Acampé bajo el último árbol que encontré antes de entrar en el desierto. Iba a ser un viaje largo y duro por un paisaje árido y hostil, así que me dispuse a disfrutar con fruición la fresca sombra, el hermoso verde de sus hojas y el aletear de los pájaros que en él se acomodaban.
Durante los días que pasé a su sombra reuniendo las fuerzas y el valor necesarios para atravesar aquel vasto páramo en el que la vida era algo casi desconocido, aquel fuerte árbol se convirtió en un amigo. Me gustaba sentarme contra su áspero tronco y charlar con él sobre mis miedos y mis esperanzas, mis sueños y mis desengaños. Era un compañero silencioso y atento, un solícito y callado benefactor al que, sin duda echaría de menos.
El día de mi marcha, tras recoger mis escasas pertenencias, palmeé su cuarteada corteza, abracé su fuerte tronco y, sí, lo confieso, incluso derramé unas lágrimas. La despedida me entristecía más de lo que hubiera querido. Suena muy loco, muy raro, lo sé, pero cuando se lleva tanto tiempo en soledad como yo, cualquier presencia, incluso la muda compañía de un viejo árbol, se disfruta, se agradece y se aprecia intensamente.
De modo que, sí, me despedí de ese árbol que me había dado sombra, cobijo y compañía como de un buen amigo y, con un suspiro, me puse en marcha dispuesto a atravesar aquel inhóspito desierto.
Un crujido sonó a mis espaldas. Me giré. Nada.
Me encogí de hombros y seguí avanzando.
Percibí un ligero temblor de tierra. Volví a girarme. Nada.
Me encogí, nuevamente, de hombros y, algo vacilante, seguí avanzando.
Andaba a buen paso, inmerso en mis pensamientos, tan inmerso que hasta pasado un buen rato, quizás una hora o más, no me apercibí de que, a la par que yo, avanzaba una sombra.
¿Cómo era posible que tuviera una sombra sobre mí si estaba en pleno desierto?
Me giré... y allí estaba, mi amigo el árbol, con su rugosa corteza, con su frondosa copa, con su fuerte tronco y hasta con sus alados inquilinos.
El árbol, mi amigo el árbol, había decidido acompañarme y seguir ofreciéndome su sombra y su compañía durante mi dura travesía por el desierto.
O de la conveniencias de hacerse amigo de un buen Ent...
ResponderEliminarQue hermosa historia de amistad y encuentro con la naturaleza. Me ha gustado mucho. Saludos
ResponderEliminarHermosísimo texto....Cuántas veces nos falta un "árbol" amigo que nos cobije y resguarde....Un beso
ResponderEliminarNecio-Hutopo: Y usted que lo diga, Sr. Hutopo, y usted que lo diga :)
ResponderEliminarLos pretendientes de Ligeia: Me alegra que te haya gustado, muchas gracias :)
WinnieO: Y cuantas veces nos conformamos hasta con un pequeño arbusto...
Una muy buena analogía de lo que son los verdaderos amigos, esa sombra que nos cobija en momentos que todo parece desierto, muy bello, un abrazo.
ResponderEliminarQue bonito, lo que nos demuestra que un buen amigo, puede ser nuestra sombra o nuestro protector.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Cuando era pequeña(bueno no crecí mucho)me gustaba observar los arboles gigantes. Muchas veces soñé con una casa en un árbol, bueno ahora todavía sueño con eso.
ResponderEliminarPor otro lado mi abuela, siempre me dijo que había que cuidarlos. Entregándoles los nutrientes necesario.
Cariños, Nanny es grato leerte!!
Qué bonito.Un beso.
ResponderEliminarTnf25: Pues sí, eso debemos ser para las personas que queremos, una buena sombra que proteja y dé cobijo :)
ResponderEliminarNani: Y muchas más cosas ;)
Saqysay: Yo nunca tuve ese sueño pero debe ser bonito una casa entre las grandes ramas de un fuerte árbol.
Susana: Gracias :)