lunes, 12 de octubre de 2020

Personajes imaginarios durante el confinamiento

 

Hombres lobo

¿Sabéis quienes llevan bastante bien lo del confinamiento? Los hombres lobo. La mayor parte del tiempo son humanos, así que, como mucho, lo sufren como el resto del personal: a ratos bien, a ratos mal, a ratos ni fu ni fa. Mucho Netflix, mucho internet, mucha play, mucho bizcocho, mucho pan, mucho papel higiénico... Vamos, lo normal.

Pero cuando llega la luna llena el  mundo es suyo.

Tal cual.

Todo suyo.

Nadie en las calles. Nadie que les persiga y acose. Nadie con balas de plata. Pueden correr y retozar lo que les venga en gana. Ni siquiera han de preocuparse por el contagio. Por primera vez, ningún hombre lobo con conciencia, debe recurrir al viejo método de encadenarse y encerrarse para no hacer daño a nadie. Ahora pueden ser libres y vivir su animalidad como les plazca. Por vez primera pueden disfrutar de un buen baño de luz de luna. Si de ellos dependiera, esto no acabaría nunca. Menos mal que no hay ninguno en el gobierno... ¿verdad?




Brujas
 
Las brujas, las de verdad, las de siempre, las del sombrero de pico, las del vestuario en todos los posibles y diversos tonos de negro (con alguna nota colorida en gris), las de verruga en la nariz y escobas de las de toda la vida. Esas brujas tan brujas, tan serias, tan de sentido común, tan de mirar con el ceño fruncido, tan de pasar desapercibidas o ser una presencia imposible de ignorar. Esas brujas que lo mismo te hacen de parturientas que te quitan el mal de amores que te curan la vaca. Esas brujas, con el confinamiento, han tenido que ponerse al día, tecnológicamente hablando, muy a su pesar. Ellas, poco amigas de moderneces, con la cosa esta del confinamiento se han visto abocadas a hacerse rápidamente con ordenadores, tablets y/o móviles por aquello de los aquelarres semanales. No es que fuera lo mismo que reunirse en persona, pero quien no se conforma es porque no quiere y menos da una piedra y al mal tiempo buena cara y a falta de pan buenas son tortas... A ver, en el fondo, muy en el fondo, cada una para sí y sin contarlo a las demás por aquello del qué dirán, están contentas porque la mayoría no está ya para muchos trotes, volar en la escoba tantos kilómetros es un suplicio (especialmente si sufres hemorroides), las noches son frías y eso de ver al Señor Oscuro, bueno... después de las primeras diez veces la cosa pierde glamour. Mucho mejor quedarse en casa con una mantita, un vasito de chinchón y delante de una pantalla a la que enseguida han sabido sacar otras ventajas, desde las consultas online a las compras. Lo más probable es que, aunque acabe el confinamiento, las brujas, las de verdad, las de toda la vida, sigan celebrando sus aquelarres de manera telemática... aunque, por supuesto, seguirán despotricando de las tecnologías, que hay que mantener el estatus ese.



Hadas
 
A las hadas lo de estar confinadas no les importa ni mucho ni poco. En realidad no les importa nada. La verdad es que ni se han enterado. No tienen ni idea del coronavirus, ni de cuarentenas, ni de nada que no sean sus modelitos, sus peinados y cualquier frivolidad que se os pueda ocurrir. Porque, no sé si lo sabéis, pero las hadas son unos seres de lo más superficial, bobo y sin sustancia que os podáis imaginar y los seres, humanos y no humanos, les importamos poco tirando a nada. Somos vagas partes móviles del paisaje y poco más. Estos días apenas si han notado que falta algo. El mundo les parece diferente, pero son incapaces de decir por qué. Si les preguntaran e hicieran un gran, gran, grandísimo esfuerzo las muy cabezas de chorlito quizás fueran capaces de decir algo como:

—Juraría que antes había una especie de animales parecidos a nosotras, pero en bruto y grande, que se movían por ahí haciendo mucho ruido... parece que hace tiempo que no se ven.

Y, con las mismas, encogerían sus gráciles hombros y, haciendo una pirueta, irían corriendo en busca de un charco o una gota o cualquier cosa en el que mirarse, peinarse y decirse lo muy remonas que son.






Godzilla

El gigantesco monstruo llegó a la ciudad dispuesto a derribar edificios, pisotear automóviles, destrozar el asfalto, hacer volar camiones y corres tras los espantados habitantes de la urbe que es, básicamente, a lo que se dedican los monstruos gigantescos y a lo que dedican años de estudio. El monstruo de nuestra historia, en concreto, había sacado buenísimas notas en rugido y persecución de humanos y estaba deseando lucirse. Tan ilusionado estaba con su primer trabajo que no fue hasta llegar al centro de la ciudad (cosa que hizo en apenas cuatro pasos) que se percató que no se había topado con coches, ni había podido hacer volar camiones, ni había aviones con los que jugar, ni gente histérica tras la que correr. La bestia se paró, miró alrededor y se rascó la enorme cabeza. No entendía nada. Eso no era lo que él había esperado. Aterrorizar una ciudad sin ver a nadie no era divertido. Enfadado, lanzó un zarpazo al edificio más alto y, dando media vuelta, se largó de la ciudad.
Al pobre nadie le había avisado del confinamiento.


Para acabar, un par de enlaces:

La web Ficción Científica, como cada año, ha sacado ebook recopilatorio de todos los relatos publicados durante el año. En él encontraréis varios relatos míos y, sobre todo, los de magníficos compañeros. Ah, sí, y mi estreno como prologuista. Os dejo el enlace:



Y, además, en la web Metal Obscura, han publicado mi relato sobre los últimos Ocho minutos del sol y de la humanidad. Aquí, también, os dejo enlace:


Que a veces creéis que no escribo, pero es sólo que ando por otros lares. Intentaré mantener el blog más actualizado.




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