
Mi cama no es sólo una cama.
Mi cama, aunque suene raro, es más que una cama.
En realidad mi cama puede ser casi cualquier cosa.
Puede transformarse, por ejemplo, en lugar de estudios donde la niña, usando una pequeña pizarra a modo de mesa, hace sus deberes.
En otras ocasiones se transmuta en sala de juegos en la que jugar a navegar en un barco o a usar a papá como caballito o a “hacer el sandwich” (mamá una tapa del pan, papá el embutido, la niña la tapa superior) o mantener durísimas “peleas familiares”.

Mi cama, otras veces, es el sofá de un salón donde nos reunimos todos a ver la tele (especialmente en verano ya que mi dormitorio es la habitación más fresca).
Por supuesto, es inevitable su transformación en biblioteca: en ella lee la niña, leo yo, lee mi “husband”...
Mi cama, ya lo he dicho, no es sólo una cama. Es un lugar de encuentro, un sitio de vida familiar.

Ah, también sirve para dormir.
Mis libros
Mis libros son desordenados y desorganizados.
Conste que yo intenté imponer algo de método en su caos pero el trabajo que tuve fue en vano pues en cuanto me descuidé un poco la confusión comenzó a instalarse nuevamente entre ellos.

Mis libros son ya tan abundantes que es imposible retenerlos en una sola habitación o en un solo mueble. No. Ellos recorren toda la casa desbordándonos y llenándolo todo. Donde más se acumulan es en la que podría ser una habitación de invitados pero que nosotros denominamos “la nevera” (tenemos el radiador de esa habitación cerrado y en invierno hace un frío que pela) y que, a todos los efectos, funciona como trastero o agujero negro al que van gravitando todas aquellas cosas que no sabemos donde poner. Ahí habita la mayor parte de nuestra biblioteca, pero no toda. Otra parte se encuentra en el salón ocupando lugares que, en casas más normales, se supone destinado a vajillas o cristalerías. Y, por último, otra parte habita en mi dormitorio, concretamente sobre la cómoda y sobre mi mesilla de noche.
Hay, entre mis libros, algunos que sólo han sido leídos una vez -la mayoría-; los hay que jamás han sido leídos -los menos- y, entre éstos, los hay a los que me he intentado acercar más de una vez sin ningún éxito (por ejemplo: La vida instrucciones de uso). Y hay, por último, unos cuantos que han sido leídos en múltiples ocasiones y que, probablemente, volverán a ser leídos: Cien años de soledad, La historia interminable, La Regenta, Fortunata y Jacinta, El amor en los tiempos del cólera, varios de la serie Mundodisco, Ivanhoe, Los tres mosqueteros... y no sé si me dejo alguno más.
Mis libros, ya lo he dicho, son abundantes, variados, desordenados y pobladores de los más variados hábitats.
Sinceramente, no sé qué haría yo sin mis libros.