Nochevieja
Nerviosos, aterrados, aferrados a sus paquetitos de uvas como náufragos en mitad del inmenso océano, aguardando las doce campanadas. Nadie reía, nadie gritaba, el silencio era aplastante y terrorífico, La muchedumbre miraba el reloj con ojos desencajados, mandíbulas apretadas y las manos, como garras, aplastando uvas y arañando piel.
Llevaban
décadas, siglos, milenios, repitiendo incansablemente esos escasos
segundos entre los cuartos y el final de las doce campanadas.
El
reloj comenzó a sonar... Dong... Dong... Dong... Las manos se movían
de manera automática. Dong... Dong... Dong... Las bocas se abrían
para recibir los amargos granos. Dong... Dong... Dong... Las
dentaduras se apretaban sobre la pulpa y el jugo corría por las
barbillas. Dong... Dong... Dong... Miles de voces gemían al unísono
en una horrísona parodia de lo que deberían haber sido gritos
alegres.
Quién
hubiera dicho que el alborozado rito que habían repetido año tras
año en vida pudiera ser una de las peores condenas en el infierno.
Antes esperaban ese momento con rostro dichoso ahora, ahí estaban,
nerviosos, aterrados, aferrados a sus paquetitos de uvas como
naúfragos en mitad del inmenso océano, aguardando las doce
campanadas.
Final
Mi
tiempo es ya escaso, la poca vida que me queda se escapa demasiado
aprisa. Todos a mi alrededor se muestran agitados, nerviosos, casi
impacientes, aguardando el momento en que llegue mi final.

Los
minutos pasan velozmente. Los segundos son aún más rápidos. Mi
vida se va apagando sin remisión. Lo más triste es ver que nadie
parece especialmente apenado por mi desaparición.
El
momento se acerca. Hago un último intento de aferrarme a la vida
pero es inútil.
Suena
la última campanada. Todos gritan eufóricos.
Mientras
llego a mi último segundo, el nuevo año entra triunfante.
Año
nuevo, vida nueva
Año
nuevo, vida nueva. La de veces que habría dicho eso a lo largo de su
vida, pensaba mientras guíaba sus pasos rumbo a la algarabía
montada por las miles de personas reunidas en la plaza, frente al
reloj.
Año
nuevo, vida nueva, y así un año y otro año pero sin nunca hacer
nada que realmente rompiera con lo de todos los días. A fin de
cuentas sólo eran palabras, de esas que dices porque todo el mundo
las dice y ya, seguía pensando mientras divisaba a los primeros
individuos con matasuegras y gorrito ridículo.
Y
no es que no quisiera cambiar, querer, lo que se dice querer, quería,
pero no lo suficiente como para superar la pereza de trabajar en
ello... Hasta este año en que, por fin, todo iba a cambiar, y mucho,
quisiera él o no quisiera.
Meditando
aún sobre todo ello agarró a uno de los payasos alcoholizados que
pasaba por su lado y, mientras le clavaba los dientes en el pecho, el
nuevo zombi comenzó el nuevo año dejando marchar su último
pensamiento racional y hundiéndose en la inconsciencia de la
animalidad.
Que tengáis un Feliz Año Nuevo.