martes, 7 de diciembre de 2021

Cena

 

El mantel de las grandes ocasiones resplandece de blancura extendido sobre la larga mesa. A la izquierda de los cubiertos, primorosas servilletas color melocotón. La mejor vajilla luce esta noche sus galas junto a la mejor cubertería, ambas, como mantel y servilletas sólo ven la luz en Navidad y en escasas, escasísimas ocasiones especiales. Un hermoso centro completa la decoración navideña. Toda la elegancia y el “lujo” que no pueden lucirse durante el año se extiende, con cuidado y primor, en la cena familiar. 

En un rincón, las luces encendidas, el árbol guiña sus luces, provocando alegres destellos en los adornos.

La familia con sus mejores galas ha reunido todas las sillas de la casa para poder juntarse, casi apiñarse, en torno a la mesa.

El silencio reina en la casa, en la calle y en toda la ciudad.

Las luces parpadean por toda la urbe.

La ciudad, aterida bajo el frío invernal, parece aguardar un estallido festivo que nunca llega.

En torno a la mesa, los comensales, algunos con las cabezas metidas en sus brillantes platos, otros echados hacia atrás con las bocas abiertas en muda carcajada, alguno hecho un ovillo a los pies de la silla.

En cada rincón del mundo se repite la misma escena, en hogares de ricos, de pobres, en las calles, en los hospitales, prisiones, cuarteles... En todas partes, ante mesas preparadas para la celebración, los muertos aguardan una cena que no podrán disfrutar.

El virus que ha ocasionado toda esa muerte de manera casi instantánea, no tardará en morir de éxito.

El primer animal salvaje posa su pata en el asfalto preparado, él sí, para celebrar su cena de Nochebuena.



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