Lo abrazaré con fuerza...Y dejaré que se alimente, todo lo que quiera, que beba el calor de mi sangre y coma mi carne aún tibia.
Es un niño, no puedo dejar que muera de hambre.
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