Resaca
Te lo debo haber dicho unas mil veces pero tú, ni caso, y mira las consecuencias. Te he advertido docenas de veces que en Nochevieja es mejor no salir, que lo único que vas a conseguir es una gigantesca melopea y su consecuente -e igualmente gigantesca- resaca, que es lo que ahora mismo estás padeciendo. ¿Que te duele la cabeza? Ya lo sé, pero no pienso callarme, a ver si de una vez por todas se te mete en esa cabeza de chorlito milenario que tienes que la Nochevieja no es buen momento para alimentarse porque todo lo que encuentras son borrachos con la sangre convertida en alcohol.
Anda, anda, métete en el ataúd y no salgas hasta que se te pase el resacón.
El principio
El viejo salía desharrapado, lloroso y renqueante, el joven que sujetaba la puerta se volvió, nervioso, hacia el hombre que le acompañaba.

El viejo, agotado, se sujetó con fuerza al brazo que le ofrecía el hombre y, despacio, muy despacio, se sentó en la silla que le ofrecía.
-Yo... ejem... Verá... -intentó continuar el joven retorciéndose las manos- Yo creo que debería volver a la academia y seguir preparándome. Seguro que puede encontrar algún compañero dispuesto y con mejor preparación que yo.
El hombre silencioso, una vez hubo dejado cómodamente instalado al anciano, se acercó al joven y, delicada pero firmemente, lo fue llevando hasta la puerta.
-Siempre... siempre he sido muy torpe y además... además soy muy malo tratando a la gente y... y... -continuaba el muchacho.
Se detuvieron ante la puerta y el hombre, volviéndose hacia él, habló:

-¿Que no? ¿Se ha fijado en cómo está? -dijo señalando al anciano que había cerrado los ojos y parecía dormitar pacíficamente.
-Bueno, sí que ha vuelto un poco vapuleado pero nadie dijo que este fuera un trabajo sencillo, ¿verdad? -respondió el ya no tan silencioso hombre sonriendo al nervioso jovenzuelo.
-No, pero... esto... -y el muchacho volvió a señalar al dormido anciano.
-Esto son gajes del oficio, así que no sea usted niño y entre de una vez que le están esperando. Y ya verá que recibimiento le espera.
-Yo... preferiría... me gustaría que fuera... ejem... otro... ¿por favor?
-Sabe perfectamente, querido muchacho, que eso no es posible. Ahora le toca a usted y no podemos saltarnos los turnos o esto sería un auténtico caos. Así que... -el hombre le dio otro ligero empujoncito mientras señalaba la puerta por la que se colaban luces y sonido de voces. El muchacho miró hacia ella con resignación y, tomando aire, avanzó hacia ella.
Un paso, dos, tres... Bajo el dintel el joven aún hizo un último intento de quedarse.
-Vamos, vamos, sea usted valiente -le dijo su acompañante sin dejar de sonreír-. Ya verá que no es para tanto.
El muchacho se volvió hacia la luz.
Cuatro pasos...
Cinco...
Seis...
Siete...
Ocho...
Nueve...
Diez...
Once...
Doce...
-¡FELIZ AÑO 2013!
Al otro lado, el hombre silencioso, cerró lentamente la puerta mientras, mentalmente, le deseaba suerte. Luego se dirigió al exhausto y maltratado 2012 y, con mucho cuidado, lo levantó de la silla:
-Vamos, abuelo, se ha ganado usted un buen descanso...
Suerte

-Cerebro -dijo la Muerte-. Aparte de eso, le sobraron unas diez copas...