Humanidad
Tras la desaparición de la especie humana, los robots se autoproclamaron sus herederos y decidieron continuar adelante con su civilización.

Incapaces de crear algo realmente nuevo y admirados por lo que aquellas máquinas celulares habían logrado, los robots decidieron imitarlos hasta el más mínimo detalle. Copiaron, pues, su estructura social y su aspecto, incluido el -para ellos- innecesario dimorfismo sexual. Emularon -de manera bastante aproximada- sus emociones y sentimientos. Pintaron, esculpieron, escribieron, compusieron, crearon y recrearon arte siguiendo siempre los cánones humanos. Leyeron su historia, estudiaron su filosofía, aplicaron y ampliaron su ciencia y, poco a poco, aprendieron a pensar y a ser como ellos.
A pesar de todo, y aún disponiendo de toda una eternidad para averiguarlo, los robots eran conscientes de que algo -no sabían qué- les impedía llegar a ser tan humanos como los humanos.
Crearon mejores cerebros sólo para poder resolver ese misterio pero, al parecer, el secreto era demasiado inasible para sus mentes llenas de sólida lógica.
Y entonces la Muerte, que andaba aburrida desde la desaparición de los hombres, pensó que había llegado el momento de abandonar su privilegiada atalaya entre dos universos y recuperar su antiguo trabajo. Tomando su guadaña, volvió a la Tierra dispuesta a explicar a aquellos curiosos seres metálicos qué cosa era aquello que les faltaba para entender y ser real y completamente humanos.
Inquisición
La vieja trastabilla más que anda. El cabello desgreñado, sucia y llena de golpes avanza por las calles del pueblo mientras sus vecinos la empujan, insultan y escupen ante la mirada impasible de los “perros de Dios”*.
Recibe, callada, insultos, maldiciones y escupitajos. Ni una palabra de consuelo, ni un gesto de ayuda mientras avanza, descalza y a trompicones, por la sucia calle.
En un recodo del camino, una pequeña niña aprovecha un descuido de sus guardias y se aproxima a ella con un cazo de agua, se lo acerca a los labios y le susurra:
-Contaste a mi padre que robé tus manzanas... Yo conté a la inquisición que eras bruja.
Vuelca el agua, sonríe, y se marcha corriendo.
* Nombre dado a los monjes de la orden de los Dominicos, principal fuente de inquisidores en el medievo.