
Odiaba la idea de hacerse vieja. Odiaba la idea de perder su negro cabello, la exquisita tersura de su piel. La atenazaba el miedo a perder la juventud y la belleza de la que disfrutaba.
No sé si podrás imaginar el pavor que sintió cuando aparecieron las primeras canas.
Cada vez que atisbaba la blancura de un pelo cano entre el negro de sus cabellos arremetía contra ella sin piedad, con toda la saña del terror que el envejecer le provocaba. Primero fue una de vez en vez. Luego pasaron a ser ya dos o tres. Más tarde se transformaron en auténticos mechones. Ella, sin piedad, continuaba arrancándolas, desarraigando esas islas de color blanco que le recordaban que su juventud ya era cosa del pasado y que el tiempo le había dado alcance por mucho que ella hubiera intentado evitarlo.

Continuó arrancándose toda cana que se viese lo que, a la larga, equivalía a arrancarse todo el cabello, hasta quedar completamente calva. No tenía ni un sólo pelo blanco... ni de ningún otro color. Se sintió aliviada. Se compró una peluca y siguió , feliz, con su vida y su ilusión de juventud.
Cuando, como cada tarde, la veo pasar frente a mi ventana con su peluca -pelirroja, rubia, morena, castaña- me pregunto qué ocultará la pálida máscara -siempre la misma- que usa desde que las arrugas hicieron aparición en su rostro...
¡Médicos!

Hasta las narices, oiga, estoy hasta las narices de que me anden hurgando. Hasta las narices, hasta el moño, harto y más que harto estoy de médicos, de pinchazos, de cortes, de tubos y de trasteos por mis interiores.
¡Pero aparte eso de una vez, leñe! ¿No me está oyendo lo que le digo? Que ya está bien, que no voy a dejar que me toquen más. Me han hecho de todo lo que se podía hacer. Me han pinchado como un millar de veces, me han insertado tubos en prácticamente todos los orificios de mi cuerpo, me han extraído sangre y pedacitos de diversos órganos, me han hecho docenas de pruebas de todo tipo... ¿Y aún quieren seguir haciéndole cosas a este pobre cuerpo mío?

¡Pues no!
¡Se acabó!
¡Game Over!
Me da igual lo que haya dicho mi familia. Me da igual, incluso, lo que yo haya firmado en algún oscuro momento. Le estoy diciendo que no y es que no. Que ya no me toquetean más, que no quiero, que no me da la gana. Que ya puede ir soltando ese escalpelo o como se llame eso que aquí no va a haber ni autopsia ni cesión de órganos ni ná de ná, que con mi cuerpo ya no vuelven ustedes a juguetear, hombre, ya.

Mire, ahí le traen uno nuevo, igual ese se deja pero conmigo... nah... no tiene nada que hacer. De modo que traiga acá esa sábana que me tape bien y déjeme descansar en paz de una vez que ya me toca.