miércoles, 4 de noviembre de 2020

Siempre se ha hecho así

 

Cuando el dragón daba un paso, el suelo temblaba. Cuando saltaba, el temblor era tan atroz que el príncipe debía hacer un esfuerzo sobrehumano para no perder el equilibrio. Cuando agitaba sus alas, un pequeño huracán obligaba al joven guerrero a sujetarse a lo que pudiera para no salir volando. Cuando exhalaba su ardiente aliento, el muchacho lograba, a duras penas, no acabar asado cual pollo en domingo.
Cuando el príncipe lanzaba estocada tras estocada, el dragón sudaba fuego intentando esquivarlas. Cuando saltaba, fintaba y corría, la bestia sufría lo suyo para mover su gigantesco cuerpo a la velocidad suficiente. Cuando lograba escurrirse en alguna estrecha hendidura, el monstruoso lagarto sentía la frustración del comprador en rebajas que ve escapar la prenda anhelada.
La princesa, desde su torre, contempla la batalla.


Tras varias horas de correr, volar, esquivar, fintar, lanzar fuego, saltar, atacar, defender, agacharse, levantarse, golpear y recibir, el dragón y el príncipe se detienen. 
Se miran, sudoroso el hombre, jadeante el animal, exhaustos ambos.
El dragón, con la respiración agitada, la lengua fuera, las garras sobre sus rodillas, arquea una ceja y habla:
—Esta princesita debe de importante mucho, ¿no es así?
El príncipe, más espatarrado que sentado en el suelo frente a la bestia, lo mira de hito en hito, se rasca la cabeza y, frunciendo el entrecejo responde:
—Hummm... la verdad es que ni fu ni fa.
—¿Entonces por qué luchas contra mí?
—Bueno, es lo que se ha hecho siempre —responde el príncipe encogiéndose de hombros—. A ti sí que se te ve muy interesado...
El dragón, mueve sus alas con aire pensativo y responde:
—En realidad me da un poco igual.
—¿Entonces por qué luchas contra mí?— pregunta el príncipe, frunciendo aún más el ya fruncido ceño.
—No sé.—Responde el dragón con aire pensativo—, ¿porque siempre se ha hecho así?


Príncipe y dragón, quedaron en silencio.
Al cabo de un rato y como si se hubieran puesto de acuerdo, príncipe y dragón alzaron la vista hacia la princesa que, desde la torre, observaba, un tanto perpleja, la escena. Sí, pensaron, era una princesa. Sí, siguieron pensando, era bastante guapa. Sí, meditaron, luchar por la princesa es lo que siempre se había hecho, pero... Tras unos segundos más de meditación, el príncipe miró la espada que aún sujetaba y, lentamente se puso en pie y la guardó en su funda. El dragón no tenía espada que abandonar, así que se limitó a sacudir cuello y alas y alzarse sobre sus patas traseras.
—¿Te gusta el buen vino? —preguntó el príncipe al dragón.
—¿Y a quién no? —respondió el dragón al príncipe.
—Pues te invito a una copa.
—Que sea un barril.
—Hecho.
Y, sin más, se alejaron de la torre y de la princesa que, atónita, los veía marchar en amigable charla.
—¡Hey! —gritó— ¡No podéis dejarme así!
Pero dragón y príncipe estaban demasiado lejos para poder escucharla.
—En fin —suspiró la princesa apoyando la barbilla en su mano mientras ve caer la tarde—, menos mal que la llave sigue bajo el felpudo donde la guardé.





2 comentarios:

  1. Sabes, por aquí está lloviendo después de muchos meses de sequía, no te imaginas qué placer escuchar la lluvia con este cuento excelente, tus cuentos. Gracias
    Un abrazo

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  2. Te doy tantas veces las gracias que ya suena repetitivo, pero, ¿qué otra cosa puedo hacer que agradecer tus palabras? :)

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Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...

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