
Toc... Toc... Toc...
Deja de jugar con las piedras, vamos de caza, le dice su padre y, sin detenerse en su camino, le lanza tal colleja que el joven tiene la impresión de que su cabeza va a salir disparada de su cuello.
Toc... Toc... Toc...
El muchacho se frota el punto en el que la mano de su padre ha impactado pero no se mueve de su lugar. Lleva días y días reuniendo decenas de piedras, las tiene de todos los tamaños y formas, y no cesa de golpearlas unas contra otras.
Toc... Toc... Toc...

Su padre vuelve sobre sus pasos y le suelta otro manotazo. ¿Es que no me has oído? El chico, sin responder, sigue golpeando piedra contra piedra. Un día, viendo fabricar puntas de flecha, una de las piedras soltó una pequeña chispa. Ese mismo día otra chispa prendió en su mente.
Toc... Toc... Toc...
Finalmente su padre lo deja por imposible. La caza no puede esperar y, a lo que se ve, su hijo no piensa moverse de donde está. El sonido de las piedras entrechocando le acompaña mientras se aleja.
Toc... Toc... Toc...
El muchacho no se da cuenta de nada. Para él sólo existen las piedras, sus manos y el sonido.
Toc... Toc... Toc...

Está cerca. Puede sentirlo. Dentro de poco todos dejarán de reírse de él y su padre no volverá a azotarle. Será tan respetado como el chamán. Sólo tiene que encontrar las piedras adecuadas.
Toc... Toc... Toc...
De repente, una chispa. Otro golpe. Otra chispa. Acerca hierba seca. Vuelve a golpear. La chispa salta, la hierba prende.
El muchacho grita y salta, salta y grita... todos corren hacia él.
El joven señala la hierba ardiendo, señala su dedo, señala de nuevo la hierba... es el primer humano en hacer fuego y quemarse con él.

Y su madre será la primera madre humana en amonestar a su hijo por jugar con fuego.