sábado, 19 de mayo de 2012

Viaje espacial


Despertaron en una brillante sala que les era totalmente desconocida. Acostumbrados al aspecto viejo y descuidado de su cámara de hibernación aquel lugar les resultaba extrañamente blanco, nuevo y aséptico. Se sentaron lentamente en sus camillas, ayudados por unos desconocidos en los que, tras tanto tiempo de no ver más que sus propios rostros, les costaba reconocer a sus congéneres.

Era normal su desconcierto y su sorpresa. Hacía años que habían sido lanzados al espacio en una misión experimental para comprobar cómo soportaría el ser humano los largos períodos de hibernación que requerirían los viajes espaciales. El ordenador los despertaría cada cierto tiempo para que pudieran realizar las reparaciones pertinentes, comprobar su estado tanto físico como mental y enviar los resultados a la Tierra. Entretanto realizarían también una misión exploratoria de los alrededores del Sistema Solar. 


Aquella era, obviamente, una misión sin retorno y fue por ello que se escogieron hombres y mujeres sin familia ni nada que les atara al planeta o, ya puestos, a la vida: la tripulación estaba compuesta por hombres y mujeres rescatados de las garras del suicidio y luego convencidos para que, ya que estaban dispuestos a abandonar este mundo, lo hicieran disfrutando de un viaje por el espacio exterior. Algunos prefirieron seguir adelante con su suicidio (cosa que nadie les impidió) pero otros aceptaron la oferta y fueron hibernados y lanzados al vacío universo sin demasiada alharaca ni excesiva publicidad.

Los años para ellos comenzaron a avanzar de manera diferente que para el resto de la humanidad. Mientras dormían se alejaban año luz tras año luz de la Tierra. Entre despertar y despertar transcurrían varios cientos de años terrestres pero para ellos, los durmientes, era como si tan sólo hubiera transcurrido una noche.

El tiempo pasaba, el futuro llegó y pasó, los científicos encontraron mejores y más veloces maneras de viajar por el espacio y, allá en la Tierra, tan sólo unos pocos científicos e historiadores recordaban ya que, allá afuera, un pequeño grupo de humanos viajaban por el Universo en un viaje infinitamente inútil e inútilmente infinito.

 En el espacio, los tripulantes de la vieja nave continuaban con su labor ajenos e ignorantes del rumbo de la historia de la humanidad. Tampoco es que les interesara demasiado ya que, a fin de cuentas, habían cortado amarras con todos ellos mucho antes de ser reclutados para esa misión.
De modo que encontrarse dentro de aquella gigantesca nave, con seres humanos tan parecidos y, a la vez, tan distintos a ellos y con toda aquella tecnología que les resultaba casi mágica, fue tan impactante como tropezarse con una civilización alienígena.

No entendían nada de la nueva sociedad humana, no comprendían nada de la nueva ciencia, no se sentían parte de nada. Ni toda la ayuda médica y psicológica que se les ofreció, ni la exquisita simpatía y buena disposición de todos con quienes trataban, ni todas las novelas, películas, música, libros de historia y demás objetos que se les ofreció tanto para su entretenimiento como para su puesta al día en la nueva sociedad, les servía de ninguna ayuda. En aquella ciclópea nave ellos se sentían como si fueran criaturas de otro planeta y de otra especie.


Les llevaban de regreso a la Tierra y, a medida que se iban aproximando, más reticentes se sentían los durmientes a regresar a un lugar que no se parecía en nada a aquel del que habían partido, un lugar en el que nada tenían al partir y en el que ahora tendrían menos que nada. Sólo cuando estaban todos juntos se sentían seguros y cómodos, el resto del tiempo el aire incómodo de quien lleva un traje nuevo y demasiado pequeño parecía envolverlos a todos.

Ninguno de ellos hablaba sobre eso, pero tampoco lo necesitaban porque todos tenían la misma mirada de confusión y extrañeza en sus ojos.

Cuando faltaban un par de saltos para llegar a la Tierra, uno de ellos dijo:

-Podríamos suicidarnos, a fin de cuentas es lo que íbamos a hacer.

-O podríamos seguir viajando por el espacio.- Sugirió otro.

Nadie dijo nada más, no lo necesitaban, entre esos lacónicos personajes había surgido una extraña conexión que no precisaba de demasiadas palabras, pero todos meditaron sobre ello.


Unos días más tarde, otro de ellos comentó:

-He oído hablar de cierto planeta....

-Yo también he oído hablar de él.-  Dijo otro.

Los demás asintieron en silencio.

Tras el segundo salto, el comandante de la nave de durmientes solicitó que se les permitiera volver a la Tierra en su propia nave y a todo el mundo le pareció una idea maravillosa que quedaría muy bien en los noticiarios.

En la Tierra todo estaba preparado para el recibimiento como héroes de esos curiosos viajeros del espacio-tiempo. Iba a ser una bienvenida por todo lo alto, con grandes festejos, espectáculos, cobertura interplanetaria, recibimiento por los grandes mandatarios. Incluso el presidente de la Confederación Mundial estaría presente.


Los durmientes volvieron a subir a la nave que ya consideraban como su casa, se acomodaron en sus puestos e iniciaron las maniobras de despegue. Toda la tripulación de la gigantesca nave que les había recogido acudió a los hangares para ver como iniciaban su regreso al planeta que los vio nacer.

El despegue se realizó con normalidad. La nave, según creían todos, iba rumbo a la Tierra pero lo cierto es que ellos tenían otros planes.

Podían haber seguido el camino del suicidio que es el que, a fin de cuentas, habían elegido en principio pero algo había cambiado en ellos y ya no lo deseaban.

Podían haber ido a algún otro planeta, menos desarrollado, menos diferente de lo que ellos conocían pero no sentían ya deseos de pertenecer a ningún grupo humano.

O podían, simplemente, hacer lo que iban a hacer: seguir vagando por el espacio, durmiendo durante años y despertando de vez en cuando para explorar y comprobar hacia donde se dirigía esa humanidad de la que ya no se sentían parte.

Cambiaron el rumbo de la nave y, una vez más, el de sus vidas, cortaron las comunicaciones con los otros seres humanos y siguieron, quizás por vez primera, su propio camino. Un camino lleno de incógnitas y de estrellas pero todo suyo.




Bueno, y ahora que ha acabado la historia... ¿Os puedo pedir un favor pequeñito? En realidad no es para mí sino para mi enana o, más concretamente para su cole :) Están participando en un concurso de baile de Batidos Puleva en el que el ganador se llevará material escolar, sólo tenéis que hacer clic en el enlace que os voy a poner, ver el vídeo y dar el botón de "me gusta" de facebook... y ya tendré a la enana contenta :)




8 comentarios:

  1. Y bueno, si se trata de hacer feliz a tu enana, pues yo le doy al botoncito y todo, faltaba más

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  2. Necio Hutopo: Muchas gracias, Mario :)

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  3. Un viaje sin regreso, en ocasiones creo que todos lo hemos deseado, pero afortunadamante, dura poco.;)-

    Un abrazo.

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  4. Carmen: Cierto, creo que todos hemos deseado en alguna que otra ocasión hacer un viaje sin retorno claro que, en cuanto lo piensas te das cuenta de que posiblemente no soluciones nada de nada :)

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  5. La próxima vez mejor que elijan gente normal. Un beso.

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  6. Susana: Bueno, dudo que, para semejante viaje, se pueda elegir gente muy normal porque la gente normal preferirá quedarse en casa, con su familia, en lugar de arriesgarse en un viaje sin retorno :) No digo yo que tengan que ser, necesariamente, suicidas pero normal, lo que se dice normal, no creo que puedan ser...

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  7. Me ha encantado el relato Nanny. Viajes...sin regreso...¡qué inquietantes! Un beso y voy a darle a ese botón para que la enana sonría

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  8. WinnieO: Gracias por las dos cosas: por haber disfrutado con mi relato y por lo de la niña :)

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