lunes, 27 de enero de 2014

Visita nocturna



De entre las sombras surge una sombra. Una sombra alta, oscura, tenebrosa. Una sombra con capa negra, cabello engominado, tez lívida y elegantes movimientos. La sombra surgida de las sombras toca delicadamente en la ventana, la mujer dormida se agita levemente pero no reacciona.
La sombra surgida de las sombras vuelve a tocar con algo menos de delicadeza, la mujer dormida se remueve, gruñe y sigue durmiendo.
La sombra, un tanto molesta, toca con tan escasa delicadeza que el cristal está a punto de saltar hecho añicos. La mujer dormida, por fin, despierta, se sobresalta y, sin saber por qué, abre la ventana dando paso a la sombra engominada.
La mujer dormida, ahora despierta, mira a la sombra surgida de las sombras con una pizca de curiosidad, tres de aprensión, un chorrito de perturbadora excitación y un extraño deseo de ofrecerle el cuello.
La sombra surgida de las sombras mira a la mujer dormida, ahora despierta, con fría mirada y semblante pétreo. Abre la boca y vuelve a cerrarla de golpe.
De no haber estado muerta, la sombra surgida de las sombras se habría sonrojado.
Se da media vuelta de forma brusca y su capa derriba dos cuadros, un pequeño jarrón, un vaso de agua y un peluche que la mujer, ahora despierta y antes dormida, sostiene entre sus brazos.
La sombra surgida de las sombras sube al alféizar de la ventana y, transformándose en murciélago, echa a volar mientras murmura:
-¡Baldita sea, me he vuedto a odvidad de la dentaduda bosdiza!

viernes, 17 de enero de 2014

Menudencias



Necrológicas

Se sentó a la mesa y abrió el periódico, ensimismándose inmediatamente en la lectura.
De vez en cuando murmuraba a la nada algo sobre el gobierno, o sobre la economía, o sobre ambas cosas e, incluso, sobre ninguna de ellas.
De vez en vez, soltaba, también a la nada, algún exabrupto.
Llegó a la sección de necrológicas y se dispuso a contar a cuantos de sus contemporáneos había sobrevivido ese día.
Mientras revisaba la luctuosa lista se quedó paralizado, con la boca abierta y los ojos desorbitados de sorpresa.
Allí, en una sencilla esquela, estaba su nombre.
Luego, dirigiéndose a la nada dijo:
-¡Maldita memoria! ¡Pues no olvidé que había muerto anoche!
Y la nada, sin responder, lo engulló lentamente.



Olvido

Intenté alejarme de ella todo cuanto pude.
Me mudé a otra calle, pero aún era demasiado cerca.
Cambié de barrio, pero no tardé en descubrir que seguíamos estando demasiado próximos.
Decidí, entonces, irme a otra ciudad pero tampoco me sirvió de nada.
Como tampoco funcionó el emigrar a otro país en otro continente.
No parecía haber distancia suficiente que pudiera mitigar su agudo recuerdo y el sordo dolor que lo acompañaba.
Pensé que Marte podría ser la solución... y en la nave descubrí que ella había pensado lo mismo que yo.






Escritor
Se levantó de la cama.
Se sentó ante el ordenador y lo encendió.
Abrió el procesador de textos y escribió durante varias horas.
Cerró el procesador de textos, apagó el ordenador y volvió a la cama.
A la mañana siguiente se levantó de la cama.
Se sentó ante el ordenador y lo encendió.
Abrió el procesador de textos y se quedó mirando una página en blanco...
Sonámbulo nunca recordaba guardar lo que escribía.



  Mi madre tenía una figura de San Pancracio con su correspondiente ramita de perejil mustia y, la mayor parte del tiempo, castigado de espa...