domingo, 29 de junio de 2008

Dos por uno...

Aviso a navegantes: El día dos de Julio (vamos, en un par de días) me voy de vacaciones a mi tierra y por allí andaremos un par de semanas así que espero que me cuiden esto y no destrocen mucho. Pueden usar los muebles, las camas y hasta la nevera pero, por favor, no me dejen ésto hecho una guarrería ¿vale? :D


Dejo aquí un par de relatitos (por eso el título, claro). A ver qué les parece la tontería ;)




La sombra enamorada



Era una sombra feliz y normal, de un señor feliz y normal que vivía una vida feliz y normal.


Era una sombra negra, como todas las sombras, que aparecía con la luz y que se iba, allá donde vayan las sombras, cuando ella desaparecía.


Era una sombra soltera porque su dueño era un hombre soltero. Soltero y a mucha honra y sin ganas de dejar de serlo.


Era una sombra romántica atada a un señor pragmático pero no se quejaba… hasta el día en que se enamoró, la sombra, que no el señor.


Y se enamoró de una hermosa sombra femenina, de bellas curvas y negritud sin mácula. Sombra con donaire, garbo y elegancia tal que embobaron al momento a la masculina y romántica sombra de nuestra historia.


Y fue un amor correspondido y oculto (que vienen a ser los más románticos).


Un amor correspondido pero imposible.


Las sombras se amaban a distancia y aprovechaban que sus respectivos humanos se aproximaran para intentar tocarse, besarse e, incluso, fundirse en una pero esos momentos eran muy escasos puesto que ellos, los humanos, no se soportaban y se trataban lo justo que imponía ser compañeros de trabajo.




Hasta que un día de mucho sol, en que se sentía especialmente fuerte y enamorado, la sombra quiso fugarse, apartarse de su pragmático otro de carne y hueso y vivir su romántico y loco amor. Y, con un supremo esfuerzo, producto de la pasión, se soltó y corrió libre por las calles de la ciudad.

Corrió y corrió sin que nadie se apercibiera de su presencia (¿quién se fija en las sombras?). Se movió por paredes, suelos, ventanas, paneles. Corrió como nunca había corrido hasta llegar donde estaba su amada.


Y cuando, al fin, llegó hasta ella, la sombra enamorada se quedó paralizada al descubrir que la que tanto amaba hallaba fundida en un abrazo sin par con otra sombra, más alta, más fuerte, más… más sombra.


Se dio la vuelta y, lenta y tristemente, volvió con su pragmático otro yo de carne y hueso – que ni se había percatado de su falta – y decidió olvidarse del amor para siempre...





… Siempre que duró unos diez minutos. Justo, justo los que transcurrieron hasta que se cruzó en su camino otra hermosa, elegante y sexy sombra femenina.


Y es que hay sombras que nunca aprenden.





El coleccionista de momentos




En el último piso del edificio más alto de una gran ciudad vive el coleccionista de momentos.


El archivero de instantes.


El catalogador de instantáneas vitales.


Recoge, reúne y clasifica las ocasiones por colores, olores y sabores.


Guarda momentos de deslumbrante amarillo, con risa doradas y sonrisas color limón.


Tiene cajones llenos de melancólicos momentos azules y apasionantes instantes rojos…


Llena carpetas con ratos que huelen a eucalipto y con minutos con olor a café.


Mantiene a buen recaudo segundos que saben a puro néctar y otros amargos como la hiel.


De vez en vez, cuando se aburre, el archivero, el bibliotecario de minutos vividos y sentidos, reúne segundos, instantes y momentos; los pone en su paleta y, sentado ante un blanco lienzo, pinta vidas con trazos gruesos y finas pinceladas.



Traza vidas felices, dramáticas o abúlicas y las llena con lo que él considera – como espectador y testigo de la vida - que es lo más importante en cualquier biografía: momentos, instantes, minutos y segundos vistos, tocados, olidos, oídos y saboreados…




Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...